La libertad, que todo lo une

Oswaldo Osorio

Después de su icónica y exitosa saga de Matrix, el público esperaba de los hermanos Wachowski otra obra del mismo calado. Y luego del decepcionante traspié de Meteoro (2008), ahora sí respondieron con una pieza monumental en su producción y compleja en sus implicaciones. Porque Cloud Atlas es una película potente y arriesgada, con una atractiva propuesta cinematográfica en su imagen, puesta en escena y secuencias de acción, pero también definida por un trasfondo lleno de connotaciones reflexivas y hasta filosóficas.

De nuevo tuvieron la ambición de proponer una “verdad” como principio que rige su relato y personajes, o como una suerte de esquema para entender –al menos en parte- la vida y que explica el devenir de la humanidad. Articulando las seis historias que desarrolla, la película plantea que hay un espíritu en la naturaleza humana que atraviesa todos los tiempos, un espíritu que consiste en la voluntad de rebelarse contra fuerzas opresivas, de tomar conciencia (aunque sea solo alguien entre todos) sobre la necesidad de pararse firme y enfrentar el abuso, y de paso servir de inspiración para que otros hagan lo mismo.

No importa la época, la situación histórica o la condición del individuo, o si es frenar a un hombre o a un imperio, lo importante es que esa voluntad prevalece en el espíritu humano y tiene unas repercusiones en el tiempo. Esto da como resultado una especie de interconexión entre los hombres de todos los tiempos, dicha interconexión, que se presenta como otra idea de fondo que articula esta fragmentada epopeya, se hace evidente en una estructura narrativa que va y viene entre las seis historias que se desarrollan en tiempos distintos entre el siglo XIX y el XXIV: un estadounidense que toma partido por el abolicionismo, un joven músico que no permite que le roben su obra maestra, una periodista que quiere denunciar el complot de una multinacional, un viejo publicista que urde un plan para escapar de un hospicio, una joven fabricada para usar y tirar que se convierte en inspiración para toda una generación, y un hombre del futuro que vive como los de las cavernas que asume con coraje una misión suicida y redentora.   

Guardadas las proporciones, esta monumental película recuerda a Intolerancia (1916), el filme que el padre del lenguaje cinematográfico, David Griffith, realizara luego de hacer una obra parteaguas como lo fue El nacimiento de una nación (1914). Griffith también habla de algo esencial del espíritu humano a través de los tiempos y a partir de cuatro historias contadas por medio del montaje alterno. Luego de su célebre saga (que también es una obra parteaguas para el cine de ciencia ficción, de acción y digital), los Wachowski -con la necesaria ayuda de Tom Tykwer- también crean un ambicioso relato que, por medio de una compleja narrativa, además de buscar impactar y entretener, igualmente plantea una potente idea de fondo que le da sentido a todo. La diferencia es que lo que fuera visto en Griffith hace un siglo como un caos narrativo, en Cloud Atlas es leído con mayor facilidad, esto como consecuencia de estos tiempos cuando (la más de las veces gratuita) la fragmentación narrativa está tan de moda.

Las seis historias de Tykwer y los Wachowski toman cuerpo a medida que avanza y se arma la gran epopeya, y en cada una va despuntando un personaje que, aunque parezca muy diferente a los demás, poco a poco empezamos a ver el hilo invisible que los une. Así mismo, va tomando forma perfecta y casi sincrónicamente la curva dramática de los seis argumentos hasta un múltiple y simultáneo clímax que en todas ellas deja satisfecho al público, tanto por la coherencia con que fueron construidas las historias como por su sintonía con esas ideas de fondo sobre asuntos esenciales de la naturaleza y condición humanas.

Empaquetando esas ideas y dándole forma a esa narrativa, está todo ese gran esfuerzo en el diseño de producción y la puesta en escena, que es donde más se evidencia la monumentalidad de esta película. Los seis distintos ambientes correspondientes a cada historia socorren al espectador, al principio, para diferenciar cada argumento, pero después, el cambio constante de uno a otro son un factor que dinamiza el relato. De igual forma, el uso de un mismo actor para encarnar varios roles de acuerdo con cada historia, permite ver con cierta fascinación el mayor o menor talento de los actores para hacer cambios de registro en su interpretación, así como las habilidades del equipo de maquillaje y vestuario. 

Es posible que muchos vean en ella una pieza complicada y pretenciosa, pero lo cierto es que se trata de obra exigente con el espectador, sobre todo en su propuesta narrativa y en el sentido de fondo que une las historias y que es el que les da un significado concreto, a cada acción, a cada personaje y a cada diálogo. Si el espectador sabe seguir la línea argumental de cada uno de los seis relatos y si, además, identifica esa gran idea de fondo que las une, se percatará de que lo complicado se torna rico y complejo, y de la misma forma, verá que de pretenciosa pasa a sólida y ambiciosa. 

Publicada el 2 de marzo de 2013 en el periódico El Colombiano de Medellín. 

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