El buen cine y el cine importante
Por Oswaldo Osorio
Las películas importantes se reconocen, entre otras cosas, por su capacidad para ubicarse bien en algún lugar de la historia del cine y por el conocimiento que evidencian del lenguaje cinematográfico y el uso que hacen de él. Snatch parece una película importante, pero no lo es. Es una muy buena película, llena de humor, con un guión ingenioso y una atractiva propuesta visual, pero eso sólo garantiza dos horas de entretenimiento y estímulo para los sentidos, por lo demás, se pierde en el cercano horizonte con, también buenas películas, como Los sospechos habituales, de Bryan Singer o Doberman, de Jan Kounen.
La de Snatch es una laberíntica historia de gángsters que se ganan la vida con el robo y las apuestas ilegales. La complejidad de su trama comienza con la vertiginosa presentación de casi una decena de personajes, violentos, coloridos y divertidos, y con más o menos el mismo peso dentro de la acción. A este reparto coral se le suma un relato concebido de manera trepidante, que casi no da tregua para asimilar tanta información de personajes y situaciones. Además de eso, un valioso diamante y una pelea de boxeo que funcionan como litmotiv y aglutinantes de la acción, y ya queda preparado el cocktail completo para que sea una película atractiva formalmente y construida con más virtudes que defectos.
Sin embargo, y volviendo a la diferenciación inicial, uno se queda pensando en por qué es una buena película pero no alcanza a ser importante, entonces resulta inevitable compararla con Pulp Fiction (1994), de Quentin Tarantino, una referencia que se hace presente desde los primeros minutos del filme de Ritchie, pues son películas muy parecidas en su dinámica, en sus personajes y en sus historias. Pero la diferencia está en que la película de Tarantino fue más allá del cine conocido hasta entonces, pues él es un gran conocedor del funcionamiento orgánico de este arte y propuso rupturas en su lenguaje y en la forma de narrar una historia. Por eso su cine apela a la emoción pero también al intelecto.
En la película de Guy Ritchie, en cambio, hay ingenio, es cierto, pero la satisfacción sólo llega a ser momentánea, durante el tiempo de su proyección. Y es que en ella se evidencia, más que el conocimiento del cine en sí como sucede en Tarantino, el hábil manejo de los recursos y la facilidad para abordar el género en cuestión. Por eso es un filme que no es revulsivo ni sorprende mucho, pero sí resulta muy eficaz como vuelta de tuerca del género y de las situaciones que plantea.