Lo humano en el mármol
Oswaldo Osorio
Hacer un biopic (biografía cinematográfica) tan convencional sobre un artista que, literalmente, quiso romper los moldes de su arte y su época, es la contradicción imperdonable de esta película. Y no es que se trate de un filme insufrible, sino que es una lástima que las posibilidades plásticas y dramáticas de la vida del más célebre escultor de todos los tiempos no hayan sido mejor aprovechadas.
El relato recoge la vida de Rodin desde 1880, cuando apenas tenía cuarenta años, hasta más o menos una década después, justo el periodo más decisivo de su vida, porque fue cuando, a pesar de un cierto reconocimiento del que gozaba, aún tenía que librar sus más importantes luchas para imponer su estilo y su genio. Pero, además, es el periodo que coincide con su relación con la ahora célebre Camille Claudel, pupila aventajada, musa inspiradora y apasionado y tormentoso amor.
Como cualquier biopic, la película ordenadamente suelta la información del qué, cómo y dónde sobre el artista. Nada muy interesante ni llamativo, simplemente informativo. Por eso la fuerza del relato deviene del conflicto que surge de su relación con Camille Claudel. Los dos primeros tercios del relato se sostienen en el desarrollo, consolidación, erosión y ruptura de esta relación afectivo profesional. De ahí que la mayor parte del tiempo se pensaría que la película debió llamarse Rodin y Camille.
No obstante, cuando desaparece Camille, el relato padece de la misma desorientación que sucede a cualquier ruptura amorosa. La narración pierde su fuerza y la figura del artista se empieza a desdibujar en sucesivas escenas que casi nada aportan a la historia ni a la construcción del personaje. Apenas si se empieza a sugerir la determinación de Rodin por imponer su estilo a despecho de la tradición y los gustos de la época, una lucha que se vio representada en su escultura de Balzac.
Solo hacia el final puede consolidarse un poco este objetivo, esto es, el desarrollo de la idea del artista adelantado a su tiempo que no cede ante las presiones del mercado y las tendencias imperantes. Pero ya para entonces uno está abandonado a la rutina del biopic que cuenta cosas sobre un personaje, cosas que uno pudo haber sabido, y con más detalle, tecleando su nombre en Google.
Es por eso que resulta inevitable pensar en la versión que hiciera Bruno Dumont de Camille Claudel en 2013. Una película que toma un cortísimo lapso en la vida de la escultura (unas semanas mientras se encuentra internada en un siquiátrico), pero con eso tiene para construir a profundidad a la artista y su relación con Rodin, aunque nunca lo veamos. En esta película, en cambio, lo vemos todo el tiempo, y ciertamente resulta un relato ilustrativo acerca de un artista, su obra y su tiempo, pero esto no debería ser suficiente cuando el cine acerca su mirada a una forma expresiva del arte y a un genio que le dio vida.
Publicado el 1 de abril de 2018 en el periódico El Colombiano de Medellín.
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