Por Oswaldo Osorio
Si hay una película que de lo mala resulta fascinante, otra que casi nadie vio el día de su estreno y ahora la estudian en las universidades o una más que excede todos los límites de la cordura, el mal gusto o la desmesura, eso es cine de culto. Pero habría que precisar que la condición de su existencia está dada por los “cultistas”, un raro tipo de cinéfilo a quien no sólo le apasiona el cine como arte o como experiencia emocional, sino también como icono visual susceptible de ser adorado, celebrado y mitificado.
The rocky horror picture show (Jim Sharman, 1975) es una exuberante historia de rock y horror (blando) protagonizada por el Dr. Frank N. Furter, un científico loco travesti de otro planeta. Se trata de uno de los ejemplos más populares y representativos del cine de culto: por sus excesos, porque se sale de todo molde conocido hasta entonces y porque sus proyecciones a media noche en las salas de arte han sido una literal celebración del rito del cine en general y de las imágenes y la música de esta película en particular, pues los asistentes no se conforman sólo con verla, sino que también se visten como sus personajes, asumen roles y cantan y bailan al unísono con las imágenes de la pantalla. Este ritual se puede repetir a la semana siguiente o al mes siguiente y así desde hace un cuarto de siglo.
La peor película de la historia el cine
Pero por más que una película consiga fama y popularidad gracias al fervor de los cultistas, siempre conservará ese carácter de pieza chocante y diferente ganado a fuerza de tener algo raro, turbador, absurdo, especializado o cualquier otra cualidad (o defecto) que es lo que la hace una obra de difícil aceptación para el público masivo. Porque una película de culto lo que hace es transgreder las normas del cine convencional, ya por exceso, carencia u omisión consciente. Es por eso que de Hollywood sólo de vez en cuando, y casi siempre por accidente, sale una película de culto. La excepción a la regla es el cine de horror realizado por la Universal en los tempranos años treinta y del que hacen parte títulos como Freaks, Drácula o Frankestein.
Y es que uno de los géneros más proclives a crear películas de culto es el Fantástico, del que hacen parte el cine de horror (y sus múltiples variantes) y de ciencia ficción. De ahí que cuando la productora inglesa Hammer, treinta años después, realizara nuevas versiones de estos clásicos del horror, de inmediato Drácula y Frankestein, con la novedad del color y la carga de erotismo, pasaron a ser parte del cine de culto, y con ellos actores como Christopher Lee y Barbara Steele, de la misma forma que tres décadas atrás lo empezaron a ser Bela Lugosi y Boris Karloff.
Porque el culto se hace extensivo de las películas a sus actores, que devienen también en iconos, y a sus realizadores, que son (para su fortuna) como genios extraviados del cine. Directores como Mario Bava, Darío Argento, Roger Corman o John Waters, tienen una obra que es casi por completo adorada por los cultistas. Pero de todos los autores de culto el caso de Ed Wood es el más paradigmático. Fue él quien hizo la que se considera como la peor película de la historia del cine (Plan 9 del espacio exterior, 1959) y quien a veces aparecía con ropa de mujer en los rodajes. Tenía una tremenda pasión, más que por el cine como arte, por el hecho de hacer películas, sin importar la precariedad (o inexistencia) del presupuesto. Por eso, superada la curiosidad de ver su desastrosa obra, es él quien se perfila como un personaje verdaderamente apasionante. Por eso su mejor película no la hizo él sino Tim Burton, sobre su vida y obra, y se titula precisamente Ed Wood (1994).
Ed Wood en Colombia y México
Como son los cultistas los que hacen que una película sea tal, no es suficiente ser rematadamente malo como lo era Ed Wood para ser director de culto. Un gallego que hacía cine en México hace algunas décadas, llamado Juan Orol, llegó al extremo de filmar una película en un día o de hacer dos filmes con el dinero que le dieron para uno y usando el mismo guión y los mismos actores. No por eso es autor de culto, todavía no lo han descubierto, pero luego de la película de Tim Burton directores como Juan Orol están empezando a ser retomados desde esta óptica del cine de culto.
En Colombia, por ejemplo, hay un director de culto en ciernes, se llama Jairo Pinilla y con películas como 27 horas con la muerte o El triángulo de oro, tiene mucho en común con Orol y Wood, aunque su cine es de un patetismo más moderado. En varias ciudades del país ya se han comenzado a ver retrospectivas y homenajes de su obra, realizada en los últimos veinte años y casi toda dedicada a un cine de horror que ahora sólo producen risa.
Actualmente existe todo un mercado y sistemas de información de las películas de culto. Hollywood está tomando nota de ello, así como lo hizo hace una década con el cine independiente. Pero aún así, el cine de culto sigue siendo un cine de minorías, incluso de culturas específicas, de gremios, generaciones, países y hasta ciudades. Cada nueva generación de jóvenes, por ejemplo, descubre y rinde culto a películas como La naranja mecánica (1971) El Cuervo (1994) o Trainspotting (1996). Son películas que se han salido del molde y que convocan a la secreta complicidad de los cultistas, quienes no se cansan de verlas, de admirarlas y comentarlas. Es la cinefilia en un estado un poco obseso y enfermizo, se trata de una suerte de espectador radical, que le gusta formar gethos y trascender una película de la misma forma que ella lo ha hecho con el cine, no importa si es por carencia o por exceso.