Frank Capra haciendo cine snuff
Por Oswaldo Osorio
Ésta no es otra película más de policías y criminales, no es tampoco otra más de cine de acción y sicópatas desalmados. No hay que dejarse engañar porque esta película sea cine de género, pues los géneros siempre han hecho parte de la esencia del séptimo arte, sólo que su vigencia y validez dependen de cómo exponga y combine esos elementos que ya todos conocemos. Ésa es la principal cualidad de 15 minutos (15 minutes, 2000), que todo eso que conocemos de un thriller policíaco, es decir, la intriga, el suspenso, la acción, las persecuciones y la oposición entre la ley y el crimen, está dispuesto y desarrollado con cierto ingenio y aun con la capacidad de sorprendernos. Es verdad que su final resulta un poco excesivo y complaciente, pero no tanto como para mandarla al infierno de las películas olvidables.
Sobre esta estructura del policíaco su guionista y director, John Herzfeld, nos cuenta la historia de dos policías que se enfrentan a una pareja de inmigrantes de Europa Oriental, dos buscadores de fortuna que se maravillan con la decadencia y permisividad que reina en Estado Unidos, auspiciadas por la televisión y el sistema mismo. Por eso los temas de fondo del filme son los medios y su amarillismo, el público enfermizo que los consume y que al tiempo los alimenta y la manipulación y el desafuero a que se puede prestar todo esto.
En general, estos aspectos son bien expuestos por el filme, pero sin profundizar mucho, porque ése no es su objetivo; lo que sí hace es plantear preguntas serias como por qué ocurre todo eso, cómo evitar sus consecuencias, hasta qué punto se debe permitir la liberad de expresión o por qué una cultura civilizada está cayendo al primitivismo, morbosidad y decadencia de los reallity shows. La respuesta a todo esto tiene que ver en buena parte con que todos quieren alcanzar esos quince minutos de fama de que hablaba Andy Warhol, sin importar mucho los medios de que se valgan para lograrlo.
Tanto los elementos del género como el tema del filme, están empacados en un relato que evita en lo posible los lugares comunes y las salidas predecibles; aunque sus personajes sí son casi todos puros arquetipos, excepto el que interpreta Robert De Niro (naturalmente) y también aquel otro que registra con frialdad crímenes atroces, guiado por una ingenua y sicótica pasión por el cine, la cual le permite asumir al mismo tiempo, con paradójica naturalidad, su rol como realizador de snuff movies* y luego presentarse, no por ironía sino por admiración, con el nombre de Frank Capra, ese gran director del Hollywood clásico que con su cine cándido y optimista alentó el ideal del llamado “sueño americano”.
La concepción visual de esta película igualmente resulta dinámica y llamativa, no sólo por el buen ritmo de su montaje, sino también por la constante intrusión de esa cámara snuff que registra los crímenes y que es una muestra más de la sistemática intervención del video en el cine desde hace años. Pero no sólo se trata de las posibilidades que otorga el video para hacer un cine más ágil y barato, sino que se trata de algo más complejo y medular: el video está cambiando la concepción formal del cine, tanto en la forma de registrar las imágenes y en la espontaneidad que permite a la puesta en escena como en la dinámica misma del montaje, del ordenamiento de esas imágenes.
*Snuff movies: Películas en las que se tortura y asesina realmente a los actores-víctimas con el fin de registrarlo todo con una cámara.