Por Oswaldo Osorio
A don Enock R.
Ahí mismo donde usted está sentado, Kone Galván le dijo a doña Eva, que cuando eso era una muchacha hermosísima: “¿Quiere trabajar en una película?” Y a ella, aunque era mujer de teatro, al principio le dio mucha desconfianza, pero después de que él le presentara sus credenciales como productor y director de cine, aceptó sin más ruegos. Y eso que le faltó decirle que también era camarógrafo, guionista, editor, publicista y proyeccionista. Es que ese Kone Galván era el Orson Welles criollo, y hasta mejor. ¿Usted sabe quién es Orson Welles? ¿No? Vea ese señor era un tipo igual que Kone, pero gringo. ¿Me entiende?
Claro que en esa época este parque era muy distinto. Aquí en el atrio de la iglesia todo está igualitíco, pero allá, esos árboles estaban más jovencitos, no había rejas encerrando las jardineras y tampoco tanta basura por ahí tirada. Buses no se veían casi y edificios menos. Es que este pueblo ha cambiado más en los últimos cuarenta años que en los primeros cincuenta de este siglo. Y esto se lo digo con toda seguridad, porque por allá en el año 54, yo fui el que le ayudó a Kone Galván con la investigación para hacer una película sobre Mariano Franco Soto. La titulamos El Presidente pobre y la filmamos allí arribita, donde usted sabe que está la choza donde él nació, claro, y también tuvimos que ir a Bogotá, porque es allá donde está el capitolio presidencial. Pero usted no se imagina ese enredo que se armó allá en la capital. ¿Que cuál enredo? Pues cómo le parece que Kone consiguió que la guardia presidencial y hasta el mismísimo parlamento le colaboraran para el rodaje. Y no crea que eso fue difícil, porque usted sabe que en este país es sólo que la gente vea una cámara para que se le pare al frente y le abra los ojos, y si son políticos o mujeres, con mayor razón. Por eso es que a Kone no le faltaban las admiradoras... o bueno, eso era lo que decían ellas que eran, pero la verdad es que lo perseguían porque querían actuar en el cine, usted sabe las mujeres como son de interesadas.
Eso le resultaban mujeres de todo tipo: bonitas, feas, flacas, gordas, altas, bajitas, inteligentes, bobas... de todo. Se le acercaban haciéndole “ojitos” y se declaraban admiradoras de su cine, pero yo me daba cuenta, y hasta el mismo Kone, que la mayoría de ellas no habían visto ni una sola de sus películas, si mucho se la pasaban viendo películas mejicanas, porque, para que vea cómo es la vida, el cine colombiano no pega casi aquí, pero el mejicano, por lo menos en esa época, era el que más se veía. ¿Sabe qué me contó don Alfredo, el que fue proyeccionista del teatro de aquí hasta que lo cerraron? Que La Ley del Monte, esa película en que canta Vicente Fernández, la proyectó durante siete meses, en cuatro funciones diarias. Eso da como tres mil proyecciones, sin contar los reestrenos, claro. Me decía don Alfredo que él creía que no había ninguna película que se hubiera visto tanto en Colombia, ni siquiera El Mártir del Calvario, que eso es ya mucho decir.
Bueno, pero yo le estaba era hablando de las mujeres que perseguían a Kone... aunque él era un tipo muy recto, a veces era imposible no caer en la tentación y entonces le paraba bolas a una de esas muchachas. Tenía novias que le duraban unos meses o unos días. Incluso, yo también me beneficié de ese atractivo que Kone, con su imagen de cineasta, ejercía sobre las mujeres, porque a veces tenía detrás a dos o tres, y cuando él se decidía por alguna, yo estaba ahí para ser el premio de consolación de la que sobraba. A mí eso me daba muy duro al principio y a veces me resentía o me acomplejaba, pero después de un tiempo me di cuenta de que hasta era mejor así, que yo, en ese sentido, pasaba mucho mejor que Kone, porque buena parte de las mujeres que lo perseguían a él era para obtener algo a cambio: que las pusiera a actuar en cine. Pero cuando él no les paraba bolas y resultaban conmigo, yo no estaba comprometido a nada más allá de una satisfacción pasajera, ya fuera sólo como candoroso acompañante o como amante de película pornográfica. Pero aún así, fue de esa manera como conocí a la que fue mi mujer durante trece años.
