Viaje a pie
Oswaldo Osorio
Esta es una road movie a pie. Y como en todas las road movies, quien viaja lo hace buscando y/o huyendo de algo. Además, la travesía no solo es física sino -o sobre todo- emocional. En esta historia su protagonista, Cheryl Strayed, huye y busca. En medio de esto también se transforma y, consecuentemente, al final de la travesía no es la misma mujer que la inició.
Cheryl Strayed decide recorrer sin compañía la Pacific Crest Trail, una ruta de mil seiscientos kilómetros que recorre de sur a norte el oeste de Estados Unidos. Paulatinamente y sin afanes, el relato va aclarando la razón de este viaje. Para hacerlo, el director apela a una estructura narrativa en la que la continuidad cronológica del viaje es constantemente interrumpida por miradas al pasado de la protagonista: a su infancia, a la relación con su madre, a su malogrado matrimonio y su vida cargada de culpa e insatisfacción.
En esta visión fragmentada, pero articulada por el viaje a pie, se ven al menos tres diferentes Cheryl Strayed: la niña, que a pesar de las adversidades de su familia no ha perdido la inocencia; la mujer, sumida en una espiral de autodestrucción; y la caminante, que busca su redención recorriendo ese largo sendero y sufriendo físicamente, por el consecuente maltrato de tan dura empresa, pero también emocionalmente, por las culpas y fantasmas del pasado que acudían a llenar los espacios de su soledad.
La que más se puede ver en el relato es, por supuesto, la última, quien paradójicamente está más desorientada que la niña y la mujer, pero es una desorientación producto de su voluntad de cambiar y renovarse. No sabe cómo o si lo logrará, pero esa desorientación es como una hoja en blanco en la que -un poco literalmente, debido al diario que lleva- quiere reescribir su destino.
Si bien es una historia de corte biográfico, no es la reconstrucción esquemática de la vida de una persona, de esas que muchas veces se hacen tan planas y predecibles cuando apelan al esquema del biopic (biografía cinematográfica), sino que, justamente por hacer el énfasis en la caminante, el relato pone el acento más en lo reflexivo que en lo anecdótico. Para ella, la visión de su vida en perspectiva le permite ver y entender lo que en el pasado estaba cubierto por un velo de inexperiencia, tozudez e inconsecuencia. De ahí que esos episodios del pasado aparecen en la película, más que como insertos de su historia pretérita, como pensamientos, emociones o sentimientos.
La música contribuye mucho a esta forma de crear esas imágenes-sentimientos. Una canción que la conecta con una vivencia o con una emoción, luego resuena en su cabeza y aparece y desaparece sutilmente en la banda sonora, entonces las notas musicales, a veces apenas insinuadas, le dan pie a una sensación más amplia o a una idea, ya nostálgica o dolorosa, que ha marcado su vida o que apenas empieza a descubrir.
Con C.R.A.Z.Y (2005) y Dallas Buyers Club (2013) el canadiense Jean-Marc Vallée ya había dado pruebas de su buen criterio para contar historias y desarrollar personajes que luchan contra sus circunstancias para encontrar su identidad o reinventarse. En este filme sabe dar cuenta de la experiencia vital de una mujer, pero sin tomar el camino fácil, pues le apuesta más a la construcción interna del personaje y a una mirada reflexiva de su historia, sin concesiones emocionales ni heroísmos redentores, solo propone el relato honesto y sensible de una mujer que quiso ser la mujer que su madre crió.
Publicado el 15 de febrero de 2015 en el periódico El Colombiano de Medellín.
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