La cuota inicial de una deuda
Por Oswaldo Osorio
La producción de películas en un país es siempre directamente proporcional a la literatura sobre cine. O al menos así debería ser. En el caso de Colombia, aunque el volumen de realizaciones no ha sido demasiado estimulante, de todas formas quienes han escrito y escribimos sobre cine, estamos en deuda con esta proporción. Sin embargo, los buenos vientos que soplan actualmente sobre nuestra producción cinematográfica, parece que están siendo correspondidos por proyectos editoriales. Los incentivos oficiales e institucionales son fundamentales en este alentador momento, tanto para quienes realizan como para quienes escriben. No es gratuito, pues, que en el pasado Festival de Cine de Cartagena se hayan lanzado, no sólo uno, sino cuatro libros relacionados con el cine en Colombia. Tres de ellos fueron editados por el Ministerio de Cultura como producto de la convocatoria a los Premios Nacionales en su modalidad de “ensayo sobre cine” (se presentaron una veintena de textos), y el cuarto fue editado por la Asociación Nacional de Cineclubes “La Iguana”.
Mujer+Cine+Colombia
El Ministerio de Cultura inició con estos tres libros una colección muy bien editada y, sobre todo, bien seleccionada. El libro ganador de la convocatoria se llama La presencia de la mujer en el cine colombiano, una investigación de las comunicadoras Paola Arboleda Ríos y Diana Patricia Osorio, que contó con la dirección de la investigadora Edda Pilar Duque. El voluminoso texto (355 páginas) es ante todo un trabajo exhaustivo y riguroso en su proceso de investigación y en la exposición de su tema. Aunque aparentemente, en relación con la historia del cine colombiano, no dice nada nuevo, es la perspectiva y el punto de vista desde donde la abordan (la presencia de la mujer) lo que le da todo el interés, relevancia y novedad a este texto.
Como si de una Biblia de la mujer en el nuevo mundo del cine de nuestro país se tratara, las autoras empiezan por el Génesis mismo: la llegada del invento de los Lumiére a Colombia en 1897 y su impacto en la población femenina, así como el primer oficio efectivo de las mujeres en la “industria” del cine, realizado por las señoras Di Doménico, quienes remendaban los telones que hacían las veces de pantalla. Claro que estas señoras eran italianas, porque eso de la relación cine–mujer era una cosa muy mal vista en la época y así fue durante varias décadas. Por eso el papel de la mujer colombiana frente al cine se dio de otras formas muy distintas durante la primera mitad del Siglo del Cine, a partir de lo social y lo cultural principalmente. El texto da cuenta de estas relaciones, y es justamente ahí donde se encuentra una de sus principales virtudes y lo que, en parte, lo hace tan valioso, esto es, la forma como trabajaron y relacionaron los temas del cine y la mujer con el contexto político, social y cultural del país y del cine mismo. Porque este libro, al menos en su primera parte, no sólo es una historia del cine colombiano, sino también una historia del país, eso sí, con la mujer como el prisma con que se miraron ambas historias. Aunque es cierto también que cuando empiezan a aparecer las mujeres realizadoras durante la década del sesenta, se descuida mucho este aspecto.
En efecto, mientras la visión que presentan de las primeras décadas es muy completa e integral, cuando aparecen la primera realizadora y la más importante, es decir, Gabriela Samper y Marta Rodríguez, respectivamente, apenas si se tratan otros asuntos distintos a los cinematográficos. De ahí en adelante el texto se convierte en un valioso documento sobre la historia de nuestro cine, aunque en detrimento de esa rica e importante relación y contextualización que se venía haciendo con las circunstancias del país. Concentrado, pues, en las realizadoras y su producción, el texto inicia un minucioso recorrido de carácter descriptivo por las películas, actividades y vidas de las mujeres del cine colombiano. Por sus páginas desfilan, además de la Samper y la Rodríguez, de quienes se ocupa con devoción y meticulosidad, figuras como Camila Loboguerrero, el colectivo Cine Mujer, Mady Samper, Teresa Saldarriaga, María Emma Mejía, las hermanas Ventura y hasta las nuevas caras de la última década que apenas si han podido hacer cine, pero que ya comienzan a tener una sólida obra en video.
El texto tiene otro valor adicional al de la mera exploración y descripción de su tema, y es que, al menos con sus principales personajes, no se limita a la simple exposición de su trabajo como realizadoras, sino que trata de construir un perfil que habla de la mujer y la artista, no sólo de la cineasta. Aunque también es preciso aclarar que hay una completa ausencia de rigor crítico, y si bien es cierto que éste no era su objetivo, es evidente que su entrega y dedicación al tema y a sus protagonistas, se convierte la más de las veces en elogio y ponderación, aunque esto en algunos casos sea parcial o totalmente inmerecido.
La ciudad con más iglesias y películas
El segundo lugar de esta convocatoria del Ministerio de Cultura es el único que tiene un verdadero carácter de ensayo (que está compuesto a su vez por varios ensayos) y por tanto, es un libro tal vez más relevante en términos propositivos y de creación de conocimiento en torno al cine. Este libro es La ciudad visible: una Bogotá imaginada, del periodista y crítico de cine Diego Mauricio Cortés Zabala.
