Sin salud, dinero ni amor

Por Oswaldo Osorio

ImageEn las películas con temática homosexual siempre va a estar puesta bajo la lupa, tanto del público como de la crítica, la distancia que tome o deje de tomar su director en su tratamiento. Pero si además, el protagonista es HIV positivo, más delicado se pone el asunto, por el riesgo de herir susceptibilidades, de ponerse sensibleros o de hacer juicios morales. La virtud de esta película argentina tiene que ver, justamente, con esa distancia con que nos acerca a ese universo que, casi siempre por culpa del cine, conocemos es por sus clichés.

El título del filme ya de entrada propone una situación adversa. Y efectivamente, Pablo, su protagonista, no sólo está sin amor sino que lo busca un poco desesperadamente, eso sí, contando adicionalmente con la carga que significa su enfermedad. Por eso la búsqueda resulta tan difícil y tan penosa. De ahí que se ve obligado a buscar salidas a través del sexo fácil y la escritura. Por tal razón, el relato está marcado por estas dos constantes, de un lado, los encuentros sexuales de Pablo y, por otro, las reflexiones que hace en esa suerte de diario que escribe y que eventualmente convertirá en una novela.

La historia está ambientada en 1996, cuando todavía se sabía muy poco del SIDA, por lo cual Pablo, en su lidia con la enfermedad, desconfía de las respuestas de las medicinas para este mal que, antes como ahora, son muy cuestionables. Pero esa resistencia a tomarse el famoso cóctel de drogas es una de las pocas batallas que este personaje libra, y que también perderá, porque casi siempre se nos presenta como un ser débil, dependiente y casi patético. Son muy evidentes en él los estragos de la falta de amor, salud y hasta dinero, porque para colmo es desempleado. Por eso su sometimiento en esas sesiones de sadomasoquismo parece más motivado por sentirse vivo que por placer. 

Pero a pesar del patetismo de Pablo, el espectador no lo abandona, como no se abandona a un convaleciente, casi  desahuciado, y también porque en el fondo hay en él una suerte de integridad por seguir en su ley, muy a pesar de todo y de todos. Es por eso que la película, a través de este personaje, sabe meternos al universo de los homosexuales, que aquí son un poco marginales -por decisión- y clandestinos por el tipo de prácticas que tienen. Se trata de una especie de "logia", con indumentaria, ritos y jerarquía. Y la película nos introduce a este universo de manera honesta, sin timidez pero tampoco queriendo escandalizar.

La puesta en escena, en especial la recreación de los espacios, insiste en ambientes empobrecidos, sofocantes y casi decadentes, en donde la atribulada vida sin amor de Pablo se ve aún más digna de lástima. Igual ocurre con la cámara y la iluminación, que están en función del personaje y sus acciones, de un realismo y una austeridad que también nos acercan más al tema y se alejan de glamurizar cosas con las que sería posible hacerlo. Así que tenemos en esta película una crónica de vida contada con desenfado y honestidad, que es capaz de acercar al espectador a un mundo que, si no pertenece a él, por siempre le estaría vedado.

Publicado el 28 de septiembre de 2007 en el periódico El Mundo de Medellín.

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