Pero no crea por eso que Kone era utilitarista con las mujeres, como le digo, él era un tipo recto y honesto. Le gustaban mucho las mujeres ¿A quién no? Pero las trataba bien, sobre todo porque tenía una idea de ellas muy de cine, muy de película ¿Me entiende? ¿No? Vea, en las películas las mujeres no son mujeres, son más bien íconos, fetiches... ¿Sabe lo que es eso? ¿Sí? Bueno. Entonces, las mujeres de cine tienen una imagen y una presencia que cautiva, que impresiona y que uno recuerda por mucho tiempo, si no es que por toda la vida. Pero esa presencia tan... cómo le dijera, tan perturbadora que tienen, no sólo es por su belleza, porque como todo mundo sabe, eso de la belleza es muy relativo. Yo, por ejemplo, no le veía mucha gracia a Greta Garbo, era muy simplona para mi gusto. Por eso, como le digo, lo de la belleza no es lo fundamental, porque estas mujeres de cine, además de ser hermosas, tienen lo otro, lo que las hace más atractivas y más inolvidables, como esa malicia con que miraba Louise Brooks, la carita de ángel malo que tenía Vivien Leigh o esa sensualidad de Ava Gardner.
Yo aprendí a ver así a las mujeres de cine por Kone. Él me decía que no había que confundir las malas mujeres con las mujeres malas. Que en el cine las mujeres malas, que son las más atractivas siempre, son malas porque esa es su naturaleza. El problema es cuando un hombre se mete con ellas, y en las películas los hombres siempre se meten con ellas, y es por eso que les va mal. Pero si las dejaran quietecitas, si sólo las miraran desde lejos como hace uno en el cine, no les pasaría nada.
Así veía Kone a las mujeres de cine, y eso lo aplicaba a su vida, por eso siempre le fue tan bien con ellas, porque sabía con cuáles se metía y porque las trataba como tratan a las mujeres buenas en las películas: como si fueran Margaret Sullavan, Eva Marie Saint o Tippi Hedren, que eran las que más le gustaban. Por eso es que se casó con doña Eva, porque se parecía a Audrey Hepburn, pero no sólo físicamente, sino también en su forma de ser... Sí claro, usted tiene razón, las actrices interpretan a diferentes personajes en cada película; pero también uno se da cuenta que todos esos personajes que hacen se parecen entre sí. Por ejemplo Lana Turner, ella casi siempre hacía de mujer fatal; o Marylin, que en la mayoría de sus películas interpretaba a mujeres ingenuas y medio bobas; o Bette Davis, que sus papeles eran de mujeres muy decididas y muy bravas. Por eso le digo que doña Eva, por su delicadeza y su bondad, se parecía a Audrey Hepburn en su forma de ser, o mejor dicho, se parece, porque todavía está viva; yo la visito de cuando en cuando los domingos y ella me invita a tomar el algo y conversamos toda la tarde, incluso algunas veces nos ponemos a ver las películas de Kone, ella las tiene guardadas por allá en unos baúles.
