Los aprendices del cosquilleo
Oswaldo Osorio
Se dice que el cuarto cine es aquel que toca los temas del tercero (la realidad social latinoamericana) con el lenguaje y los esquemas del primero (el de Hollywood). En ese sentido, esta película pertenece a ese tipo de cine, con todo lo que esta –a veces contradictoria- combinación implica, pues su director, que es un inglés que pertenece a la industria del cine, se vino a Colombia a hacer una película sobre carteristas y delincuentes.
Se trata de un thriller no muy complejo mezclado con ese tono de las películas de adolescentes que están en la transición de abrirse al mundo y llegar a la adultez. Por estos dos esquemas y por la procedencia del director, quien ha hecho filmes como La joven del arete de perla y Hannibal: el origen del mal, necesariamente tenía que tener una narración y un argumento llenos de lugares comunes y recursos harto conocidos.
Y eso no siempre es un problema en el cine de género, pero sí parece serlo en este caso cuando se aplica a este contexto, porque sistemáticamente empiezan a aparecer una serie de momentos y detalles que solo se pueden ver como artificios o salidas inverosímiles. Esas inconsistencias empiezan por los mismos diálogos y expresiones que un par de “rateritos” bogotanos se ven obligados a recitar por un guion escrito por un extranjero; o incluso por la misma concepción de un personaje como el de Juana, puesta en la historia por razones ajenas a la trama, sino más bien por conveniencias comerciales.
Y es que estos problemas de la película se originan justo como consecuencia de esa mixtura de cines mencionada inicialmente. El tipo de personajes y el contexto de marginalidad y delincuencia definen lo que normalmente es una película realista colombiana, sin embargo, la construcción de estos personajes, sus relaciones y la orientación que se le da a su argumento son los de un thriller juvenil de película extranjera que tiene todas las condiciones para enganchar al público: jóvenes bonitos y agradables, villanos despreciables, historia de amor, escena de sexo bajo la lluvia y final complaciente.
Y no es que se trate de una obra denostable o imposible de ver, pues seguramente espectadores más desprevenidos o un público por fuera de Colombia bien podrían disfrutar de esta historia cargada de giros argumentales y en medio del exotismo que puede verse en una capital latinoamericana, pero otra cosa es verla a la luz del cine colombiano, que ha tocado tanto estos temas, personajes y contextos. Desde esa óptica, se trata de una película forzada y artificial que desconoce las sutilezas del universo en que se desarrolla y le quiere calzar unos esquemas y recursos que no se le ajustan bien. Ah, el segundo cine es el de autor.
Publicado el 15 de abril de 2018 en el periódico El Colombiano de Medellín.