Sustancia o estilo

Oswaldo Osorio

¿Qué ocurre si a un armónico mundo constituido solo por mujeres entra un hombre? Esta es la premisa de la historia de este filme y de la novela de Thomas P. Cullinan en que se basa. Lo que ocurre es que esa armonía desaparece y salen a flote conflictos y emociones de diversa índole. Claro, sucedería lo mismo si fuera un mundo de hombres con una mujer, pero en este caso es significativo que la directora sea Sofia Coppola, por toda la comprensión y sutileza que ha demostrado en su obra para con los universos femeninos.

Esa relación se puede demostrar claramente si se compara esta versión con la que hizo de la misma obra, en 1971, Don Siegel con Clint Eastwood (sí, los mismos de Harry el sucio), toda llena de acción y con el énfasis puesto en el intruso. Dos miradas a una misma historia que bien podrían servir para comparar esas diferencias entre lo masculino y lo femenino en distintos sentidos. No se puede decir que una es mejor que otra, solo tan diferentes como los hombres lo pueden ser de las mujeres.

Tampoco se puede decir que la una sea para ellas y la otra para ellos, porque ambas tienen cualidades que se pueden disfrutar dependiendo de lo que se busque en una película. La de Siegel derrocha en visceralidad y sexualidad lo que la de Coppola en creación de atmósferas y sutileza. El problema es que tanta atmósfera y sutileza corre el riesgo de quedarse apenas en un ejercicio estilístico, algo que ya se le había visto en una película como María Antonieta (2006).

Es por eso que lo más sobresaliente de esta película tiene que ver con aspectos formales, desde la perfecta locación, una mansión algodonada por la exuberante naturaleza del Sur en plena guerra de secesión estadounidense; pasando por el cuidado casi preciosista de la fotografía, especialmente en el manejo de una sugestiva y delicada iluminación y de unos cuidados encuadres; hasta las interpretaciones de un grupo de actrices y un actor que supieron entender la delicadeza que proponía esta puesta en escena.

Es por eso tal vez que Sofía Coppola obtuvo en Cannes el premio como mejor directora, porque es en la forma como está dispuesto, se ve y funciona este micro universo (nunca cruzan la cerca de la propiedad) en donde se encuentran las virtudes cinematográficas de este filme, no tanto en la forma del relato y las implicaciones éticas, emocionales y hasta históricas que podría tener este argumento.

Sin duda se trata de una bella y sutil película, un relato al que, escarbando un poco más, se le podrían hacer lecturas en torno al empoderamiento femenino o a las complejas consecuencias de la tensión sexual. No obstante, el estilo parece preponderar sobre la sustancia, y en ese sentido, también depende del tipo de espectador que prefiera lo uno o lo otro, aunque lo ideal sería, siempre, que una película pudiera tener ambos componentes.

 

Publicado el 22 de octubre de 2017 en el periódico El Colombiano de Medellín. 

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