Historia con sabor a haikú
Oswaldo Osorio
Hay historias que deciden juntar a excluidos de la sociedad para hablar tanto de ellos como de la sociedad misma. Se refieren a los primeros a través de la relación que van construyendo y a la segunda, generalmente, por contraste con ellos y en fuera de campo, criticando su naturaleza y funcionamiento, denunciando soterradamente su ignorancia e intolerancia. En este filme se unen tres de esos excluidos, un pastelero, una anciana y una adolescente, en una historia sosegada y sutil con lo que quiere decir.
Ver cine oriental siempre será una experiencia refrescante y diferente, porque maneja otros ritmos, otra sensibilidad con la imagen y otra lógica en su visión del mundo y de las relaciones. Todo eso está presente en esta película, en la que estos tres personajes se encuentran en una pastelería y terminan uniendo lazos afectivos por su carácter de excluidos: él tiene un oscuro pasado, la anciana una terrible enfermedad y la joven al parecer problemas económicos y familiares.
El relato está estructurado en dos partes bien definidas, en la primera, además de establecerse la conexión entre los personajes, se hace una bella y sensible mirada al amor y carisma con que se debe cocinar, en este caso un dulce de frijoles rojos. Así mismo, aflora esa siempre atractiva dinámica que se da entre el maestro y el aprendiz de un oficio al parecer minúsculo, pero que cobra significado si se afronta como un arte, casi como una filosofía de vida.
La segunda parte, tiene que ver con los prejuicios de la sociedad frente a los tres personajes, en especial por la enfermedad de la anciana, pero también por el pasado del pastelero y por la marginalidad de la joven. Y lo que en otro tipo de película podría parecer una falla, que este conflicto no se presente con demasiada fuerza ni intensidad, aquí se agradece que pase casi en fuera de campo, solo insinuado por las consecuencias, pues el tono del relato así lo demandaba. Hacer ruido con el conflicto era restarle fuerza a esa sosegada y entrañable relación que se tejía entre los personajes, así como entre estos y las cosas sencillas que los rodeaban.
Porque esas cosas sencillas están presentes en cada momento de la película. Sobresale especialmente la referencia permanente a los cerezos, a sus flores o a cómo el viento mueve sus hojas. La conexión con la naturaleza siempre está presente en el relato, una alusión emocional, estética y minimalista, justo como un haikú. Y ese espíritu se despliega en toda la concepción visual y narrativa del filme, propiciando un ritmo, más que lento, sereno, y unas imágenes sensibles y contemplativas, tanto con la naturaleza como con la cotidianidad de sus protagonistas.
Publicado el 29 de mayo de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín.
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