De amores y de mulas
Por Oswaldo Osorio
Más cine sobre el narcotráfico para todos aquellos que dicen estar cansados del tema, eso a pesar de que rara vez ven una película colombiana (lo he sondeado) y, más aún, a pesar de que todavía es un tópico que realmente nuestro cine no ha explorado lo suficiente. Apenas un puñado de filmes, que ni llegan a la decena, abordan frontalmente el tema, y sólo Sumas y restas (Víctor Gaviria) y El Rey (Antonio Dorado), se pueden considerar acercamientos verdaderamente importantes.
Esta película de Guillermo Calle no es ni acercamiento ni importante. En realidad el tema es casi sólo una excusa para contar una historia que únicamente pretende ser divertida y entretenida, lo cual logra en cierta medida, y por eso, no se le deben reprochar con demasiada dureza las ligerezas a partir de las que está construida. Si una cinta está concebida sin pretensiones, no se le puede exigir lo que nunca prometió.
Aún así, el filme, que parte de un relato de Alfredo Molano, empieza por revelarnos un insólito personaje que pocas veces se había considerado dentro de la cadena alimenticia del narcotráfico: el arriero. Ese hombre que, como una cínica paradoja de la honesta y tradicional laboriosidad campesina, se encarga de arrear la mulas colombianas (¿Es esto un pleonasmo?) cargadas de coca hacia el exterior.
Este personaje, el insólito oficio y su historia, bien pudo ser un material interesante para ese acercamiento al narcotráfico antes mencionado, pero su director y guionista se dejó llevar también por otra historia paralela: el triángulo amoroso entre el arriero, su esposa y una mula que deviene en amante. De manera que la atención de la narración se divide entre las dos historias con sus respectivos conflictos, sin decidirse en poner el énfasis en uno u otro.
Esta decisión de Guillermo Calle fue definitiva para determinar el carácter final de su película, es decir, optó por jugar con las dos historias porque esto le permitía crear ese relato dinámico, colorido y lleno de todos esos elementos que conectan con el gran público: acción, comedia, romance, escenas de cama, intrigas policiales y conyugales, etc.
Pero por otro lado, repartir su atención en ambos frentes y con todos esos elementos, le impidió construir un relato sólido y un universo contundente. Nada suficientemente serio o profundo se podía decir en medio de esa avalancha de concesiones. Tampoco los personajes alcanzan un registro más allá del anecdótico estereotipo, incluyendo a su protagonista, y eso a pesar de que prácticamente nunca sale del cuadro.
Pero el verdadero problema de esta película, lo único que se le debe recriminar con toda la dureza que la defensa del lenguaje del cine exige, es que su narrativa esencialmente descansa en el texto, ya sea en los diálogos que todo lo quieren decir o en esa excesiva voz en off que parece un radio a toda hora encendido, o mejor un televisor, porque esa dificultad de contar una historia con imágenes y acciones en lugar del redundante texto, es un asunto más de la televisión que del cine.
Si la comparamos con tantas películas pretenciosas y/o malogradas que se han hecho últimamente en el país, El Arriero es una cinta que sale bien librada. Es una película que se la juega a dos esquemas conocidos, el triángulo amoroso y el proceso de ascenso y caída de un narcotraficante, los mezcla con unos elementos probados con el público y los agita para conseguir una película de buena factura y entretenida, pero que, finalmente, queda en deuda con una mirada seria a la realidad del país y con el lenguaje del cine, y si lo primero se puede pasar por alto, porque su intención no era ser demasiado profunda, lo segundo si resulta imperdonable.
Publicado el 17 de abril de 2009 en el periódico El Mundo de Medellín.
FICHA TÉCNICA
Dirección y Guión: Guillermo Calle
Casa Productora: Fundación Lumière
Producción Ejecutiva: Julián Giraldo
Fotografía: ‘Nano’ Moreno€
Música Original: Sergio Arias – Malalma
Reparto: Julián Díaz, María Cecilia Sánchez, Paula Castaño, Paco Hidalgo, Carmenza Cossio.
Colombia – 2009 – 93 min.