Es sólo un filme de acción (pero me gusta)

Por Oswaldo Osorio Image

Resulta paradójico que una película nos parezca mala juzgándola objetivamente, pero al mismo tiempo nos guste. En gran medida el gusto puede ser subjetivo, pero también es cierto que depende de la formación y el conocimiento que se tenga del asunto en cuestión, en este caso el cine. Por eso normalmente un crítico considerará buena una película que le gusta. Pero hay casos en que esos dos criterios se divorcian, lo cual se debe, por un lado, a la poderosa forma en que el cine estimula las emociones y los sentidos, y por otro, a que el crítico en esencia es un espectador más, muy a pesar de que siempre intente ir más allá del simple placer sensorial.

Así que, en efecto, Déjà vu es una película con escasas cualidades cinematográficas. Fue diseñada para cautivar e impactar al gran público con los recursos y las fórmulas de siempre. Ya era una señal inequívoca de esto que detrás de ella estuvieran el director Tony Scott y el productor Jerry Bruckheimer, dos de las principales personalidades del cine de acción de Hollywood. Baste un pequeño inventario: Empieza con una gran explosión, por supuesto, está la chica hermosa que necesita ser salvada, el villano sin matices con la obvia mezcla de genio loco, tiroteos, persecuciones, los salvamentos en el último segundo y, lo más importante, el héroe arquetípico, en este caso un Denzel Washington haciendo ya su monótono rol de hombre de la ley, ingenioso, cínico pero políticamente correcto y con cierto aire atribulado.

Se trata, pues, de un thriller policíaco de lo más convencional, pero tal vez lo que  hace la diferencia es el ingenioso recurso de introducir  un componente de ciencia ficción, más exactamente una máquina del tiempo. El ingenio está en el recurso, aunque no en la forma como lo construyeron, porque la explicación seudo-científica pasa de forzada a ridícula. Pero el caso es que para efectos de la trama y de la acción funciona perfectamente, tanto así que consigue crear, en medio de todos esos trillados elementos, una secuencia inédita en la historia del cine: una persecución que se desarrolla en el mismo espacio, las calles de Nueva Orleáns, pero en distinto tiempo, pues al perseguido lo separan cuatro días del perseguidor.

De fondo hay muy poco en esta película. Lo más evidente es que, como todos los thrillers, apela a los miedos actuales del hombre, en este caso la efectiva amenaza terrorista bajo la que se encuentra Estados Unidos en estos momentos y la paranoia, no del todo infundada, que pesa sobre sus ciudadanos después de septiembre 11.  Además, hay una variante interesante de aquella teoría de conspiración que se relaciona con el concepto del “Gran Hermano”, esto es, el estado vigilante que tiene los recursos para observar a las personas, sólo que no en el presente sino en el pasado. Pero salvo un pasajero cuestionamiento ético por parte del protagonista, reflexionar o profundizar en este asunto  no es el objetivo del filme.

En definitiva, es “cine crispeta” en todo el sentido del término, y la asistencia masiva del público en todo el mundo así lo confirma. Pero sin importar lo que la razón nos diga, ni los innumerables lugares comunes que transita, es  un filme que tiene un gran poder envolvente, una habilidad para empacar con descarado pero eficaz efectismo un thriller común pero con una variante ingeniosa aunque débilmente sustentada. Es una cinta para abandonarse a las emociones más epidérmicas y al mero entretenimiento, no sin antes dejar el cerebro en casa. Por eso, parafraseando a The Rolling Stones en una de sus canciones himno: Déjà vu es sólo un filme de acción (pero me gusta).

Publicado el 29 de enero de 2007 en el periódico El Mundo de Medellín.

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