Un divertimento en otra ciudad

Por Oswaldo Osorio

Hay autores que sobrepasan un punto en sus carreras después del cual ya están por encima del bien y del mal. El público, y en especial el cinéfilo, espera y recibe de buen agrado la novedad de turno, ya sea –en el caso de Woody Allen- una magnífica y reveladora pieza como Media noche en París (2011) o un divertimento menor como De roma con amor (To Roma with love, 2012), una cinta que tiene muchos de los elementos que han forjado la obra de este autor y lo han hecho grande, pero con un resultado final menos afortunado.

Esa carta de amor a una ciudad que le escribió el año anterior a París, ahora quiso hacerla con la eterna Roma, pero solo le funcionó a medias, pues dos de las cuatro historias que se entrelazan en el relato bien podían ocurrir en cualquier gran capital del mundo. Aún así, cada historia contiene algunos de los elementos que conforman el universo de este director: relaciones afectivas problemáticas, el imperativo del sexo, el absurdo, la fantasía, el sicoanálisis, la crítica a ciertos aspectos de la sociedad moderna, el sicoanálisis, el humor y los referentes intelectuales.

La novedad en esta cinta es la actuación de Woody Allen después de varias películas sin hacerlo y cada vez menos presente en sus filmes de la última década. Da gusto ver al personaje de siempre, que ha cruzado su obra desde hace más de cuarenta años, con las mismas neurosis y embarcándose en un disparatado proyecto con el suegro de su hija, quien es un portentoso cantante… pero solo en la ducha. La presencia de Allen y el humor absurdo es lo que le da vida a este segmento.

Otra de las historias habla de las veleidades del amor. Aunque el conflicto es que un joven se enamora de la mejor amiga de su novia, toda la idea está en función de desenmascarar a un tipo de mujer: una sobreexcitada esnobista que siempre está asumiendo poses emocionales e intelectuales para seducir a los hombres, de quienes se enamora perdida y momentáneamente. En este relato hay un interesante personaje que no existe realmente, pero que funciona como un recurso de la ficción para confrontar a los otros personajes.

Un tercer segmento lo protagoniza una recatada pareja de italianos que, por cuestiones circunstanciales, terminan teniendo, cada uno por su lado, unas fugaces aventuras con las personas más inesperadas, pero que resulta convirtiéndose en una experiencia de vida para ellos y en la historia con más carga de humor de la película en el sentido tradicional del género.

Por último, hay una simpática historia, interpretada por el siempre enérgico Roberto Benigni, en la que, por medio del humor absurdo, se hace una crítica a lo que significa la fama y el estatus de celebridad en la sociedad actual, poniendo en evidencia el superfluo e irracional papel de los medios de comunicación (y del público que los consume) en este fenómeno.

Así que no estamos ante una de las portentosas obras que tantas veces este genio del cine nos ha obsequiado, pero reconforta cada año estar sentados frente a la pantalla recorriendo de nuevo su universo y siendo testigos de las ocurrencias de sus personajes, porque depués de tanto tiempo, ya es suficiente placer sentarse a escucharlo hablar, como se hace con los venerables ancianos.

Publicado el 16 de julio de 2012 en el periódico El Colombiano de Medellín.  

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