Pero ahora que me acuerdo, yo le estaba era hablando de lo que nos pasó en Bogotá cuando filmamos El Presidente Pobre. Oiga pues, como le dije, movilizamos al parlamento y a la guardia presidencial, aprovechando lo pantalleros que son los políticos. Eso cuadramos todo para recrear la posesión de Mariano Franco Soto. Kone parecía con diez manos y veinte ojos, estaba pendiente de todo: los extras, las luces, la cámara, el sonido, los actores y hasta la formación de la guardia. Ahí es donde se reconoce a un buen cineasta, en el rodaje: el buen director es el que tiene su película en la cabeza, y Kone, cuando hacía una película, no sólo se la metía en la cabeza sino que casi se convertía en ella. Pensaba como los personajes y hablaba como ellos, por eso siempre estaba anotando cosas, y siempre miraba como si sus ojos fueran la cámara, buscando imágenes y locaciones buenas. ¿Sabe lo que son las locaciones? ¿No? Esos son los lugares en sonde se filma una película. Las mejores locaciones que yo recuerdo de las películas de Kone Galván fueron las de El Peñol. Eso fue cuando hicimos La Ciudad Sumergida. Claro que no le estoy hablando de ese Peñol horrible que hicieron las Empresas Públicas para trasladar a la gente, sino que le hablo del pueblo viejo, el que inundaron cuando hicieron la represa. ¿Usted lo conoció? ¿No? ¿Es que desde cuándo está usted así? ¿Treinta y cinco años? ¡Aah! Bueno, pero no importa. El caso es que ése sí era un pueblo, porque el nuevo parece más bien un barrio cualquiera de la ciudad, pero un barrio pobre.
Y ahora que le menciono La Ciudad Sumergida, ésa es, precisamente, la película que Kone se metió más en la cabeza. Es que desde que se le ocurrió la idea ya tenía en claro casi todo lo que iba a hacer. Además, fue una muy buena idea, sobre todo muy oportuna, porque en el cine hay que ser también oportunista algunas veces, sobre todo porque eso económicamente da muy buenos resultados, y para hacer cine lo que se necesita es plata, mucha plata... ¿Yo le he dicho ya que es el arte más costoso de todos? Pues bueno, se lo vuelvo a repetir.
Pero le sigo contando. Entonces Kone, cuando supo que iban a inundar El Peñol para hacer una represa y que estaban construyendo otro para que la gente se pudiera ir del viejo, no lo pensó dos veces y ahí mismo se puso a escribir el guión de una película que contara lo que iba a pasar allá. ¿Es que no le parece a usted muy duro eso? ¿Que lo saquen a uno a la fuerza del lugar donde siempre ha vivido? A la gente del pueblo le decían que es que el progreso y que les iban a dar casa nueva y todo eso. Pero cómo iba a ser mejor una casa bien estrecha de adobe que una bien grande y fresca hecha de tapia, con solar y todo, como las que tenían. Además, qué me dice de los recuerdos, los antepasados y los muertos. ¡Los muertos! ¿Ah?
Todas esas cosas era las que Kone quería mostrar en su película. ¡Y lo hizo! Cómo le parece que nos fuimos y hablamos con las autoridades y la gente del pueblo y ahí mismo se nos pusieron a la orden. La misma gente nos prestaba las casas donde filmamos y toda la escenografía que necesitamos, incluso, hicieron de extras sin cobrar ni un sólo peso. Esa película nos quedó muy bonita. Todo mundo quedó muy contento con ella, tanto los del pueblo como los que la vieron. Porque, además de mostrar lo que pasó allá, también contaba una historia de amor; ah, bueno, y los más importante, que La Ciudad Sumergida no sólo es una película y nada más, sino que también es un documento histórico. ¿Me entiende? Como ya no existe El Peñol viejo, entonces el que quiera saber cómo era, sólo es que mire la película de Kone Galván; porque en eso también estaba él pensando cuando se le ocurrió la idea, en que había que dejar para la posteridad un testimonio de lo sucedido allá en... ¡Ey, pelao! ¡Venga!
- ¿Usted quiere un tintico?
- Deme dos tintos...
