Un héroe imperfecto para un cine imperfecto
Por Oswaldo Osorio
Mal augurio es cuando en una crítica se empieza a hablar de la técnica de la película y no del lenguaje cinematográfico o de las ideas que ésta plantea. Pero en esta cinta es inevitable, no sólo por tratarse de un filme que, si bien es en imagen digital, su procedimiento es nuevo en la industria, sino también porque necesariamente al querer explotar todas las posibilidades de esta innovación tecnológica, es este componente el que toma para sí el protagonismo de toda la obra.
Es muy lógico que sea Robert Zemeckis quien esté detrás de todo esto, puesto que es un director que siempre ha ido corriendo las fronteras tecnológicas del cine, casi siempre en beneficio de contar una buena historia, rara vez exenta de ingenio, buen gusto y altas dosis de entretenimiento. Lo hizo con su magnífica trilogía de Volver al futuro, con el perfeccionamiento de la mezcla entre animación y actores reales en ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, con la manipulación digital de imágenes filmadas y documentales en Forrest Gump y con una nueva técnica llamada “captura del movimiento” que utilizó en El expreso polar.
Esta misma técnica, pero ahora perfeccionada a niveles hasta hace poco impensables, es la que utiliza en Beowulf. Se trata de un sistema que, mediante sensores digitales pegados al cuerpo y el rostro de los actores, recoge información sobre gestos y movimientos que luego será almacenada en un computador, con el que después se elabora la imagen digital. En realidad el principio técnico ya estaba en el rotoscopio, inventado desde 1914 y usado para la animación tradicional, aunque hace poco Richard Linklater hizo una película en video, titulada Waking life (2001), con esta técnica e interesantes resultados. La diferencia es que el rotoscopio es para animación en 2D y la “captura del movimiento” para 3D.
Beowulf está basada en el más antiguo poema épico anglosajón que ha sobrevivido a nuestros días. Se trata básicamente de la historia de un héroe que vence a un monstruo y salva a un pueblo para luego convertirse en su rey. De fondo parece haber la intención de presentarnos a un héroe imperfecto, quien termina cediendo a la tentación, ganando además con ello poder y gloria hasta el final de sus días. Pero en realidad no se profundiza demasiado en la ambigüedad moral de este y de ningún otro personaje, de hecho, todos ellos son más bien arquetipos propios de las historias de la épica fantástica. La historia se divide claramente en dos partes, la primera es cuando Beowulf vence al primer monstruo y la segunda cundo hace lo mismo con otro. Nada más ni nada menos. Por eso los recursos técnicos en lugar de estar en función de la historia, más bien la historia es la ideal para el despliegue de los recursos técnico. Nuevamente se confunden los medios con el fin.
Pero la cuestión aquí es que, si la técnica está en primer plano, entonces para qué es necesario un director de talento como Rober Zemeckis, quien siempre ha sabido equilibrar la calidad con el entretenimiento, o de qué sirve hacer alarde de un antiguo texto como fuente. Ya la llamada revolución digital ha sido incorporada a la industria y, aunque aún faltan todavía muchas sorpresas, ha dejado de ser una revolución para convertirse en una herramienta más, como lo ha sido la cámara o la sala de edición.
Es cierto que visualmente con esta nueva técnica, que está a mitad de camino entre el rodaje tradicional y la imagen de síntesis (la que es generada totalmente por computador), las posibilidades son inconmensurables, desde insólitos e inéditos encuadres, pasando por unos “movimientos de cámara” (sin usar cámara) que desatienden las leyes de la física, hasta la concepción de una puesta en escena virtual que no tiene más límite que la imaginación. Pero, como a Pinocho, le hace falta el corazón. Digamos que la novedad tecnológica bien vale ver la película, prácticamente la primera en su estilo, pero eso no es una buena excusa, ya eso lo sabemos muy bien por filmes como Jurassic Park, Toy Story o Matrix, la cuales, además de novedad tecnológica, también tenían alma y corazón.
Publicado el 14 de diciembre de 2007 en el periódico El Mundo de Medellín.