Espuma y nada más
Por Oswaldo Osorio
La crítica de cine no se debería ocupar de filmes como éste, pues son más un producto que una obra y, por consiguiente, no pretenden alcanzar un gran nivel artístico o cinematográfico, sino que centran casi todo su interés en lograr una perfección técnica cada vez mayor, que es con lo que, principalmente, convencen al gran público de que se trata de una importante pieza de cine.
Andrés Caicedo decía que había películas bien hechas pero malas, lo cual es muy típico de Hollywood y justo el caso de esta cinta de Michael Bay. Pero la magnitud de este tipo de películas, su elevado presupuesto, la abrumadora publicidad, sus récords en taquilla y las “noticias” que día a día producen, hacen parecer que filmes como El día de independencia, Titanic o Pearl Harbor son lo mejor del cine mundial.
Sin embargo, en realidad Pearl Harbor (y similares) es un cine donde todo está muy bien puesto, su factura es impecable y aplica con todo rigor las fórmulas y esquemas, pero es un cine vacío, un cine que es como la espuma, compuesto de una sucesión de burbujas, brillantes, perfectas y que explotan maravillosamente, pero que nada tienen por dentro: no hay verdadera emoción en las situaciones que plantea, no hay romanticismo auténtico en el insípido y predecible triángulo amoroso que propone, tampoco hay humanidad en el tratamiento de los temas y personajes y mucho menos reflexión histórica. Todo esto se cambia por golpes bajos y sensibleros, clichés románticos, pirotecnia de efectos especiales en la acción y un tono arrogante que justifica, a posteriori, el horror de Hiroshima y Nagasaki (otros dos días de infamia).
El problema de esta película no es que acuda a fórmulas (Titanic lo hizo y en buena medida funcionó), sino que en su aplicación no haya escenas sino lugares comunes, que no haya personajes sino arquetipos, ni tampoco dimensión histórica sino demagogia patriótica; es por eso que en Peral Harbor no se ve nada auténtico, nada relevante ni que nos toque realmente. Se trata de pura carpintería de un guionista que buscó la salida fácil y segura, y de un director que, como ya lo ha hecho con sus otras películas (La Roca, Armaggedon), fue tras la complacencia en las secuencias dramáticas y el efectismo y la espectacularidad en las de acción. Es cierto que éstas últimas se disfrutan mucho, pero es sólo virtuosismo técnico y no cinematográfico, es sólo media hora llamativa y excitante, pero una “gran” película no se puede reducir únicamente a eso y el público que acude masivamente a verla lo debe de entender.