Los perdedores cantan “Superfreak”
Por Oswaldo Osorio
El concepto de “perdedor” en la cultura norteamericana podría explicar lo mucho de decadente y superflua que es. En las series televisivas, las películas y las noticias sobre matanzas en centros educativos, siempre se pone en evidencia que su mundo está dividido entre perdedores y ganadores. Esta película es sobre una antológica familia de perdedores, un grupo de personas con edades representativas que son lo contrario al “sueño americano”, un contraste con el cual sus realizadores hacen una mirada crítica y en cierta forma irreverente sobre esa cultura que tiene por modelos a personas como Paris Hilton y Will & Grace.
Ser perdedor no es un asunto circunstancial, sino una cuestión, según ellos, de actitud y naturaleza. Ser perdedor tiene que ver con lo que no es bello, ni políticamente correcto, ni exitoso económicamente, ni igual a los demás. En esta familia no se cumplen ninguna de estas condiciones, por eso son perdedores, freaks (fenómenos), weirdos (raros) o cualquier otro apelativo excluyente de esos que siempre usan. Esto queda comprobado cuando salen en su travesía y, sobre todo, cuando llegan al concurso de belleza para niñas. El contraste se hace evidente y la confrontación inmediata, porque no hay lugar para la dos visiones del mundo. Pero la mirada que hace la película le da un giro a la situación, entonces para el espectador el verdadero espectáculo de fenómenos son esas niñas de seis años vulgar y grotescamente desfilando en traje de baños, empastadas en maquillaje y con una sonrisa casi macabra.
Aunque se trata de una película inteligente en la construcción de su historia y en el desenmascaramiento que hace de esa fatua Norteamérica de gente linda y exitosa, molesta un poco lo evidente del guión en crear la familia disfuncional perfecta, desde el abuelo drogadicto hasta el tío suicida todos están pensados para recalcar la premisa del filme. Aunque esto se ve compensado por unas interpretaciones que le infunden alma al cliché que podrían ser, así como por esa suerte de química que se logra entre los seis personajes, quienes hacen del carácter coral del relato una de sus principales virtudes.
Continuando con las sospechas contra este filme, también es muy evidente su esmero en ser políticamente incorrecto, aunque sin excederse al grado de la verdadera trasgresión, sólo lo suficiente para establecer su punto de vista y ridiculizar (con algunos clichés también) al bando opuesto. En contrapartida, lo que podría verse también como una concesión al público, pero que resulta muy afortunado, es el cambio de tono del relato, pues se necesita talento y buen manejo de los recursos del cine para hacer que una historia, sin forzarla (demasiado) pase del patetismo al drama, luego a la comedia y, finalmente, a la fábula emotiva.
Se trata, entonces, de un filme divertido y en buena medida encantador, un filme que con cierto ingenio contraataca la cultura E! enterteiment, ésa para la que ser ganador significa lanzar misiles y hacer concursos de belleza para niñas de seis años. Pero tampoco hay que caer del todo en la trampa, porque es una película que también tiene algo de ese cine que se quiere ungir de un tufillo de “cine independiente” que en la actualidad se está vendiendo tan bien y que incluso está ganando hombrecillos dorados de la Academia.
Publicado el 25 de mayo de 2007 en el periódico El Mundo de Medellín.