El pueblo contra la iglesia
Oswaldo Osorio
Hay un singular contraste entre la vocación crítica y transgresora de las historias de Lisandro Duque y su clásica estilística cinematográfica. Las suyas son películas concebidas con toda la corrección y eficacia definidas por el clasicismo del cine, pero también avocadas a cuestionar y arremeter contra la normatividad y las sagradas instituciones. La Iglesia ha sido, especialmente, uno de esos sistemas que han motivado sus arengas y críticas.
El conflicto de entrada de esta película es la intransigencia de un cura frente a las circunstancias de un pueblo. Declara en entredicho la iglesia hasta que no trasladen a un suicida del cementerio. La imposición choca contra la necesidad de los feligreses de mantener sus creencias, en especial las que dependen de las labores eclesiásticas, como los sacramentos.
De esta manera, la película cuestiona el papel que tenía la Iglesia en los tiempos del concordato, cuando el Estado concedió a esta institución una serie de potestades que determinaban la vida civil y cotidiana de los ciudadanos. En tal sentido la historia está condicionada por una anécdota histórica, pues lo que sucede en ella, un cuarto de siglo después de la derogación del concordato, es impensable que ocurra ahora.
Pero igualmente es significativo el momento histórico en que Duque ubica su relato, pues antes de la década del sesenta (o setenta, no es muy precisa la época según los indicios de la puesta en escena) su historia no habría tenido lugar, pues simplemente el poder de la Iglesia, encarnado en la figura del cura, ni siquiera habría dado lugar a una mínima réplica. En cambio, bajo el espíritu ideologizado y militante de los años sesenta y setenta, es completamente lógica la resistencia de algunos ciudadanos y su poder de convicción sobre los demás.
En este sentido, la película tiene un valor y significación en tanto retrata ese espíritu de época, cuando el discurso y la consciencia política estaban definidos por ese contexto ideológico característico de esos años en América Latina. También por eso, y por momentos, podría antojarse un poco envejecido el discurso mismo de la película. Esas circunstancias ya no tienen validez en nuestra época y, en esa medida, esta historia solo tiene significancia haciendo el ejercicio de ubicarnos en aquel contexto histórico.
Independientemente de eso, es una película inteligente, estructurada y con planteamientos significativos, como todas las de este director. Solo molesta la forma maniquea y enfática con que concibe al cura, convirtiéndolo en un villano casi de caricatura y despojándolo de cualquier duda o matiz (si acaso unos gestos mientras lo motilan). Es evidente cómo el director toma partido por la resistencia ciudadana y simplifica al cura como el malo de la película. Aun así, sigue siendo un relato bien logrado, entretenido, ingenioso y de humor fino, además de ser la prueba de que si el cine colombiano tiene un clasicismo cinematográfico, Lisandro Duque es su principal cultor.
Publicado el 20 de marzo de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín.
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