La jauría corrupta
Oswaldo Osorio
Esta película es una pesadilla de principio a fin, tanto para Mariam, su protagonista, como para el espectador. Y con esta sumamos otra historia en el cine a la larga lista que pone en evidencia la injusticia y arbitrariedad con la que el mundo islámico trata a las mujeres. Y aunque no hay que dejar de contar estas historias, incluso hasta después de que cambien las cosas, cada una de ellas debería decir algo diferente o de forma distinta, lo cual en este caso resulta más bien dudoso.
Es Túnez y una joven universitaria en los primeros minutos es violada por policías. El resto del relato es su agónico recorrido por una noche en la que el machismo, la burocracia y la corrupción se convierten en un abuso casi peor que del que ya fue víctima. Y es que en ese mundo nocturno de hombres, la decencia y la compasión son escasas, mientras que las mujeres pierden aún más sus derechos, lo cual puede suceder en mayor medida si tienen un comportamiento que se desvíe siquiera un poco de las rígidas reglas morales de esa sociedad.
La pareja de directores no oculta su indignación por situaciones como esta y ponen todos sus recursos en función de denunciarlo y repudiarlo. La corrupción policiaca, la doble moral de esa comunidad, la cómplice indiferencia de la mayoría, la inhumanidad de la burocracia y la posición desventajosa en que siempre se encuentra la mujer en este contexto. Todos y cada uno son vicios y males sociales que resultan ilustrados con detalle y duro dramatismo en las nueve secuencias o capítulos numerados en que está dividida la historia.
No obstante, esto no debería ser suficiente para otorgarle valor a una obra cinematográfica. Es cierto que el cine es un medio, no solo para denunciar, sino para entender mejor las problemáticas sociales a través de la cercanía y emotividad que logra con sus personajes y su puesta en escena. Pero lo que ocurre en este filme es que, si bien estos aspectos tratados aquí son expuestos con suma contundencia, este efecto se logra por la forma amañada y a veces burda de construir su argumento y las situaciones dramáticas.
En otras palabras, el abuso al que fue sometida esta joven y luego las onerosas circunstancias en que tuvo que llevar su desgracia, ya tenían la suficiente fuerza para causar indignación y rechazo o para entender el punto que la película quería dejar claro sobre esta sociedad. Sin embargo, tanto el guion como la dirección se esforzaron demasiado para hacer todavía más evidente todo. Por eso, hay muchos momentos groseramente obvios o inverosímiles, como el video tirado junto a ella inconsciente o la inexplicable desaparición de escena del médico forense.
En lo que sí resulta reveladora y afortunada esta historia es en su capítulo final, una escena en un solo espacio y con cuatro personajes en una situación que resume el drama, la tensión y el conflicto que puso en juego la película. No contaré qué pasa porque ya bastante he adelantado del argumento, pero esta parte sí es necesario experimentarla y ver lo que le ocurre a esta mujer y en lo que se convierte. Con este final (a pesar de ese otro guiño nuevamente obvio cuando se pone la manta como capa), se olvidan todas las falencias del filme y se reivindica en su contundencia y espíritu de resistencia.
Publicado el 6 de mayo de 2018 en el periódico El Colombiano de Medellín.
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