Por Oswaldo Osorio
“Conocí a un hombre en la calle, parecía agradable y lo invité a casa. Tomamos un trago, nos besamos, me desnudó y me ató a la cama. Me pareció excitante. Pero enseguida, en vez de hacerme el amor apasionadamente, se defecó sobre mí y se fue, dejándome allí, amarrada, sola y humillada”.
Hace poco recordé esta terrible anécdota que contaba una mujer en una película, pero no recordaba cuál película era, ni tampoco quién la dirigía. Seguramente es de un Abel Ferrara, un John Waters o algo así, pensé. Pero no, luego caí en cuenta que esta mujer era uno de esos atribulados personajes de Woody Allen, un hombrecito más perverso que Ferrara y más enfermizo que Waters, pero además, paranoico, acomplejado, ingenuo, perspicaz, conflictivo, inteligente, sicoanalizado, hilarante, trágico, prolífico, locuaz, soñador y delirante.
Entonces recordé la primera vez que lo vi, se encontraba en su estado natural, es decir, en una situación embarazosa: hacía parte de una banda de guerra que participaba en un desfile, él tocaba el contrabajo sentado en un taburete, al tiempo que trataba de avanzar por la calle a la par con la banda. Dicen que antes era comediante de televisión, clubes y cafés. Es muy posible, porque desde que lo conozco, lo he visto haciendo todo tipo de cosas, desde las más absurdas, hasta las más extravagantes: ladrón o líder revolucionario, director de cine o espermatozoide. Lo he visto salir bizco y despeinado de un orgasmitrón, ser perseguido por un par de tetas gigantes, tomar como rehén a una nariz y tratar se fugarse de la cárcel con una pistola de jabón en una día lluvioso.
Sé que ama el sicoanálisis, el sexo, las mujeres y el jazz. Y en contrapartida, odia los intelectuales arrogantes, el esnobismo, los cerdos y a su madre desde aquella ocasión en que un mago la desapareció en su acto, y luego, gigantesca y alterada, apareció entre las nubes del cielo de Manhattan sermoneándolo delante de todos los transeúntes. Me he dado cuenta también, aunque él siempre lo niega, que colecciona miedos burgueses, premios de cine nunca reclamados y ataques de tos por las orejas. Todas las mujeres que ha tenido, tarde o temprano, le han hablado de su deseo de tener niños, pero el persuasivo Woody las ha convencido de que resultarían demasiado jóvenes.
La última vez que lo vi fue en Michael’s Pub, donde toca el clarinete junto a otros tres jazzman. Me contó que volvió a padecer ese horrible sueño en el que una ardilla trataba de cobrarlo como premio en una rifa. No hablamos mucho, porque, según me dijo, iba para la ceremonia de posesión de su loro, que había sido nombrado secretario de agricultura., y no lo he vuelto a ver desde entonces. Me dice un amigo mutuo que decidió no salir de su casa hasta no terminar El Pingüino Sombrío, la que, según él, será su obra maestra. De eso hace ya como cinco meses, todos sus amigos lo estamos empezando a extrañar.
Danny Rous
Woody Allen escaso
Un ciclo que da cuenta de seis de las películas más desconocidas en nuestro medio de este realizador.