El juego de la ficción habla del amor

Por Oswaldo Osorio

Cualquier lugar es mejor que el lugar en el que estamos, decía alguien en una ya lejana película alemana. Y en esta francesa hay una idea similar, cuando un policía afirma que son incontables las personas que quieren irse, de un día para otro, y dejarlo todo tirado. Esta idea le confiere un fondo de hastío existencial y desesperación a esta película, y aún así no es una historia triste, pues algo de humor y amor hay en ella; ni tampoco muy trascendental y tediosa, porque está sobre la estructura del thriller, que la hace muy entretenida.

Claude Lelouch realiza películas desde hace medio siglo, pero muchos lo han desdeñado luego del enorme éxito que tuvo con Un hombre y una mujer (1966), un melodrama romántico ganador de Cannes y el Oscar a la mejor cinta extranjera. Y es cierto que este director es proclive a los cuentos ligeros y a las historias de amor, así como al cine popular y de gran presupuesto, pero al tiempo puede hacer un cine más personal, modesto y profundo.

Esta película es un ejemplo de esa versatilidad, porque puede ser vista como un inquietante relato de misterio (a la manera francesa, por supuesto, es decir, con sutileza y sin los efectismos de Hollywood para este tipo de historias) y, al mismo tiempo, como un juego intelectual con el concepto de ficción, así como una reflexión sobre la búsqueda de la identidad y del amor.

Parecen muchas cosas y muy disímiles para estar juntas, pero esa es la principal virtud de esta cinta, que esos tres grandes aspectos no sólo se identifican con claridad sino que tienen unidad, esto es, que una misma escena puede representar el misterio, la reflexión y el juego con la ficción, porque aquí lo uno siempre tiene que ver con lo otro.

Así, por ejemplo, la famosa escritora, quien a su vez tiene un escritor fantasma (aquel que escribe por ella), quien a su vez parece estar protagonizando la trama de la novela que está escribiendo, representan una multiplicidad de posibilidades en la relación entre realidad y ficción, o lo que es lo mismo, en la ficción dentro de la ficción.

Parece confuso enunciándolo, pero en la película funciona perfectamente para crear la intriga y, sobre todo, para esa ambigua construcción de los personajes, que es el recurso más importante de la trama, pues casi todo el sentido de la historia está en el juicio que el espectador hace de un personaje por lo que la película le hizo creer que es.

Pero en el fondo de esta intriga y juego con la ficción, está siempre la reflexión sobre asuntos fundamentales, como el amor, la identidad y lo que cada quien puede hacer con su vida. Algunos de esos personajes no quieren estar en el lugar donde están, a causa de lo que son y lo que quisieran ser, o del hastío con su propia identidad, o simplemente por el deseo de buscar el amor, que siempre es tan esquivo.

Este filme puede ser, entonces, la expectativa por saber quién es el asesino, o también el divertimento de ver una historia dentro de otra, o mejor, la historia de un fantasma que conoció a una mujer y quiso volver a la vida. 

Publicado el 24 de abril de 2011 en el periódico El Colombiano de Medellín.

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