Bueno, pero ahora sí le cuento lo de Bogotá, es que yo no sé por qué siempre resulto hablando de otra cosa... Como le decía, movilizamos guardia, parlamento, extras, de todo. El actor que interpretaba a Mariano Franco Soto, con maquillaje y la banda presidencial, quedó igualitico. Entonces ahí fue donde se armó todo el embrollo, porque imagínese que cuando la gente vio todo aquel barullo en el palacio presidencial, creyó que era un golpe de estado. Porque al ver a un tipo con la banda presidencial escoltado por la guardia y a todo el parlamento al lado, y como esa época, usted debe acordarse, era muy fregada políticamente, y además, como no hacía mucho Rojas había dado el golpe de estado, entonces todo el mundo se lo creyó y se corrió el rumor. Se enteró la prensa, llegó la policía, sobrevolaron helicópteros y por la calle se veía gente corriendo y cerrando los negocios. Recuerdo que Kone, viendo todo aquello, me dijo: “Si ve cómo es de fácil acabar con un país”.
Claro que esa confusión no fue mucho problema, porque Kone lo tomó con calma y hasta le sacó provecho, porque usted sabe que nada da más publicidad que los malos entendidos y los escándalos, y lo de Bogotá fue un poco de lo uno y de lo otro. Bueno, aunque hay otra cosa que da más publicidad todavía: la censura; porque, como usted debe saber, de lo que más le gusta a la gente es de lo que le han dicho que no coma. “Lo prohibido sabe mejor”, dicen por ahí: y ése, ése es el resultado de la censura.
Y de ésa también nos tocó, sí señor. Figúrese que a Kone le dio por hacer una película sobre un libro que se llama Los Amores Infinitos, y no es que el libro, y mucho menos la película, fueran muy subidos de tono, sino que usted sabe cómo es este país de mojigato, ¡Pero qué digo mojigato! ¡Solapado! Empezando por los mismos curas que fueron los que la prohibieron, dizque porque atentaba contra la moral y no sé qué cosas más. ¡Los curas, hombre! ¡Esos desgraciados que en esa época en los sermones del domingo mandaban matar gente! Usted debe acordarse: “Matar liberales no es pecado”, decían. ¿Ah? Es que yo no entiendo cómo es que hacían eso ¡Y cosas peores!, y luego iban y decían que era pecado ir a ver una simple película. ¡Solapados y traiciones es lo que son! ¡Cómo es que a ellos, siendo casi todos maricones, nadie les dice nada! ¿Ah? Es que por eso este país está como está, por los curas y los políticos. ¿Usted es católico? ¿Sí? ¡Aaah! ...me disculpa si lo ofendí, pero usted sabe que lo uno no tiene que ver con lo otro. Que una cosa es la fe de los cristianos y otra, muy distinta, lo que hacen los curas.
¿Cómo? ¡Noo, qué va! Tampoco es que toda esa publicidad haya servido de mucho, porque en este país no le paran bolas al cine colombiano. Como dice el refrán, “nadie es profeta en su tierra”. Claro que Kone Galván era un tipo que no se desanimaba fácil y que entre más duro fuera todo, él más trabajaba y más imaginativo se volvía. Tenía la cabeza llena de proyectos y sueños, y aunque era un hombre muy racional, muy con los pies en la tierra, no pudo lograr todo lo que se propuso, pero fue porque este país no lo dejó. No le digo que a pesar de toda esa publicidad que recibieron El Presidente Pobre y Loa Amores Infinitos, si no fuera por el empuje y la creatividad de Kone casi nadie las habría visto. Y eso porque los exhibidores no querían proyectarlas, decían que tenían compromisos, que tal vez después, que esto y lo otro... ¡Mierda! ¡Puras mentiras! Lo que pasaba era que no confiaban en el cine que se hacía aquí y preferían ir a la fija con esos dramones canturreados de los mejicanos o con las películas gringas de vaqueros y de marcianos.
¿Pero sabe qué hizo Kone? ¡Ah, es que ese tipo si era un verraco! Imagínese que cogió las latas donde estaba El Presidente Pobre y las montó al jeep junto con un proyector y me dijo: “Camine, hombre William, que si estos hijos de puta no quieren exhibir mi película, nosotros mismos lo vamos a hacer”. Yo lo miré todo sorprendido, porque él nunca se alteraba, pero ese día se le veía la rabia por encima. En veinte años que trabajé con él, esa fue la primera y última vez que lo vi así. Cualquiera que no lo conociera se hubiera asustado mucho, porque él era un tipo alto y fornido, tenía unas facciones muy duras y unas ojeras grandes que le hacían ver los ojos por allá lejos. Tenía pura pinta de gángster de película, incluso se calaba el sombrero como ellos, como los gángsters, y eso lo hacía, claro, por pura influencia del cine.