El punto de partida de este texto son las representaciones cinematográficas que se han hecho de Bogotá. No se trata de aplicar a la capital del país el a veces inasible tópico de ‘cine urbano’, sino que más bien es una atenta exploración y un lúcido análisis de las distintas formas en que, como su título lo insinúa, los cineastas han mirado e imaginado esta ciudad. De ahí que el autor permanentemente esté precisando y problematizando los referentes reales e imaginarios de que se valen los realizadores para contar sus historias, ya como fundamento o inspiración de una película o de la obra de un director, o por el contrario, apenas recurriendo a esquemáticas y erráticas formas de ver o utilizar sus espacios y fenómenos.
Cortés Zabala asume la ciudad de Bogotá y el tema urbano partiendo de perspectivas sociológicas, semiológicas, literarias y, por supuesto, cinematográficas, para abordar seis filmes y la obra de tres directores, a saber: Confesión a Laura, La estrategia del caracol, La gente de La Universal, Soplo de vida, Díastole y sístole, Klibre 35, Jorge Echeverri, Guillermo Álvarez y Ricardo Coral-Dorado. Lo más destacable de este esclarecedor texto es su acertado sentido crítico, mediante el cual pone en juego no sólo juicios de valor concebidos sin complacencias ni prejuicios, sino también la consecuente y sólida argumentación de tales juicios, apoyándose en referentes de todo tipo que enriquecen los planteamientos y que son conducidos por un estilo claro, contundente y no exento de ingenio. Estamos, en definitiva, ante un texto clave de la crítica y la interpretación del cine colombiano.
Los Acevedo o la obstinación por hacer cine
El tercer libro del Ministerio de Cultura es Hechos colombianos para ojos y oídos de las Américas, de las historiadoras Clara Inés Mora Forero y Adriana María Carrillo. En este texto las autoras rescatan la importancia de la familia Acevedo en la historia de la producción del cine colombiano, aunque su verdadero interés, siendo consecuentes con su formación, se centra propiamente en valorar el archivo fílmico que los ha sobrevivido, como una legítima fuente histórica que, sin embargo, no ha sido tenida en cuenta por los historiadores, incluso por los del cine mismo.
En el propio texto, incluso, estos archivos son la fuente principal para el desarrollo de su tema, que empieza con un repaso de la vida y obra de los Acevedo (Arturo, el padre, y sus dos hijos, Gonzalo y Álvaro); pasando por un recorrido por la ya conocida historia del cine colombiano y una mirada crítica e implacable –aunque sin mucha argumentación- a la bibliografía que se ha ocupado de esa historia; hasta llegar a una minuciosa descripción y concienzudo análisis del grueso de su obra, es decir, los noticieros que realizaron durante 35 años hasta el año de 1955 cuando dejaron de producir.
El principal aporte de este libro radica justamente en esta parte donde se refieren a los noticieros y la manera rigurosa con que los contextualizan y relacionan con la situación económica, política, social y cinematográfica del país. Es en esta parte donde se evidencia su acertada labor interpretativa y, al mismo tiempo, podría decirse que plantean un método para la investigación, cinematográfica o de cualquier otra índole, partiendo de archivos fílmicos. Con esto y con el anexo del catálogo descriptivo del archivo de los Acevedo que aparece en el libro, enfatizan su interés en fomentar la todavía inexplorada opción de concebir el cine como fuente de la historia.
La Iguana cinéfila
Esta maratónica reseña de textos termina con un librito titulado Sobre relatos, cuentos y ensayos de cineclubes. El diminutivo, más que a un juicio de valor, se debe a una cualidad física, pues se trata de un libro de bolsillo, editado por la cada vez más encomiable Asociación Nacional de Cineclubes “La Iguana”. El trabajo que están haciendo estos jóvenes (aunque no todos lo son en edad) y la pasión que le ponen a todas sus actividades, tiene en esta compilación de textos su última prueba de compromiso y entrega a la cinefilia.
Los 16 textos que componen este libro son, como ya lo anuncia su título, de diferente índole (también que de diferente calidad), porque en él encontramos de todo, desde escritos descriptivos y expositivos acerca de temas como el cineclubismo, el video digital o los cánones cinematográficos usados para definir listados de películas; así como relatos en diversos tonos y estilos sobre experiencias particulares acerca de algunos cine clubes; y también vuelos de la imaginación en clave de romanticismo cinéfilo o de incursión experimental fílmico-literaria. Pero es justamente esa diversidad lo que hace más atractivo este pequeño libro. Además, la mayoría de los textos remiten a esos entrañables sentimientos que todo el que militó en un cine club recuerda, unos sentimientos henchidos de ímpetu y pasión, de necesaria ingenuidad, de idealismo y una arrebatada cinefilia que casi siempre tiene algo de arrogancia.