Las caras de un país enfermo
Por Oswaldo Osorio
La realidad en el cine colombiano siempre ha sido una presencia imperiosa. Esa realidad, necesariamente conflictiva, ha sido usada como excusa argumental, tema de reflexión o como reveladora reconstrucción. Pero siempre ha tenido un tratamiento muy literal, aventurándose poco a la metáfora o a la fantasía, mucho menos a la delirante deformación. Con esta película de Oscar Campo se inaugura esta otra visión de la realidad nacional, porque se trata de una cinta con sus raíces profundamente incrustadas en la problemática del país, pero manifestándose de una singular forma, tanto en la lógica que explica la historia, como en su tratamiento narrativo y en el tono en que está planteado el relato. Es cierto que en el cine de sus amigos y paisanos, Luis Ospina y Carlos Mayolo, algo de esto había, pero la relación con la conflictiva realidad nacional nunca fue tan directa.
Aunque es su opera prima, Oscar Campo no es un aparecido en el cine, todo lo contrario, se trata de una de las personalidades más importantes del audiovisual nacional, no sólo por el hecho, ya más anecdótico que otra cosa, de que siendo muy joven hizo parte del célebre Caliwood, sino por la significativa obra documental que tiene, pero sobre todo, porque en gran medida es el responsable de la vitalidad del cine de esa ciudad, al ser una figura que ha influido y moldeado al cine y el audiovisual caleños desde el trabajo en la academia, sus cursos en la Universidad del Valle y su copiosa y nada convencional obra.
Yo soy otro es un thriller, pero planteado en clave de relato fantástico, lo cual es una suerte de contradicción, pues el thriller por lo general es un género cinematográfico realista, con sus intrigas, crímenes de por medio y corrupción de fondo. Pero es justamente en esa contradicción, en esa inusual mezcla de géneros, donde empieza la originalidad y la visceral propuesta de esta cinta. Una película donde la maldad y la descomposición moral que impera en Colombia, se manifiestan también en la corrupción del cuerpo, por vía de una enfermedad llamada litomiasis. El componente fantástico está en que esa enfermedad no sólo se manifiesta físicamente, sino que también hace posible la aparición de dobles de la persona que la padece.
José González, su protagonista, bien podría ser la representación del colombiano medio, el buen burgués y hombre común y corriente que sólo está interesado en mantener libre de todo peligro su propio pellejo, así como en el placer mundano, sin importarle realmente el mundo, ni su propio mundo. Pero con la enfermedad aparecen sus dobles por toda la ciudad, y con ellos la realidad del país se evidencia, pues cada uno es un reflejo suyo salido de uno de los tantos ángulos diferentes que tiene este país en conflicto. Todo se convierte en una pesadilla, la confusión y el delirio es lo que define el encuentro entre todos ellos, un encuentro violento, por supuesto, como la violencia que lo engendró todo y que es la que pone el sonido de fondo en este país.
La batalla empieza, porque cada uno quiere, ya no sólo su tajada de país, sino hacerlo a su imagen. Y así se configura la perfecta metáfora de los problemas colombianos, que se reducen a uno solo: la polarización de las posiciones con unas partes que quieren resolver sus diferencias con una violencia que, además de buscar imponerse al otro, también lo quiere suprimir, no sin antes someterlo a humillaciones y sanguinarias prácticas, como si de disputas tribales o limpiezas étnicas se tratara, porque en este país nadie ve que el otro es él mismo.
Por eso esta película es un viaje al interior del conflicto colombiano, pero a través de un solo hombre, que es a su vez muchos y que, en últimas, somos todos. Fue al mismo Oscar Campo a quien primero se le oyó decir en este país que la subjetividad también era una realidad. Ya había aplicado esta revolucionaria idea a sus documentales, en especial se aprecia en El proyecto del diablo (1999), una obra única y fundacional del audiovisual nacional en la que se puede ver la génesis del discurso, visual e ideológico, presente en Yo soy otro. De ahí que ésta sea la película de un autor, como pocos hay en Colombia, un cineasta que consiguió una cinta personal e irrepetible en su concepción, y a través de la cual se acerca a la realidad nacional y al interior de quienes la padecen, proponiendo su propia explicación.
De otro lado, la narración le hace el juego a la compleja situación del personaje y a la original propuesta argumental. No hay facilismos ni esquemas convencionales. Es un relato marcado por unos monólogos compuestos por textos viscerales que opinan y comentan lo que le sucede al protagonista y lo que ocurre en el país, en el mundo incluso, ese mundo globalizado y post-septiembre 11, que está más caótico y perturbado que nunca. Igual ocurre con las imágenes, la vocación experimental y de vanguardia que este director aplicaba ya a sus documentales está aquí presente, sintonizándose con su bizarra trama, con su formación de documentalista y con su personaje desesperado vistiendo la piel del país que le tocó en (mala) suerte y con esa idea de fondo que habla de una realidad que alcanza a superar al más retorcido relato fantástico.
FICHA TÉCNICA
Dirección y guión: Oscar Campo H.
Productora Ejecutiva: Alina Hleap B.
Director de Fotografía: Juan Cristóbal Cobo
Música Original: Alejandro Ramírez/ Juan Pablo Carrascal - La Fábrica
Reparto: Héctor García, Jenny Navarrete, Patricia Castañeda, Ramsés Ramos.
Colombia - 2008