Por Oswaldo Osorio
El cortometraje casi nunca tiene la posibilidad de que se le haga una crítica. Sin espacios de exhibición y, consecuentemente, sin público, resulta poco estimulante ocuparse de ellos. Intentando pagar esta deuda, aquí están las reseñas críticas de diez cortos colombianos de la última década. No es un conteo ni una rigurosa selección, es solo un grupo de buenos y significativos trabajos de los que siempre quise escribir.
Alexandra Pomaluna (Gloria Nancy Monsalve, 2000)
Una película imperfecta en algunos aspectos de su factura pero de gran fuerza en la construcción de su historia y en las implicaciones éticas y sociales del universo que propone. La influencia del realismo de Víctor Gaviria se hace evidente en esta alumna aventajada. La historia ya ha sido escrita, cantada y contada por el cine, pero no por eso su adaptación a la violencia de los barrios marginales de Medellín es menos eficaz. El travesti que monta una peluquería es tratado igual que las prostitutas del cuento de Maupassant, la canción de Chico Buarque o la película de John Ford. Es víctima de la injusticia y la violencia de su tiempo, pero sobre todo, de la doble moral de una sociedad que más fácil repudia a un hombre con maquillaje que al asesino del barrio.
Od, el camino, (Martín Mejía, 2003)
Aunque pareciera hecha por un europeo discípulo de Tarkovski, esta película es el trabajo de grado de un estudiante de cine de la Universidad Nacional. Su arrobamiento por el tratamiento de la imagen es el principio que rige esta cinta, simple como relato pero de compleja elaboración en su concepción estética. Es un día en la vida de un campesino que tiene su hijo enfermo. Como una mística peregrinación que salvará a su vástago, el hombre recorre fríos paisajes abrazados con impasibilidad por la niebla, los recorre como si fuera un héroe mítico que ha sido enviado en busca de los ingredientes para preparar una pócima milagrosa. Las suaves y logradas texturas son cómplices de esta sugerente cinta, en la que nada grita ni desentona, ni visual ni sonoramente. Porque en ella el sonido es también tan sutil y elaborado como la imagen, creando ambos una experiencia estética delicada y llena de sensibilidad.
La cerca (Rubén Mendoza, 2005)
En el cine nacional, el conflicto que ha vivido el país es un tema tan habitual que suele tratarse de forma muy obvia o directa. Sin embargo, en esta película, sin dejar de llamar las cosas por su nombre, las implicaciones de esa violencia y sus raíces políticas son llevadas mucho más lejos, tanto como las más intrincadas relaciones familiares o como las honduras del subconsciente. El odio que se tienen los protagonistas de este corto, padre e hijo, solo es comparable con el odio que ha habido históricamente en Colombia entre rojos y azules, entre guerrilleros y paras o simplemente entre vecinos. Apenas a partir de unas convincentes actuaciones, un largo diálogo y la alusión a un par de sueños, este relato revela con lucidez y contundencia todo ese odio que explica tantos males en el país, y toda esa historia que ha estado condicionada por este sentimiento. Revestida de una macabra poesía y un muy sutil humor, este cortometraje es uno de los trabajos más inteligentes, sólidos y maduros del cine nacional.
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Juanito bajo el naranjo (Juan Carlos Villamizar, 2006)
Una bella y divertida fábula sobre la culpa desde la perspectiva de un niño, esa culpa que, por el travieso robo de una naranja, es alimentada por los miedos y amenazas que acosan a los campesinos colombianos. Sin ser explícitamente una historia sobre el conflicto armado, es evidente su presencia en la cotidianidad del país, al punto de meterse hasta en los sueños de un inocente niño. Este doble conflicto propuesto por la película, es decir, la culpa del niño y el temor de perder a su familia a causa de la violencia en el país, está planteado en un relato de perfecta factura en su puesta en escena e inteligente manejo del color, la luz y el paisaje.
