Cuando Batman le temía a los murciélagos
Por Oswaldo Osorio
Acaba de nacer el mejor Batman del cine, aun contradiciendo la regla que afirma que casi nunca las secuelas de una película son buenas y mucho menos la quinta. Esto parece una herejía, porque implica pasar por encima del gran Tim Burton y sus dos primeras entregas, pero es que frente a esta nueva versión se encuentra el talentoso director de Following (1998), Memento (2000) e Insomnia (2002), el inglés Christopher Nolan.
Los superhéroes salidos de los cómics casi siempre han sido explotados por el cine para crear películas de acción y aventuras y para hacer alarde de los últimos avances en efectos especiales. Por lo general, después de una primera e impactante entrega viene una seguidilla de filmes menores que sólo buscan capitalizar el éxito inicial. Ocurrió con Supermán en los ochenta y con Batman en los noventa. Esta última saga llegó a un nivel casi indignante con las versiones de Joel Schumacher (Batman eternamente y Batman y Robin), que fueron esquemáticas en su tratamiento argumental, así como chillonas y superfluas en su tratamiento visual.
Christopher Nolan en cambio, en esta entrega está más interesado en explorar la sicología del superhéroe que en sacarle partido a la acción y al efectismo de las imágenes. En esa medida, es una película completamente atípica comparada con las de su género. En Spiderman 2 también hubo algo de esto, cuando Peter Parker comenzó a perder sus poderes porque tenía dudas sobre su naturaleza de superhéroe, pero lo planteó muy superficialmente y se ocupó más de lo que la industria le demandaba: acción y efectos.
Pero la película de Nolan parece más un drama sicológico, porque en esa exploración del personaje se va hasta el fondo de su pasado y de sí mismo, planteando una reflexión sobre la naturaleza del mal y su confrontación con el bien, los dos elementos sobre los que han girado este tipo de películas, aunque siempre sólo para establecer la lucha entre héroes y villanos.
Sin embargo, aquí el bien y el mal son la esencia de la historia y el principal conflicto del personaje, pero no en el mencionado sentido maniqueo, sino que para este Batman más que vencer a los “malos” (eliminándolos o encarcelándolos como en las otras), su verdadero problema es vencer sus propios miedos y establecer una firme postura frente a la relación entre el bien y el mal. Batman en esta película primero vence a los villanos en el campo moral y ético (cuando se niega a ser verdugo, por ejemplo) y luego los combate y los domina con sus artefactos y sus habilidades físicas.
Así mismo, la Ciudad Gótica que propone es más oscura que cualquier otra, pero oscura no sólo en el sentido visual (estéticamente la de Burton fue muy bien lograda), sino también oscura en consecuencia con el mal y la descomposición social y moral. Nolan propone una suerte de realismo estilizado para la ciudad y sus imágenes, una concepción visual igual de orgánica que su historia y su personaje, quien es interpretado por Christian Bale con una vehemencia inédita hasta ahora en los otros actores que han encarnado a Batman.
Cuando los seguidores de Nolan supieron que iba a hacer un Batman, creyeron que lo estaban difamando, porque una quinta parte de una película taquillera y de superhéroes es el antídoto perfecto contra el talento y la originalidad. Pero este director demostró lo contrario, y para ello se rodeó de un grupo de buenos actores ingleses, seguramente le impuso unas cuantas reglas de libertad artística al estudio antes de firmar el contrato, elaboró junto con David S. Goyer un complejo guión y no hizo concesiones a la tradición de acción y efectismo de este tipo de películas y mucho menos a las masas alienadas que aplaudieron igualmente las versiones de Burton y Schumacher sin diferenciarlas, ese público que ve las películas que las grandes campañas publicitarias les dictan y que seguramente encontrarán muy aburrido este nuevo filme del hombre murciélago.