Con el cine en 3D, hoy por hoy, hay más preguntas que certezas. ¿Qué tan viejo es realmente? ¿Se impondrá en la industria y reemplazará por completo al 2D? ¿Son más sus ventajas que desventajas? ¿El público, cada vez más renuente a ir al cine, soportará el sobrecosto de la boleta pasada la novedad? ¿El descenso en sus cifras en el último año significa que se estabilizará o que va a desaparecer como ya ha ocurrido en otras épocas? ¿Cuando un director hace una película en 3D, verdaderamente conoce las diferencias que esto implica en el lenguaje cinematográfico? Este texto tratará de responder algunas de estas preguntas, pero de otras apenas podrá dar pistas, porque en este tema todavía falta mucho por definirse, perfeccionarse o inventarse.
Primero que todo, es necesario aclarar que desde mediados del siglo XIX ya se conocía la estereoscopia, esto es, la posibilidad de crear la ilusión de profundidad a partir de dos imágenes -las cuales simulan la separación de los ojos- tomadas de la misma escena. Ese es el principio de las películas en tercera dimensión o 3D (hay que precisar que el término 3D también se usa para las imágenes generadas por computador y que crean la ilusión de volumen en los objetos, como ocurre, por ejemplo, en Toy story).
En 1897, a menos de dos años de haberse inventado el cine, ya se presentaba la primera adaptación de este principio al cine. Incluso resulta innecesario citar fechas y nombres, porque desde entonces fueron muchos los sistemas presentados y sus inventores, así como los estrenos que se hicieron de películas en 3D. Tal vez el único digno de mención es la sorprendente propuesta de Abel Gance con Napoleón(1927), un filme en el que no sólo se conformó con rodarlo a tres cámaras (esto para proyectar la imagen al frente y a los dos costados de la sala y así lograr un mayor efecto de inmersión del espectador en el espacio fílmico), sino que, además, algunas de las escenas las rodó en 3D para potenciar dicho efecto.
Es en los años cincuenta cuando, por culpa de la televisión, se da la primera etapa de popularidad del 3D. Ante la desbandada del público de las salas de cine para quedarse en la comodidad del hogar viendo la pequeña caja, la industria respondió con lo que ese nuevo medio no podía competir: espectacularidad, tamaño y efectos. El Cinemascope y el 3D fueron las principales armas de que se valieron los estudios.
El tremendo éxito que obtuvo The house of wax (André Toth, 1953), hizo que la industria de Hollywood se volcara a producir películas en 3D. Esta fiebre solo duró un par de años con la misma fuerza, aunque subsistió hasta los primeros años de la década del sesenta. Veinte años después, se da un nuevo interés por el sistema y el público responde moderadamente a películas como Comin’ at Ya! (1981), Martes 13 III (1982) o Tiburón 3D (1983).
Nueva tecnología y grandes ganancias
Para finales de la década pasada, el resurgimiento del interés por este cine es impulsado por las innovaciones tecnológicas. Lo esencial es que se pasa del sistema de anáglifo (el cual separa las dos imágenes que contiene una película en 3D por medio de las gafas con un lente azul y otro rojo) a una tecnología más perfeccionada que usa gafas con lentes polarizados, los cuales separan las imágenes desviando los rayos de luz para uno y otro ojo. Existen tres sistemas: Real D (el de las gafas amplias y desechables), Dolby 3D (gafas más angostas y que se devuelven) y XpanD (gafas activas, un sistema más complejo y costoso). Habría que agregar que también tiene su versión en 3D la tecnología IMAX (sistema de proyección en cine que presenta imágenes de mayor tamaño y definición que el sistema regular).
Pero esta nueva era del 3D no se reduce al cambio de gafas. Una conjunción de aspectos han convertido este fenómeno en un verdadero hito en la industria del cine, al menos inicialmente y en términos económicos. Antes que nada, está su coincidencia con esa otra gran revolución que, desde hace casi dos décadas, experimenta el cine como arte e industria, esto es, el desarrollo de la imagen digital, la cual ahora permite materializar en la pantalla personajes, criaturas y universos que antes difícilmente serían posibles con tal realismo y verosimilitud. Esto ha traído consigo un significativo aumento de cierto cine de género, en especial el cine de fantasía y ciencia ficción y, particularmente, el cine de súper héroes. Es decir, el tipo de películas que más se ajustan al gran espectáculo y al cine de entretenimiento.
