Family porno
Por Oswaldo Osorio
"Era engreído, era encantador, tenía suerte,Dime cómo es que he cambiado
Ahora estoy fuera de control"
-Out of control, Rolling Stones-
Desde su surgimiento, el cine porno siempre ha sido el hijo negado y repudiado del arte cinematográfico, del "cine oficial". Son muy pocos los casos que han transgredido las fronteras entre uno y otro. Por eso, el estreno de Boggie Nights (1998), de Paul Thomas Anderson, es tan significativo, pues recrea por primera vez y abiertamente los años dorados de la producción de cine pornográfico, y no sólo lo hace con sobrada eficacia formal, sino que no demuestra ningún prejuicio en su tratamiento, todo lo contrario, aborda a cada personaje y sus circunstancias con seriedad y compromiso artístico.
Este es el segundo largometraje de este joven y, hasta ahora, talentoso director (su opera prima, Sidney (1996), tiene muchos puntos en común con Boggie Nights, incluso en sus cualidades), y está inspirado en la vida de John Holmes, actor legendario del cine para adultos, conocido como Mr. 35, en directa alusión a su herramienta de trabajo, y gracias a la cual pudo participar en alrededor de dos mil películas y en ellas tener relaciones sexuales con más de catorce mil mujeres. Este tipo de cine de finales de los sesenta y todos los setenta, se benefició de un cierto prestigio que obtuvo de los movimientos de liberación sexual y de algunas conexiones con el underground y con la contracultura en general.
Surgimiento, gloria y caída
Aunque Boggie Nights nos habla de muchos personajes al tiempo y de ese mundo en que se movían, su historia está centrada en el personaje de Dirk Diggler, interpretado con sorprendente soltura por Mark Wahleberg. Dirk Diggler se va abriendo paso en el oficio con su poderosa herramienta, con mucho de entusiasmo y también con un poco de ingenuidad. Es un personaje complejo por sus contradicciones, pues al tiempo que se considera como el mejor de su gremio y que sabe exactamente hacia dónde va, pierde la proporción de las cosas y se pierde en sus propios excesos y ambigüedades. Todo esto logra ser definido y transmitido efectivamente tanto por el director como por el actor.
Esta conducta se refleja en su vida intensa y desordenada, por eso el argumento del filme tiene que adoptar, inevitablemente, el esquema "surgimiento, gloria y caída", esa montaña rusa tan afín a la vida de quienes de la nada pasan al éxito y que tan familiar se nos hace en las historias de cine. Pero, en este caso, no son los argumentos los que se repiten, sino la condición humana, que bajo ciertas circunstancias, es muy propensa a reventarse por las mismas costuras, las cuales sólo algunos tienen la voluntad y la posibilidad de remendar. En consecuencia, no extraña el velado tono de tragedia épica que Boggie Nights toma a lo largo de su extenso metraje.
Pero la riqueza argumental, narrativa y formal de esta película no depende sólo de la historia de Dirk Diggler, sino también de los demás personajes que se desprenden y giran a su alrededor. Son todos ellos, el productor, el director, el equipo técnico y los demás actores, en su relación con Diggler y entre ellos mismos y su profesión, lo que le da sentido y dimensión humana, no sólo a nuestro protagonista, sino a la película misma.
Y es que Dirk Diggler cambió, sin vacilar y sin querer recordarla siquiera, a su familia y hogar por todo ese grupo de personas que dedicaban su pasión y vida a la realización de películas para adultos. Ellos se convirtieron en padre, madre y hermanos, y lo recibieron con el mismo amor y comprensión con que en algún momento fueron recibidos también ellos. Incluso esta familia hacía parte de una sociedad propia: todo el gremio dedicado al cine porno, una sociedad que organizaba sus actos sociales, tejía sus complejos vínculos y tenía sus personalidades prominentes.
Pero como todos ellos estaban montados en el mismo caballo de fuego que Dirk Diggler, naturalmente fueron presionados y acorralados por el mismo peso de sus actos y sus circunstancias: los excesos, las drogas, el sexo, la carga moral con que señalaban su profesión, hizo derrumbar (por momentos o definitivamente) a la madre sin hijos, a los hijos sin madre, a los pederastas, a los drogadictos, a los megalómanos y a los cornudos. Pero de entre todo este mar de confusión y degradación, sobresalía un islote llamado Jack Horne, interpretado por un beatífico Burt Reynolds. Él no tuvo problemas con drogas, o con niñas intoxicadas, o remordimientos familiares ni afectivos. Pero su muda e inconsciente desgracia era tal vez peor: creer con desoladora ingenuidad e infantil entusiasmo, cual un Ed Wood del triple X, que toda esa basura era una gran obra del arte cinematográfico.
Pulso firme de buen narrador
Toda esta historia de Dirk Diggler y sus amigos y del cine para adultos en su edad de oro y posterior rendición ante el video, está contada con brillantez formal y dominio narrativo. Con una puesta en escena impecable (incluso en la imitación de aquel tipo de cine), llena de una vitalidad que se acompasa con un montaje dinámico, impetuoso, con pantalla dividida si era del caso, a la mejor manera de un Martin Scorsese.
Es por eso que, a pesar de la gran cantidad de acontecimientos y personajes que este filme maneja, no se satura ni se desordena. Todas las sub-tramas y personajes que lo componen se subordinan al discurrir frenético de Dirk Diggler, estableciéndose narrativamente una sabia jerarquía y argumentalmente una linealidad que evita la dispersión de dichos elementos y el desenfoque de la idea fundamental.
Con Boggie Nights, en definitiva, Paul Thomas Anderson hizo una gran película, retrató ese cine paralelo al "cine oficial", denunciando de paso la doble moral y los prejuicios que la sociedad tiene contra él, muy a pesar de que lo consuma solapadamente; nos contó una muy buena historia, y la manera como lo hizo no pudo ser mejor, en fin, nos dio una buena lección de cine.