La reinvención del musical
Por Oswaldo Osorio
Como dice al final de sus créditos, ésta es una película sobre verdad, libertad, belleza y, sobre todo, amor. Pero también es una película sobre música, una película que se arriesga con sus imágenes, con su concepción del cine y con la forma de abordar un género tan difícil (y en desuso) como es el musical, al punto de poder decir que su director redefinió el género, así como lo había hecho con –si se me permite el término- el cine de baile en Bailando en tu piel (1992) o con las adaptaciones de Shakespeare en Rromeo+Julieta (1996).
Su planteamiento argumental, acerca de una cortesana que se debate entre el amor verdadero y el amor por interés, es más o menos convencional, pero el manejo que le da Luhrmann no lo es, porque el ritmo y el sentido dramático con que construye su historia, en un registro que va de la farsa circense a la gravedad operática, la dota de una fuerza y una originalidad que no sólo sostiene el interés en una trama cuya intensidad siempre va en ascenso, sino que también sorprende con sus desconcertantes giros de la comedia al drama y viceversa.
Además, tanto argumento como narración son construidos o enriquecidos con las letras de las canciones interpretadas por los actores, lo cual no tiene nada raro al tratarse de un musical. Pero cuando identificamos, en el París de 1899, algunos de los temas más populares de la música del siglo XX, en especial del pop y el rock, el sentido cambia por completo y los sentimientos cobran mayor fuerza: la ira y la tristeza cuando cantan “Roxanne” de The Police a ritmo de tango, la emoción y la ilusión con “Heroes” de David Bowie, la burla con “Like a virgin” de Madonna o el dolor con “Show must go on” de Queen. Y así con U2, The Beatles, Elton John, Nirvana... todo un catálogo de canciones y sentimientos.
Aunque la historia de amor y la música son los principales protagonistas de este filme, la concepción visual que maneja completa a la perfección su originalidad y exuberancia. Toda su puesta en escena, es decir, maquillaje, vestuario, decorados y actuaciones, van hasta el límite de un colorido, un abigarramiento y un frenetismo que difícilmente otra película hubiera soportado. Pero la inteligencia y audacia con que fue concebida esta película todo lo puede: el anacronismo musical, el melodrama tomando el relevo de la parodia, un montaje vertiginoso o la irreverencia con un género. Y es que al ingenio y al talento no se le pueden poner límites y Baz Luhrmann tiene de ambos.