Así mismo, han contribuido con la acogida del 3D otros aspectos como el enorme desarrollo de los sistemas de sonido, la mayor comodidad de las nuevas salas y el decidido apoyo –incluso la financiación- de poderosos hombres de la industria, empezando por James Cameron, pero también otros como Robert Zemeckis, Georges Lucas y Peter Jackson.
Para finales de 2009, se hizo evidente el notable éxito de películas como Viaje al fondo de la tierra, Bolt y Alien vs. Monstruos. La frutilla del postre fue Avatar (James Cameron), la cual se convirtió en la película más taquillera de la historia del cine en gran parte gracias al 3D. El optimismo con esto que podría ser el futuro del cine era tal, que algún ejecutivo de un estudio alcanzó a afirmar que el 2D sería al cine lo que el vinilo a la música. Sin embargo, aunque el siguiente aún fue un buen año, también se vio que el público empezó a perder el interés. Una cifra para ilustrarlo: mientras para Avatarel 82 por ciento de su taquilla correspondía a su versión en 3D, seis meses después, Mi villano favoritosolo conseguía el 45 por ciento, los demás prefirieron la versión en 2D. Aún así, la industria sigue pasando por un buen momento en términos financieros gracias al 3D y a su mayor costo, aunque no necesariamente porque esté yendo más público a las salas de cine, todo lo contrario.
Un nuevo lenguaje para el 3D
Actualmente, aparte del efecto que muchos todavía disfrutan (aunque les importa menos la profundidad que los objetos que se salen de la pantalla, que son pocos) parece difícil encontrarle suficientes ventajas a este cine, al menos desde el punto de vista del espectador, porque la industria está todavía mirando el horizonte desde las crestas de dinero que está obteniendo. Además, esta arremetida del 3D permitió que se instalaran miles de proyectores digitales por todo el mundo, los cuales solo necesitan pulsar un botón para cambiar a 2D, con todo lo que esto implica para las amenazas de muerte al cine como soporte.
Las desventajas sí saltan a la vista. Además de ser más costosa la boleta, las películas aún pierden mucho en luminosidad y color, lo cual reduce la calidad de la imagen y sus posibilidades estéticas. Así mismo, los nuevos sistemas todavía producen malestar en los ojos y hasta dolores de cabeza, en especial si los realizadores no tienen presente las reglas sobre el enfoque, la iluminación y los movimientos de cámara que exige el rodaje en 3D.
Pero lo más importante, según el realizador Harold Azmed Jiménez, estudioso del tema, es que, en términos estéticos, se debe pensar la diferencia entre el 2D y el 3D de forma equivalente a las diferencias que hay entre el cine en blanco y negro y en color. Es decir, el cambio ya implica tomar unas decisiones formales diferentes y evitar en el segundo unos procedimientos que se hacían en el primero. En la composición del plano, por ejemplo, -solo por mencionar el aspecto más trascendental- cambia la preeminencia del sujeto en primer plano sobre el fondo, las diagonales y el punto de fuga se rigen por otros principios, las decisiones relacionadas con el foco son distintas, etc.
El problema es que son muy escasas las películas que tienen en cuenta estas consideraciones (eso sin contar las que se rodaron en 2D y se pasan a 3D para su explotación). De manera que el sistema no está siendo aprovechado en sus verdaderas potencialidades estéticas y de lenguaje. La única excepción destacable sería Hugo, de Martin Scorsese.Por otro lado, gran parte del mundo del cine tampoco puede ni le interesa aprovecharlas, ya por costos, por el tipo de historias que quieren contar o porque las dos dimensiones se han convertido en un canon ya desarrollado en toda su complejidad y que pocos están dispuestos a abandonar, seguramente pensando que el 3D morirá de nuevo y nadie lo echará de menos.
Publicado en la Revista Kinetoscopio No. 96. Oct.- Dic. 2011