Agatha Christie va al Oeste
Oswaldo Osorio
Con su habitual pericia –que ya es una marca personal- para crear estilizados personajes y precisos pero extensos diálogos, Tarantino vuelve al western, esta vez condensando (o forzando) todo el cinetismo y visualidad que lo caracterizan prácticamente en un único espacio. El resultado es un parsimonioso y violento thriller, con cierto tufillo a las novelas de misterio de Agatha Christie, en el que lleva al extremo algunos de sus gustos y manías estilísticas, para bien o para mal.
Y es que los más fanáticos de su estilo tal vez agradezcan esos excesos en los diálogos y la violencia, que transcurren también en un excesivo metraje de casi tres horas. Pero por otra parte, probablemente no sea tan atractivo ese excéntrico banquete de cine para espectadores no iniciados en su cine o menos cultores de él.
Casi toda la historia se reduce al encuentro y confrontación entre diez personas en un refugio en medio de una dura tormenta. Toda una coreografía de nueve hombres que van y vienen en ese espacio reducido y con una mujer en medio, quien es el origen de todas las suspicacias. Y todo esto está en función de la vieja pregunta de las clásicas novelas de misterio: ¿Quién es el asesino? O en este caso, ¿Quién o quiénes son los cómplices?
En medio de eso, realmente no hay mucho más, por lo que el peso e interés del relato recae principalmente en la trama, esto es, lo que va pasar y lo que ha pasado, la relación entre los personajes y sus verdaderas motivaciones y objetivos. Además del principal distintivo de este director, los diálogos, esas construcciones recargadas e ingeniosas al tiempo, en medio de las cuales están diseminadas micro historias que adoban el relato y les da volumen a los personajes. Bueno, pero otro tipo de espectador podría ver esto solo como palabrería que da rodeos en una situación protagonizada por hombres que realmente eran de pocas palabras.
Por eso el cine de Quentin Tarantino se debe leer más desde la cinefilia, la estilización y el pastiche que homenajea y recicla, en este caso a un género, el western. La presencia de Enio Morricone en la banda sonora es prueba de ello, porque es el músico responsable de definir el sonido de la música del oeste, aunque sea un italiano que hizo sus composiciones para espeguetti westerns hace cincuenta años. Afortunadamente, Morricone no se repitió, sino que, por el contrario, se mostró inédito y audaz con su propuesta musical.
Si bien en esta trama y sus diálogos se encuentra también la oposición entre blancos y negros, tan presente recién terminada la Guerra Civil Estadounidense, la carga política que se le ha querido conferir al filme se reduce al simple planteamiento de opuestos propios de aquel contexto histórico y a un par de frases que algunos han querido polemizar al ubicarlas en el momento actual. Pero como siempre, ética e ideológicamente es otra película indefinida, incluso inofensiva, de este autor. Lo suyo es la cinefilia, no la política.
El problema con esta película es que, si solo hay una elaborada trama con sus consabidos diálogos, pero sin algo de peso para decir y, peor aún, carente de la visualidad e ingenio con las imágenes de sus otras películas (a causa del espacio limitado), tal vez solo sea una película apropiada para fanáticos y seguidores de este mediático director.
Publicado el 24 de enero de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín.
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