Yo no le dije nada y me monté al jeep, pasamos por mi casa, empaqué rápido como prófugo y emprendimos un viaje que duró ocho meses. ¡Ocho meses! ¿Cómo le parece? Claro que yo no sabía que ese arranque de ira de Kone iba a durar tanto... aunque después me di cuenta que ese viaje y lo que hicimos durante todo ese tiempo no fue ningún arranque, ni ningún arrebato de despecho con esas ratas de exhibidores de cine de este país; no señor, no le digo que Kone Galván era un tipo muy inteligente y calculador: Todo eso estaba ya planeado y programado en su cabeza. Fíjese que nada nos hizo falta. Las cosas que necesitamos, todas, estaban en ese jeep, ese carrito parecía el sombrero de un mago, incluso llevábamos un mapa con el itinerario que íbamos a recorrer ya trazado con lápiz rojo, así como hacen en las películas cuando quieren mostrar de dónde a dónde viajan los protagonistas.
¿Que qué hicimos en esos ocho meses? Pues eso, mostrarle a la gente la película. Vea, cómo le parece que arrancamos y nos recorrimos los principales pueblos de Antioquia que hay de aquí a Bogotá, y lo mismo hicimos con los de cundinamarca y algunos de Boyacá. Llegábamos a un pueblo, buscábamos un teatro, un auditorio o cualquier salón grande, lo alquilábamos por una o varias noches, dependiendo de como nos fuera, y después, agarrábamos a dar vueltas por todo el pueblo con un parlante amarrado del techo del jeep (porque llevábamos un parlante, no le digo que Kone lo tenía todo ya planeado) y anunciábamos la película: ¡Venga, venga, espectacular función de cine en el teatro tal y tal! ¡Venga y vea El Presidente Pobre, la historia de un hombre humilde que llegó a ser presidente de la república! ¡Venga y conozca la vida de Mariano Franco Soto! ¡Venga, venga, espectacular función de cine en el teatro tal y tal!
Eso se llama “perifonear”, ¿Sabía? Pues bueno, ya sabe. Yo también era primera vez en mi vida que veía una cosa así. No sé si Kone se la inventó o si ya la conocía de alguna parte, el caso es que era un método efectivísimo para hacer publicidad, tanto, que tiempo después, fue el perifoneo el que nos sacó de muchos apuros en los tiempos malos; incluso, después de mucho tiempo se convirtió en nuestra profesión: perifoneábamos, por todo Bello y Medellín, promociones, circos, almacenes, bailes, campañas políticas, lo que fuera. Durante muchos años ese fue un buen negocio, en los sesenta y setenta sobre todo, aunque llegó el momento en que se acabó, como se acaba todo lo bueno.
Pero no importa, esa es la vida del pobre: primero mecánicos de ferrocarril, luego cineastas, después perifoneadores y ahora esto. Siquiera Kone ya no está para que no me viera aquí en éstas... ¡Pero no ponga esa cara, hombre! Que es justamente en esta parte de la historia donde están los momentos gloriosos. Figúrese que con ese sistema de promoción y exhibición, El Presidente Pobre se convirtió en la película más taquillera del cine colombiano. ¡La más taquillera de la historia! ¿Ah? ¿Cómo le parece? A Kone Galván le costó nueve mil pesos hacerla, ¿Y sabe cuánto recogimos en esos ocho meses? ¡Cien mil pesos! Eso quiere decir que las ganancias superaron diez veces la inversión. Nadie hasta hora ha podido contar la misma historia, ¡No señor! Y eso hace de Kone un héroe del cine nacional, y no estoy exagerando, porque vaya usted y lea cualquier libro de cine colombiano y más o menos en esos términos hablan del director y productor de cine Kone Galván.
