Los huesos del espanto
Por Oswaldo Osorio
Ante el supuesto hartazgo de tanta realidad y violencia, esta película responde al clamor de muchos por un cine comercial y de género en Colombia. Es un filme como tal vez nunca antes se había hecho en el país (una afirmación que desatiende las apologías a Jairo Pinilla), es decir, un filme hecho a imagen y semejanza de lo que le ha funcionado a Hollywood en los últimos años en cuestiones de cine de horror con cintas como El aro, La cosa o Aguas oscuras (más o menos da igual si es el original o el remake). Sin embargo, este “logro” puede ser un arma de doble filo que le quitaría la contundencia que parece tener esta propuesta, pues si antes se reclamaba hacer en Colombia un cine como el de Hollywood, ahora se podría pensar que qué tiene este cine que no tenga el de Hollywood.
La respuesta a esa cuestión depende de cada quién, por eso mejor hablar de esos logros que tanta resonancia le han dado a esta película. El primero, sin duda, es la determinación de hacer cine de género y orientado a la gran taquilla, es decir, hacer industria. Luego fue decidir a qué proyecto apostarle (porque a este nivel se habla es de “proyectos”) y estaba claro que si lo que más ven los colombianos es cine de acción y de horror, la balanza se inclinaría por el menos costoso. Porque de todas formas es una producción de bajo presupuesto (pocos personajes, una locación y rodada en video), pero eso no necesariamente implica que tenga la apariencia de cine pobre, todo lo contrario.
Y es que si esta película se destaca en algo es en su puesta en escena, que es por cierto el aspecto determinante en el cine de horror. Tanto la acertada recreación de ambientes a partir de escenarios y decorados, complementados por una consecuente concepción fotográfica y unas interpretaciones convincentes, dan como resultado un universo inquietante y turbador, una atmósfera que dispone todo para amenazar a su protagonista y para causar unos efectos en el espectador. Si a esto se le suma un intencionado manejo del sonido y un montaje preciso con las pretensiones del filme, entonces tenemos una película a todas luces muy bien lograda y con una interesante y eficaz factura, esto es, bien empacada.
Pero si bien el empaque es importante, sobre todo en el cine de género y en especial en aquel que tiene como imperativo llegarle al corazón de la taquilla, lo que hay de fondo es lo que hace la diferencia con todos los demás “proyectos” que saben aplicar la fórmula. Porque indudablemente la gran virtud de este filme es que sus realizadores conocen el oficio, manejan el esquema (en este caso el de la “casa encantada”, que luego degenera en el de “sicópata asesina”), incluso son creativos con la imagen, pero eso no es suficiente, pues a este fantasma le hizo falta el esqueleto, es decir, un buen guión que sustentara la historia. Aquí la simpleza argumental raya con la pobreza, en los primeros 20 minutos, por ejemplo, no pasa nada y en el resto prácticamente se trata sólo de una paranoica mujer dando vueltas en un apartamento, lo cual demuestra a su vez una escasa dimensión dramática.
Pero lo más cuestionable de esta película es la forma como asume el horror. En este género hay dos tipos de películas, de un lado, están las que dan miedo, que lo consiguen por la sugestión, el ingenio y la creación de atmósferas; y por otro lado, las que sólo asustan, y que lo hacen con trucos y golpes de efecto, con artificios de sonido, música, montaje y hasta de argumento. Esta película pertenece al segundo grupo. Es muy eficaz en el manejo y aplicación de todo el repertorio de trucos, pero sólo son eso, tics sonoros, visuales y argumentales para que el espectador salte de su silla, no para que salga del teatro mirando para todos lados. Tal vez para muchos espectadores sean suficientes unos cuantos sustos durante una película, tal vez con eso alcance para hacer de este proyecto una empresa exitosa (lo cual siempre será bueno para nuestro cine), pero lo que sí está claro es que ésta sólo es una de las tantas posibles alternativas para el cine nacional, el cual debe seguir insistiendo en buscar su identidad.
Publicado el 22 de diciembre de 2006 en el periódico El Mundo de Medellín.