La viva o la muerta me da igual
Por Oswaldo Osorio
El universo de Tim Burton siempre se ha movido entre dos coordenadas opuestas, pero su estilo no permite que sean excluyentes: realidad y fantasía (El gran pez), el mundo infantil y el adulto (Pee-Wee Herman, Charlie y la fábrica de chocolates), la inocencia y lo macabro (El joven manos de tijera, La leyenda del jinete sin cabeza), y así se podría identificar ese juego de contrarios en casi cada una de sus películas, un juego que constituye la esencia de sus historias y personajes, eso es lo que los mueve y lo que los hace tan originales y atractivos.
Con esta nueva película Burton vuelve a sus raíces, pues empezó como un animador (cuyo macabro estilo no fue muy compatible con la candidez de la Disney, donde trabajaba) y sus primeros cortometrajes, Vincent (1982) y Frankenweenie (1984), fueron realizados en stop motion, ese tipo de animación en el que se filman los personajes y escenarios físicos cuadro a cuadro, y que ahora en la era de la animación digital resulta casi anacrónico. Pero apelar a este sistema no fue por la nostalgia o algo parecido, sino una decisión estética.
Resulta inevitable sobre todo referenciar el antecedente de El extraño mundo de Jack (1993), película con la misma técnica dirigida por Henry Selick que recrea el universo de Tim Burton, su diseñador de producción. La esencia de esta película es, más que en cualquier otra, los contrarios, pues todo en ella es el resultado de querer mezclar la noche de brujas con la navidad. La consecuencia de esto es una rica historia llena de connotaciones, ingenio e ironía, así como un personaje tremendamente original y complejo.
En El cadáver de la novia, aunque la oposición de contrarios que origina todo es la vida y la muerte, se trata de una historia más sencilla (por no decir pobre) y menos envolvente. En principio parece el mismo personaje de todas sus películas: un hombre todavía joven, ingenuo, tímido, noble y un poco oprimido. Pero hay una diferencia sustancial con otros personajes, porque el trasfondo de la historia aquí no es una macabra ironía o un universo oscuro y truculento, sino el amor, pero no de cualquier clase, sino ese amor idealizado propio del romanticismo que caracteriza la época en que se desarrolla la historia, ese amor que con una sola mirada ya nace y se hace fuerte.
En este contexto, en el personaje de Víctor no hay esa ingenua pero casi monstruosa obsesión de Jack Skellington o la sombría y cobarde valentía de Ichabod en La leyenda del jinete sin cabeza, sino que más bien hay una suerte de pusilanimidad con la que resulta menos fácil identificarse. Para Víctor parece que cualquier cosa que le resulte estará bien: casarse con la novia viva o con la muerta o tal vez al fin con la viva. De la misma forma, el villano parece de cuento de hadas, así como la forma de librarse de él. Todo esto podrá parecer muy exigente para una cinta infantil, pero es que no es una película infantil, es una película del gran Tim Burton y resulta inevitable apreciarla comparativamente, y en esa medida, igual que ocurrió en Charlie y la fábrica de chocolates, a esta película le faltó “oscuridad”: en el conflicto, en la historia y en los personajes.
El aspecto visual ya es otra historia. Esa “oscuridad” está en todas partes, y paradójicamente, aún más en el mundo de los vivos, donde todo es gótico, gris y de una austeridad temible pero estéticamente fascinante, más todavía por el tipo de animación utilizado. El mundo de los muertos, en cambio, es todo color y fiesta, el ambiente sombrío y la actitud mezquina de los vivos no hace parte del universo de la Parca. Y aquí otro referente inevitable: ¿conocería Burton Hasta los huesos (1998), un corto en stop motion del mexicano René Castillo? La similitud es pasmosa, con gusanito y todo.
Éste parece un texto disconforme con el nuevo filme de Tim Burton, pero verdaderamente se trata de una película deliciosa, divertida e ingeniosa, sólo que si se quiere ver como lo que es, como una pieza más de la fascinante obra de un director que ha sabido crear su propio estilo y universo con originalidad y talento, entonces necesariamente resulta menos atractiva.
Publicado el 28 de octubre de 2005 en el periódico El Mundo de Medellín.