Por Oswaldo Osorio
Los géneros cinematográficos pueden llegar a ser la abominación del cine, pero también hay que reconocer que son la base sobre la que se sustenta la industria y hasta el séptimo arte mismo. El cine de género fue lo que más contribuyó en los treinta y cuarenta a consolidar el clasicismo cinematográfico (esa serie de convenciones que aún rigen el lenguaje audiovisual), sin embargo, para después de la década del sesenta entró en una larga crisis, pero en la actualidad estamos presenciando una suerte de renacimiento y nuevo dominio de esta forma de concebir el cine.
El término “género” se refiere a unos tipos estables y reconocibles de discursos que en el cine operan en dos sentidos: primero, como una forma de identificar y codificar en el sistema de producción la trayectoria de un proyecto determinado, pues cuando se sabe el género al que éste se adscribe, un productor puede vincularse a él incluso sin conocer la historia, y por lo mismo sabrá a qué director o estrella contratar, así como su guionista tendrá claro qué elementos tiene a su disposición para crear su relato.
El segundo sentido, tiene que ver con el reconocimiento por parte del espectador de las distintas posibilidades que le ofrece la cartelera. Un alto porcentaje del público al momento de decidirse por una película lo hace bajo los criterios que le dan sus conocimientos sobre el cine de género, pues sabe perfectamente cuál es la dinámica y características de un thriller o una comedia, por ejemplo, y ya tiene claro cuáles son los géneros de su preferencia. Así que muchos eligen es un género, no una película.
En oposición a las clasificaciones de los géneros como una forma de concebir, conocer y juzgar el cine, se encuentra el llamado cine de autor, que es aquel que se fundamenta en las necesidades de expresión de un director-autor, sin que ningún tipo de esquema condicione su libertad creativa. Si bien esta oposición existe en la práctica, ya que es, por ejemplo, uno de los rasgos generales que ha diferenciado el cine norteamericano del europeo, de todas formas es posible conjugar ambas posibilidades en una misma película. Autores como Jean-Luc Godard o Francois Truffaut hicieron cine de género, de la misma forma que casi cualquier western de John Ford o thriller de Alfred Hitchcock pueden ser considerados como cine de autor.
Si bien esta oposición se comenzó a presentar sobre todo a partir de los años sesenta con el advenimiento de las nuevas olas, ocasionando la mencionada crisis del cine de género, para la década del ochenta se dan unos síntomas de recuperación como reflejo del éxito comercial de las películas de aventuras y ciencia ficción de directores como George Lucas y Steven Spileberg, o de la consolidación de un nuevo tipo de cine de acción definido por películas como Terminator (Cameron, 1984), Rambo (Cosmatos, 1985) o Duro de matar (Mc Tiernan, 1988).
A partir de mediados de la década del noventa la industria (en especial la de Hollywood) ha visto con beneplácito cómo el público está volviendo a cine masivamente a ver películas como El día de la independencia (Emmerich, 1996), Titanic (Cameron, 1997), El señor de los anillos (Jackson, 2001) o Shrek (Adamson, 2001). Todas son películas de género, cuál más disímil entre sí, que a su vez han impuesto una línea de producción de muchas más películas de su estilo y millones de seguidores que quieren más de lo mismo. Porque el género implica justamente eso, apelar a unos elementos probados con el público y reconocibles para todo espectador. Lo que hace la diferencia de una buena película de género es el ingenio y la originalidad para plantear y combinar esos elementos ya conocidos.
La necesaria relación de la industria con el gran público siempre va a estar mediada por el cine de género. Por eso, en esta época de grandes audiencias para unos (Hollywood) y de la búsqueda de ellas para otros (Luc Besson en Francia, por ejemplo), los géneros cinematográficos siempre serán la herramienta ideal. Por eso últimamente la han perfeccionado con la mezcla de géneros, de ahí que sea posible ver un western de ciencia ficción(!) como Wild wild west (Sonenfeld, 1999) o innumerables variantes conformadas hasta por tres y cuatro géneros distintos. Esto puede dar lugar a abominaciones, pero también a propuestas muy originales y refrescantes, ésa es la contradicción del cine de género, que deviene y es la misma del cine en su calidad de arte e industria.