Hace 20 años yo iba a cine 300 veces al año. Ahora, aunque lo quisiera, no podría, porque la oferta de la cartelera ha bajado esa cifra casi hasta la mitad. Paradójicamente, las salas de cine se han multiplicado. Con las que acaba de abrir Cinépolis, solo en el área metropolitana de Medellín llegan a casi un centenar. En otras palabras, actualmente hay más dónde ver cine, pero menos cine para ver.
No hay que pensar ni investigar mucho para saber la razón de esto, porque tal situación se da desde que, en 1927, Cine Colombia compra la empresa de los hermanos Di Doménico y contrata a los Acevedo para que hagan noticieros y dejen de hacer películas. De esta manera, el mayor exhibidor del país saca del camino a las dos familias pioneras del cine nacional, y así despeja el panorama para poder llenar sus salas con todo el cine de Hollywood que siempre le ha sido más rentable.
De manera que, al parecer, simplemente es un asunto de oferta y demanda, la natural imposición de la industria sobre el arte, en un medio que está más determinado que cualquier otro por este doble componente. Sin embargo, verlo así sería un facilismo conformista, porque, por un lado, cuando se estrenaban más películas, el cine también era rentable, y por otro, antes no había más público que ahora, al contrario, en los últimos cinco años se ha duplicado.
El problema es que el facilismo es más bien por parte de los exhibidores, quienes siempre van sobre seguro con cierto tipo de cine, como por ejemplo las sagas (Destino Final 5, Transformers 3, X-Men 5, Harry Potter 8), las infantiles (Kung Fu Panda 2, Cars 2, Los Pitufos) o las películas de súper héroes (Thor, Capitán América, Linterna verde), por solo mencionar los títulos que este año monopolizaron la cartelera.
Y como se sabe, salvo por las películas en 3D (que ya están bajando sus ganancias), los exhibidores ganan tanto o más dinero con la confitería, que no con las entradas a cine. Así que tampoco es un gran sacrificio pedirles que de las cinco o diez salas de sus múltiplex, dejen una o dos con cintas que diversifiquen la oferta.
Estas empresas deben saber que, como todas, también tienen una responsabilidad social, y si trabajan con una expresión artística, tal práctica es una obligación mayor. Con una más variada oferta, incluyendo más títulos de calidad y diferentes, la contribución de los exhibidores a la formación de públicos sería inapreciable, porque ese es un proceso necesario en el que todos ganamos, sobre todo los mismos exhibidores.
Por eso, cuando un espectador ve la cartelera (sobre todo en época de vacaciones), se da cuenta de que en más de la mitad de las salas están las mismas cuatro películas. Entonces, se conforma con lo que hay o desiste de entrar y se compra una camiseta o se dirige al primer local de hamburguesas que encuentre.
Los espectadores que queremos ver más cine, adicional a las miserias que nos ofrece la codicia de los exhibidores, pues recurrimos a las tantas alternativas que la tecnología y el mercado negro hoy nos permite: tiendas de DVD piratas, descargas por internet, TV por cable o películas online. A través de estos medios, la oferta se multiplica exponencialmente, pero el cine muere un poco, porque ya la calidad de la imagen y el sonido serán más deficientes, difícilmente tendremos la complicidad de la sala oscura y la imagen se reduce ridículamente.
Publicado el 18 de diciembre de 2011 en el periódico El Colombiano de Medellín.