Con el diablo adentro
Por Oswaldo Osorio
Si dios está en todas partes, entonces el diablo también. Sobre todo en un país tan abandonado de la providencia como el nuestro. Aunque, por otra parte, el cine colombiano ya no está tan “condenado” como antes, ya se pueden ver no sólo películas de buena factura y mejor calidad, sino que –es absurdo que antes no fuera así- se publicitan, se exhiben y hasta el público asiste a ellas en masa. Esta película es una buena prueba de ello, de un buen momento del cine colombiano, pero también de que el diablo habita el llamado -vaya a saber por qué- país del sagrado corazón.
La novela de Mario Mendoza y esta adaptación de Andrés Baiz están basadas en la matanza que un colombiano excombatiente de Vietnam, Campo Elías Delgado, hizo en un restaurante bogotano dos décadas atrás. Un episodio con resonancias de Taxi driver (¿Habrá visto Campo Elías este filme de Scorsese?), que ya había sido material para una película en el país: El gato escaldado le teme a la piel fría (Juliana Barrera y María Cristina López, 2002). Pero lo que hicieron Mendoza y Baiz con este episodio fue llevarlo más allá del mero seguimiento al trágico personaje, sino que acompañaron su historia de dos subtramas, también separadas entre sí, que apenas convergen al final con la central. Aunque por momentos no funciona del todo esa narración (que además está de moda) de tres historias distintas entrelazadas, en el fondo parecen estar unidas por el espíritu maligno que las ronda, por esa naturaleza criminal, malvada o pecaminosa que poseen sus personajes.
Porque el Satanás al que hace alusión el título no es tanto el sicópata en potencia que la protagoniza, sino que es ese Satanás que muchos llevan por dentro, que los hace débiles, mezquinos, corruptos o criminales, desde el sacerdote que peca y reza, hasta la mujer que accede a hacer parte de una empresa delictiva. Satanás está en el ambiente, traducido en las ambiciones y en la mirada de los personajes, por eso incluso no había necesidad de recurrir al cliché de la loca en la cárcel vaticinando la presencia del “maligno” (parecíamos estar viendo Drácula).
Pero volviendo al relato, en cierta forma el dinamismo y atractivo de la narración está justamente en el contrapunto que se da entre la intensidad de las dos subtramas y la calmada tensión de la historia central, pues mientras en las primeras siempre están ocurriendo dramáticos sucesos, en la central el protagonista, con economía de recursos y muchos silencios, va dibujando la oscura y resentida visión que tiene del mundo que lo rodea, pero al mismo tiempo dando pistas de una fuerza explosiva que está creciendo y que en algún momento hará mucho daño.
Es necesario destacar también de esta película su perfecta y eficaz factura. No parece una opera prima por el profesionalismo y buen oficio que se evidencia en cada uno de sus componentes: su precisión narrativa, el buen pulso para transmitir sentimientos y emociones con las actuaciones y las situaciones propuestas, así como una concepción visual esmerada en crear imágenes, no sólo con un valor técnico y estético, sino que nos transportan a los espacios y crean atmósferas certeras.
Pero a pesar de lo anterior, en donde objetivamente parece que cada cosa está muy bien puesta, algo no funciona en todo el conjunto. Es una película que no disgusta y que incluso atrapa de principio a fin, por lo bien que maneja sus recursos este director dueño de un evidente talento, pero también es un relato algo frío y distante, que no emociona ni conmueve como sería lógico con este tema y este personaje. Tal vez su problema, que se pudo ver también en su cortometraje La hoguera, es que su construcción se antoja demasiado cerebral y no está hecho de una forma emocional o visceral como sería más consecuente o como, por ejemplo, sí lo hizo El gato escaldado no le teme ala piel fría con la misma historia como base. Es un poco paradójico este juicio sobre el filme, pero es la única forma que encuentro para explicar lo bien hecha que me parece esta película y lo poco que me emocionó.
Publicado el 7 de junio de 2007 en el periódico El Mundo de Medellín.