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Ciudad crónica - Collar de perlas (Klych López, 2006 - 2007)
La precisión narrativa y el dominio de la técnica cinematográfica son la marca de fábrica de este director. También sus temas serios y problemáticos, tratados con sentido crítico, desalentadora ironía y fuerza dramática. Todas estas características/virtudes se pueden ver en estos dos cortometrajes. El primero, es sobre la ética periodística y la forma en que pierde gravedad la muerte en un país como el nuestro. Un amargo relato de tristes personajes que deja mal parado a todo el mundo, y que, además, juega con un doble final muy sugestivo para la reflexión sobre el tema. Collar de perlas, por su parte, en “colombiano” significa collar bomba. Unos criminales, una mensajera y una víctima, provista de este adorno autóctono, son los ingredientes para una historia macabra y paródica, inspirada en la crueldad nacional.
Como todo el mundo (Franco Lolli, 2007)
Es pasmosa la naturalidad y fuerza que consigue este cortometraje con economía de recursos. Un adolescente de clase alta lidia con su madre ante la precariedad financiera en la que se encuentran, mientras trata de llevar una vida social normal con sus amigos. Santiago Porras, actor natural, y la siempre enérgica actriz Marcela Valencia, consiguen un impecable registro de la tensión que puede haber entre madre e hijo. El talento y buen criterio del director no es menor, porque, primero, tiene la lucidez de identificar en unas situaciones cotidianas sus implicaciones dramáticas y hasta sociológicas, y segundo, es capaz de concebir una puesta en escena deslumbrante por su espontaneidad y perfecta ejecución. El espectador se olvida de que son actores y, con toda certeza, logra una inmediata identificación con ellos y se le revela un mundo, con todos sus matices y detalles, que empieza a existir después de ver esta película.
Sin decir nada (Diana Montenegro García, 2007)
Un amor juvenil cruzado por el miedo al rechazo afectivo y a los prejuicios sociales. Una joven oculta su timidez en su afición por la fotografía, la cual le sirve también para espiar e idealizar a su amor platónico, una compañera de clase. Su propia voz nos cuenta sobre sus sentimientos y emociones, mientras que las imágenes se aventuran a buscar la intimidad, primero de cada una de ellas y luego de ambas juntas. Un relato sin sutilezas en la construcción del universo malvado que puede ser un colegio femenino, pero también lleno de sensibilidad para con una historia de amor atípica, audaz y en principio imposible.
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La serenata (Carlos César Arbeláez, 2008)
Las aventuras de un par de mariachis en la noche medellinense son contadas aquí con una mezcla de realismo y picaresca. La dura vida del rebusque se enfrenta con la frustración de un futuro incierto y una ciudad hostil y llena de trampas. Clientes que no pagan, gente que les dispara a los músicos, billetes falsos y marginalidad en la calle, toda esa carga dramática y de problemática social, si no se tiene una visión reflexiva sobre la historia, puede pasar desapercibida por lo que hay en primer plano: un par de músicos quejumbrosos, divertidos y viviendo una mala racha. Uno de ellos es interpretado por Favio Restrepo, quien de nuevo compone otro arquetipo del paisa con soltura y convicción. Una cinta divertida, reflexiva y recreada con espontaneidad.
Eskwe quiere decir colibrí (Mónica María Mondragón, 2010)
Hermosa y dolorosa historia sobre una niña indígena que, literalmente, vaga por un prostíbulo mientras su madre trabaja. La sola enunciación de esa imagen ya tiene una enorme carga visual, dramática, social y sicológica. Su directora sabe responder a esta carga y construye un relato que, casi sin argumento, está hilado por el recorrido y la mirada de esta niña, a partir de los cuales es capaz de dar cuenta de un universo turbio y vivaz al mismo tiempo, y tan lleno de soledades como de personas. Por otra parte, es sorprendente como la película, por la forma en que mira la cámara y maneja la luz, es capaz de encontrar la belleza en ese ambiente derruido, sucio y decadente.
Publicado en la Revista Kinetoscopio No. 94, abril – Junio de 2011.