¿Cine político o de entretenimiento?
Por Oswaldo Osorio
La única virtud que prevalece en todas las películas de Spielberg es la de ser un buen (a veces gran) narrador. Por lo demás, su obra es tan irregular como constante su solidez en la taquilla, y esa es una paradoja que acompañará por siempre a la industria del cine. Con este nuevo filme retoma esa otra tendencia de su cine en la que se ocupa de temas serios y pretende decir grandes cosas, aunque se sabe que le quedan mejor las películas sin pretensiones y preferiblemente contadas en clave de aventura o ciencia ficción.
El título de esta película hace alusión al acto terrorista cometido por palestinos durante los juegos olímpicos de 1972 contra la delegación israelí, pero la historia que cuenta es lo que vino después, esto es, la retaliación por parte del gobierno judío. De manera que la línea argumental de la película es la venganza, lo cual implica apelar al elemental esquema de “voy los mato y vuelvo”. De hecho, la película es la adaptación de un libro del periodista George Jones titulado Venganza.
A pesar de esta elemental línea argumental, el énfasis del filme efectivamente está en la narración, no tanto de los acontecimientos que ocurren, que en esencia son iguales todos (los asesinatos uno tras otro de palestinos importantes), sino que el énfasis está en la forma en que son contados. Entonces Spielberg demuestra su enorme habilidad para jugar con la intriga, crear tensión, sostener el suspenso y, en general, aplicar eficazmente todos los recursos del thriller, el de espionaje en este caso. De manera que se trata de una película tremendamente entretenida que domina a la perfección la principal característica del thriller: manipular y sostener la atención del espectador.
Pero si argumentalmente es elemental, lo que pone en juego no lo es tanto, aunque vuelve a esa elementalidad en lo que finalmente termina planteando. En una crítica de cine no se va a resolver el conflicto palestino-israelí, por eso lo que aquí importa es que la película retoma el polémico tema del terrorismo y la funesta ley del talión que sirve de método para enfrentarlo. Incluso Spielberg expone por igual la crueldad tanto de palestinos como de judíos, lo cual puede ser visto como algo valiente o -no ha faltado quién- como una cobarde forma de no tomar partido.
Parece que todo el mundo ha hecho fila para decirle cobarde o valiente a Spielberg, en especial los bandos implicados y sus simpatizantes. Pero si se mira bien, Steven Spielberg hizo lo que haría cualquier artista (porque él lo es, no importa lo mucho que venda), esto es, tomar partido por el humanismo. La violencia sólo genera violencia y dolor, ese es el texto básico que el filme maneja de fondo, y lo hace desde lo general demostrando lo absurda y costosa que es esa ley del talión, y desde lo particular cuando el contacto con la muerte se convierte en una carga moral para el protagonista (aunque también es cierto que da a entender que esa carga más que por culpa es por miedo y paranoia).
En últimas, lo que resulta difícil de discernir en esta película es sus verdaderas intenciones, porque de un lado, el énfasis en gran parte está puesto en un aspecto cinematográfico: el ensimismamiento de la narración en los juegos de intriga y suspenso propios del thriller, y del otro, la intención de ser cine político, pero con unos planteamientos demasiado básicos y hasta ambiguos (¿cuál es el sentido de las torres gemelas en el último plano de la película, por ejemplo?). O incluso el valor de la película está justamente en esta doble y poco precisa composición: quienes estén atentos del aspecto político se cuestionarán al respecto sacando algo de ello y quienes busquen entretenimiento lo encontrarán en su sostenida narración y sus secuencias de acción.
Publicado el viernes 2 de febrero en el periódico El Mundo de Medellín.