¿Yo? No, de mí no dicen nada. Yo era el hombre detrás el hombre. Yo era, como quien dice, el Sancho Panza de Kone, su doctor Watson, ¿Me entiende? Yo siempre he sido consciente de mis alcances y limitaciones. Yo sé que solo, ni en sueños, habría hecho todo lo que hice al lado de Kone. Que le caminaba al ritmo que me ponía y lo secundaba en todo lo que él hacía y me proponía, eso ya es otra cosa. Y aunque nunca hablamos de eso, él sabía que muchas de las cosas que hizo no le habrían resultado igual de no ser porque yo siempre estaba al lado; porque hasta el tipo más seguro y autosuficiente necesita a alguien que lo apoye y le haga, como dicen por ahí, la segunda, para poder ser todavía más seguro y autosuficiente.
A mí el anonimato nunca me importó, todo lo contrario, en ese sentido las cosas fueron como yo quería que fueran, y todos esos años que yo trabajé con Kone Galván fueron muy buenos, porque a veces eso ni parecía trabajo, sobre todo en la época en que hacíamos cine, ni siquiera lo parecía cuando filmábamos matrimonios y todo tipo de ceremonias sociales. Eso fue después de que dejamos de hacer películas y antes de lo del perifoneo. Nos llamábamos Konga Films, ¿Y sabe cuál era nuestro lema?: “Filmamos hasta el diablo”. No hombre, “hasta al diablo” no. Sino “Hasta-El-Diablo”. Cualquier día de esos nos dimos cuenta de que no estaba del todo bien escrito, pero después de tanto tiempo escribiéndolo así en tarjetas y avisos, para qué nos íbamos a poner a corregirlo.
“Filmamos hasta el diablo”, a mí me sigue gustando el lema...Y efectivamente, nos le mediamos a todo lo que nos proponían, desde una piñata hasta un documental serio, como ese que le hicimos a unas monjitas misioneras. Kone lo tituló Mensajeras de la Luz, y aunque las monjas al principio no nos querían contratar por ese lema que teníamos, al final, como estábamos recomendados por todo mundo y como ellas habían visto La Ciudad Sumergida y les había gustado mucho, nos contrataron. Aunque hacer ese documental fue muy duro, porque nos tuvimos que meter a plena selva con todos esos equipos de filmación. Yo casi me vuelvo loco con todos esos mosquitos y Kone estuvo enfermo unos días después salir de ese infierno. Yo no entiendo esas monjitas cómo es que para evitar el infierno de allá se meten a uno aquí casi toda su vida. Porque cuando uno está acostumbrado a la ciudad ya lo asustan tres arbolitos juntos. Pero bueno, muy duro y todo pero lo terminamos, y las monjitas quedaron muy contentas con el trabajo que hicimos y nosotros nos ganamos una buena platica.
¡Vea la hora que es, hombre!, con tanta habladera no me había dado cuenta que ya está anocheciendo, y nosotros sin vender casi nada. Es que cuando yo me pongo a hablar de Kone Galván se me pasa el tiempo como si nada. Y eso que todavía hay mucho por contar, si quiere mañana volvemos y nos sentamos aquí mismo y le sigo contando, porque con la vida de Kone se podría hacer una película muy buena. Tendría humor, aventuras, historias de amor, de todo. Un poquito triste, eso sí, por lo frustrante que resultó hacer cine en este país... Claro que por eso mismo, quién querría ya hacer una película aquí, porque donde el cine en Colombia fuera una cosa distinta, una industria con respaldo estatal y con apoyo del público, yo no estaría aquí en este parque vendiendo lotería. Tal vez usted sí, porque está así, pero quién sabe, pues si han habido directores de cine tuertos, ¿Por qué no ciegos? ¿No le parece?
Barton Fink