Cine de acción con conciencia moral
Por Oswaldo Osorio
Resulta desconcertante la ambigua impresión que puede dejar esta película, puesto que, por un lado, parece una bienintencionada historia que quiere denunciar y reflexionar sobre un tema serio, pero por otro lado, es un filme que se esmera en poner en juego todos los elementos que normalmente funcionan para enganchar e impresionar fácilmente al gran público.
Pero la verdad es que esta ambigüedad parece más bien la marca de fábrica del director Edward Zwick, pues ese cine en clave de épica de acción y aventura, que de trasfondo impone temas graves y una declarada conciencia moral, es el que ha desarrollado durante casi toda su filmografía: Tiempos de gloria (guerra civil norteamericana), Coraje bajo fuego (primera guerra de Irak), Estado de sitio (terrorismo en Nueva York), El último samurai (guerra civil japonesa).
En esta ocasión habla de la problemática situación de África en relación con la violencia, la pobreza y la culposa participación del hombre blanco en todo esto. Específicamente se centra en la inescrupulosidad de las sociedades ricas para comprar los diamantes que, luego, estas naciones africanas utilizan para desangrarse en luchas de poder, que en últimas, como ocurre con todas las guerras, siempre son disputas por intereses económicos.
Pero entonces para desarrollar esta idea, Zwick propone una -no del todo compatible- mezcla de cine de acción y thriller político. Una mezcla que en principio puede funcionar en beneficio del ritmo variable del relato, pero que en definitiva no termina por decidirse sobre qué es lo que verdaderamente le importa, si las vertiginosas e impactantes secuencias de acción, de esas que hacen cortar la respiración mientras duran, o la trama que explica y cuestiona la corrupción y la doble moral de quienes intervienen en esta intriga.
El mismo personaje que hace Leonardo Di Caprio es el principal reflejo de esta doble composición del filme, pues en unos pasajes se nos presenta como una suerte de Rambo, fuerte, habilidoso, invencible y temerario, mientras en otros parece un dandy africano, un hombre de mundo, inteligente y un galán que se las da de rudo, pero que termina, cual Humphrey Bogart en Casablanca, derrochando heroico altruismo.
Sin embargo, si bien es una película que puede hacer que el espectador tome conciencia de dicha problemática, o que reconfirme con disgusto e impotencia la injusticia y crueldad que devienen de quienes tienen el poder político y económico del mundo, su tratamiento a veces superfluo y efectista le resta credibilidad, así como su tono siempre políticamente correcto la hace ver como sensiblera y condescendiente. La suerte final de los tres protagonistas lo prueba: uno casi inmolado, otro reivindicado (moral y económicamente) y la otra triunfante en su conciencia y en su profesión.
Pero más allá de las racionales sospechas de una crítica de cine en cuanto a su tema y el tratamiento que le dieron, se trata de una película tremendamente impactante y cautivadora. Toda la subtrama de la adoctrinación de los niños y en los zombis asesinos en que los convierten, por ejemplo, difícilmente se olvidará; así mismo, las viscerales secuencias de acción, con toda la perfección de su factura, resultan todo un espectáculo, cruel y macabro, pero espectáculo; y también algo del problema de África quedará dando vueltas un buen tiempo en la cabeza de los espectadores, aunque seguramente sólo hasta ver otro filme sobre Bosnia o Irak o Colombia.
Publicado el 23 de febrero de 2007 en el periódico El Mundo de Medellín.