Woody Allen dice Felicidad
Por Oswaldo Osorio
No cabe la menor duda, Woody Allen es uno de esos nombres imprescindibles en el cine de nuestro tiempo. Y eso lo acaba de confirmar con su último filme, titulado Todos dicen te quiero (Everyone says I love you, 1996). Y no es que se trate de una obra con una gran historia como La Rosa Púrpura del Cairo (1985), con el ingenio y la brillantez de Zelig (1983), con la gracia de La última noche de Boris Gruchenko (1975), o con la intensidad de los personajes de Crímenes y pecados (1989), sino que es un filme lleno de cualidades en la medida en que es consecuente con su planteamiento, esto es, un musical desenfadado que habla de la felicidad y el amor.
Definitivamente, esta es su película más optimista, por no decir que más ingenua. Porque en ella sólo encontramos, ya muy lejanamente, los ecos de los personajes y situaciones que eran habituales en sus anteriores filmes. No está ese antihéroe atormentado, víctima y perdedor, generalmente encarnado por el mismo Allen. Tampoco vemos el infierno de las pasiones y de las relaciones de pareja, ni la burla incisiva a la sociedad moderna, y menos todavía las pequeñas y grandes tragedias que esta mente brillante, neurótica y aberrante, iba sembrando en el camino que debían recorrer sus personajes de celuloide. Sí hay un poco de todo esto, pero sólo un poco, y sin la agudeza ni la profundidad de antes.
Es probable que esta suerte de cambio, que también puede ser una variable o un simple paréntesis en su obra, tenga su explicación en sus sesenta y tres años de edad, porque, aunque no lo parezca y no queramos admitirlo, esa cifra ya significa pensar en cosas como vejez, agotamiento (no físico), diferente percepción del mundo, o sencillamente, que ya no tiene nada qué decir, como le ha pasado a muchos otros artistas tan prolíficos como él. Esto sólo es especulación, pero está dentro de las posibilidades.
Cantar y bailar
En esta película, este inventor de neurosis con lo que sí nos sorprende es con su forma, más que con su fondo. Y es que Todos dicen te quiero es nada más y nada menos que un musical, casi al estilo de los viejos musicales de la Warner, y digo casi porque no resulta tan artificial, extravagante y, a veces, hasta surreal, como aquéllos de un Vincent Minelli o un Stanley Donen, con sus coreografías espectalculares y coloridas y sus decorados grandilocuentes y postizos, todo un universo que sólo tenía sentido dentro de la misma lógica que planteaba el género musical.
Por eso no sería correcto definir esta película de Allen como un musical a la vieja usanza, pues las canciones y coreografías se presentan en ella de manera más natural en el desarrollo de la trama. Ya el muy obseso Woody nos había dado un adelanto musical en su descomplicada Poderosa Afrodita (1995), cuando puso a bailar y a cantar a aquel insolente coro griego. Porque para esta nueva película ya Allen había amenazado con que quería hacer un musical en el que los actores cantaran, no como profesionales, sino como una extensión de su interpretación en determinadas escenas.
Y efectivamente, a pesar de que en esta época , y menos por estas latitudes, no estamos muy acostumbrados al género musical, el filme de este neoyorquino no cansa ni molesta con sus canciones o sus números de baile, cosa que sí ocurre, por ejemplo, con las últimas e insustanciales películas de la Disney. Todo su excelente reparto, desde Tim Roth y Alan Alda, pasando por Julia Roberts y Goldie Hawn, hasta el mismo Woody Allen, cantan y bailan en medio de sus actuaciones, y lo hacen con una perfecta imperfección que es lo que, en definitiva, le confiere a esta película el carácter de homenaje a ese género que hizo historia hace ya varias décadas.
Un mundo feliz
Todos dicen te quiero carece de un argumento sólido y convencional, se trata más bien de una serie de circunstancias que están en torno a un núcleo familiar de clase alta: una madre acaudalada que no sabe qué hacer con su tiempo y su dinero, un padre que tiene problemas ideológicos con su hijo, una fallida historia de amor, una joven pareja a punto de casarse y tres adolescentes que están en plan de búsqueda y aprendizaje. Todo esto contado en el tono y la clave que a Woody Allen le gusta, esto es, la comedia verbosa e inteligente, alimentada por una serie de historias paralelas que se entrelazan por medio de esta gran familia como hilo conductor.
Esta es una película llena de personajes, todos con casi la misma importancia y singularidad, que integran una pieza coral divertida y emotiva, con la felicidad como denominador común, tanto para ellos como para la película misma. Una película que habla de amor, de buenos recuerdos, de fraternidad y hasta de desamor, pero sin muchos traumatismos. Y aunque no está exenta de actitudes neuróticas o de elementos que desequilibren la paz del hogar, éstos no son muy graves y a la postre tienen fácil solución. Por todo esto, tal vez ésta no sea la mejor película de Woody Allen, pero sin duda es un obra que, aunque ingenua e inofensiva, está llena de virtudes.