La desolación de dos hermanos
Cuando surge en Dinamarca el movimiento Dogma 95, del que hacía parte el director de esta película, Thomas Vinterberg, su principal propuesta era despojar al cine de los artificios y efectismos con que cada vez lo cargaba más la industria. No obstante, podría decirse que lo que no tenían de efectistas en luces, maquillaje o banda sonora, lo tenían en la construcción de sus dramas, por eso las películas del movimiento siempre tenían en sus tramas y personajes una carga dramática que rayaba con el exceso y hasta con la truculencia.
Vinterberg es el que primero hace una película Dogma (Celebración, 1998), aunque no la firma, como lo pedía uno de los puntos del decálogo del que partió el movimiento. Y si bien luego hizo otras películas que nada tuvieron que ver con este cine, con Submarino vuelve a los terrenos de la puesta en escena sin afeites ni artificios, confiando solo en el gran trabajo de sus actores y, por supuesto, en la acumulación de drama.
Y es que la vida de dos hermanos, condicionada por una dura infancia y un suceso trágico, no podía dar otra cosa que un drama de grandes proporciones, el cual se acrecienta en cada escena con una acumulación de situaciones adversas, ya marcadas por la marginalidad o por lo que parece ser un ineluctable destino siempre en picada. La conexión entre esos dos desamparados niños con su madre alcohólica y los dos hombres en que se convierten, desorientados y sin ninguna oportunidad, es una relación tan obvia como inevitable y es la que termina dándole sentido a toda la historia.
Es cierto que, como con las películas de Dogma 95, molesta un poco ese “efectismo dramático” y esa acumulación de tragedias, todo tal vez muy enfático en su interés por provocar sensaciones fuertes en el espectador. Sin embargo, el efecto que consigue realmente puede hablar de sentimientos y emociones, que es para lo que resulta siendo más propicio y eficaz el cine. Es con películas como esta que buena parte de la audiencia puede acercarse a esos sentimientos y emociones que en su vida cotidiana tal vez nunca experimentará.
En este caso se trata de una desolación existencial, porque no se conoce otra cosa, porque las marcas de una infancia difícil nunca se borraron. Es el día a día movido únicamente por la obligación de una atenuada supervivencia. Aunque esto solo aplica al hermano mayor, porque cuando conocemos la vida del menor, cuando creíamos que el relato no se podía tornar en el algo peor, pues resulta que lo es, pero con el agravante de que su historia cierra un círculo vicioso que no por evidente es menos contundente.
Submarino es una película dura y desoladora, lo cual consigue en parte debido a unos artificios dramáticos, que no por eso son menos válidos y eficaces dentro de la lógica de construcción de una ficción, porque, como decía otra película danesa, aunque sea ficción, igualmente duele.
Publicado el 16 de diciembre de 2012 en el periódico El Colombiano de Medellín.
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