El narcisista vulnerable
Por Oswaldo Osorio
Las películas normalmente se conciben para contar historias y la mayoría de los espectadores esperan eso de ellas. Es posible que muchas pongan en juego unas ideas a partir de esas historias, sólo que siempre estarán condicionadas por el argumento. Pero algunas cintas buscan otra cosa, como ocurre con ésta del director Bennett Miller, que busca, por encima de la anécdota argumental, crear unos ambientes, transmitir unos sentimientos y, sobre todo, construir un personaje en toda su complejidad. El título ya lo anticipa, ésta es una película sobre el escritor Truman Capote, y no sobre unos asesinatos en Kansas o sobre un hombre condenado a muerte o sobre el proceso de escritura de uno de los libros más importantes del siglo XX.
Pero el filme tampoco es una biografía, y tal vez eso es lo más atractivo de esta película y en lo que se diferencia de esas biografías edulcoradas a las que nos tiene acostumbrados a ver el cine de de Hollywood. Sólo basta citar los ejemplos más recientes: Alí, Ray, Kinsey, Johnny & Joon y un largo etcétera que simplemente aplican una fórmula y se ciñen a un esquema que sigue el ciclo vital de una personalidad. Capote, en cambio, retoma solamente seis años de la vida de este célebre escritor, el tiempo que necesitó para escribir A sangre fría, un episodio que, como muy certeramente se dio cuenta el autor de libro en el que se basa el filme (Gerald Clarke), puede dar cuenta de la esencia del personaje en casi todas sus facetas.
Se trata, entonces, de un dimensionado retrato de Truman Capote que sabe transmitir con precisión esos extremos en que se movía el escritor: entre la vulgar frivolidad y el genio admirado por todos, entre la reprobable falta de escrúpulos para con los demás y también con el ejercicio de su oficio y su sensibilidad ante la naturaleza humana y la literatura. Por estas razones, resulta inevitable rechazar esa empatía que el espectador siempre siente por el protagonista de un filme, más difícil resulta rechazarla si, como en este caso, se conocen las deliciosas e inteligentes obras de este hombre. Pero esto necesariamente ocurre cuando el narcisismo y la cuestionable ética de Capote son puestos en evidencia por el filme. Su egoísmo y utilitarismo, incluso con sus seres queridos, son develados aquí de forma casi implacable, dando así muestra de la honestidad y la intención que tiene la película para recrear, de la manera más completa y compleja posible, a este personaje.
Pero la verdadera complejidad y dimensión del Capote que presenta el filme se pueden ver cuando lo reprochable de su personalidad es confrontado con su vulnerabilidad y la angustia que le ocasiona ser consciente de su comportamiento. Casi se puede ver el sufrimiento y la calmosa desesperación del hombre y del escritor. Su buena compostura es traicionada al igual por su egocentrismo que por su llanto. Y para poder ver estos matices fue necesaria una interpretación inteligente y entregada, por eso es una película de personaje, una película para un buen actor, y ese buen actor es Philip Seymour Hoffman, de quien ya hace mucho (antes de este Oscar que ojalá no lo eche a perder) se sabía que era grande, sólo habría que mirar Por amor a Lisa (Todd Louiso, 2002) otra película de actor, pero que incluso no tenía las posibilidades de fácil lucimiento histriónico que tenía Capote.
De manera que ésta es una película que se sostiene por el talento de un actor y por la riqueza y profundidad del personaje que, tanto el guión como la actuación, logran construir. De ahí que no es una película amarrada a los imperativos de un esquema argumental, ni siquiera en su relato o sus imágenes alcanzan dicha riqueza, porque en esos aspectos es más bien una película un poco plana, sino que aquí la historia está en la sicología del personaje y las imágenes en la complejidad de sus emociones.
Publicado el 19 de mayo de 2006 en el periódico El Mundo de Medellín.