Están viejos pero no acabados
Por Oswaldo Osorio
Casi siempre a los superhéroes el cómic les da la vida y el cine se las quita. Aunque muchos de ellos fueron creados hace más de medio siglo a fuerza de tinta e imaginación y ya han sido vistos en la pantalla grande y la chica, es en la última década cuando más han sido retomados por el cine, desde los clásicos, como Batman y Spiderman, hasta otros más contemporáneos, como Spawn y El Cuervo. Pero el peor villano que han tenido que enfrentar es la adaptación misma del cómic al celuloide, pues muchos de ellos pierden la “vida” (o al menos las virtudes del original) si no en la primera adaptación, con seguridad sí en las secuelas.
Y es que aunque el universo de los superhéroes parezca que se reduce a un asunto tan simple como la lucha entre buenos y malos, en realidad se trata de algo más complejo, algo que tiene que ver con el tipo de superhéroe que es de acuerdo con la naturaleza de sus poderes y a la manera como éste asume tales poderes, es decir, al resultado de la confrontación entre esa doble personalidad que siempre detenta y que de entrada ya es una cuestión que tiene unas implicaciones sicológicas.
Naturaleza y sicología
Así que existen tres tipos de superhéroes de acuerdo con la naturaleza de sus poderes. Están los que no son humanos, como Supermán o La mujer maravilla; los humanos que usan artefactos, como Batman o El Fantasma; y los mutantes, como los X-Men o Spiderman (1). Ya esta clasificación implica tratamientos diferentes para cada tipo de superhéroe, para las historias que protagonizan, los villanos contra quienes se enfrentan y hasta el perfil sicológico que adquieren en relación con su doble personalidad.
Ahora, de ese conflicto entre el hombre que tiene que vivir en medio de los humanos y el superhéroe que es radicalmente distinto a ellos, generalmente se desprende la conducta del superhéroe y su manera de confrontar al crimen y a sus antagonistas. Según esto, básicamente hay dos tipos de superhéroes: aquellos para quienes todo está muy claro y no tienen problema alguno manejando su doble personalidad, que no confunden nunca el bien con el mal y que ni por error pasa un mal pensamiento por su cabeza. A este tipo pertenecen superhéroes como Supermán, Rocketeer y Flash. De otro lado, están aquellos a quienes sus poderes los llena de dudas y conflictos, cuando no es que decididamente los consideran una carga y hasta, entre líneas, se podría leer que hacen su heroica labor a regañadientes, como Batman, Spawn, los X-Men o La sombra.
Como se ve, entonces, son muchas las variables que intervienen a la hora de crear un superhéroe. Es la conjugación de estas variables lo que le da a cada uno una identidad definida, lo que le confiere ese carisma con el que se identifica el público, el cual, a su vez, también se diferencia por sus preferencias en cuanto a superhéroes. De ahí que, en buena medida, el éxito o fracaso de las adaptaciones cinematográficas que se hacen, tiene que ver con su capacidad de conjugar estas variables y poder recrear certeramente esta identidad y carisma, tanto del héroe como de las historias que protagoniza y los ambientes en que se mueve.
Por eso la primera adaptación de una serie generalmente es la más aceptada, porque necesariamente debe partir del origen del superhéroe y el público siempre reconocerá esta génesis o, cuando menos, siempre la encontrará interesante. Pero cuando las secuelas empiezan a inventar nuevas historias y a agregar variables, los resultados casi nunca han sido bien recibidos, ni por el público ni por la crítica especializada, tanto de cine como de cómics. Fue esto lo que le sucedió al Supermán de Christopher Reeves, que para su cuarta entrega ya muy pocos estaban interesados a causa de los vaivenes argumentales a los que había sido sometido el hombre de acero desde la segunda parte de la serie. Igual ocurrió con el Batman de Tim Burton, que fue degenerando cada vez más, tanto argumental como estilísticamente, en las manos de Joel Schumacher, quien lo despojó de su oscuro misticismo y lo trivializó con estridencias de neón y tramas esquemáticas.
Supermán ha muerto y Batman no camina
El tremendo éxito de una película como Spiderman, por ejemplo, confirma esa buena acogida que tienen las adaptaciones que se centran en la génesis del superhéroe (claro que debe compartir crédito con la alienante campaña publicitaria que la acompañó). Aunque se trata de un superhéroe con la combinación de variables más interesante, es decir, mutante y con conflictos con su doble personalidad, de todas formas es un personaje clásico (fue creado en 1941 como Tarántula y retomado a principios de los sesenta con la apariencia con la que se conoce actualmente), un personaje con un perfil que lo hace muy accesible al gran público, el cual se identifica o simpatiza fácilmente con él: un joven corriente, casi nerd, que ha perdido a sus padres, está enamorado de su vecina y que, repentinamente, adquiere extraordinarios poderes.
Pero cuando se trata de superhéroes que, aunque coincidan con esta combinación de variables, han sido creados con una concepción moderna y más acorde con los nuevos tiempos, como Spawn por ejemplo, la respuesta del público de cine no es la misma. El Cuervo fue una excepción, pero su éxito se debió más al morbo que desató la muerte de su protagonista (Brandon Lee) filmando una de sus escenas. Por lo demás, parece que el espectador cinematográfico está atrasado en relación con el público del cómic, para el cual no sólo se han venido creando personajes cada vez más oscuros, ambiguos y complejos, sino que ya ha llevado a que las dos principales casas del ramo –Marvel y D.C. Cómics- sintonicen a sus viejos superhéroes con los nuevos tiempos: Batman quedó paralítico, Acuamán perdió un brazo y lo repuso por uno cibernético y murió el sexagenario Supermán, pero de él se originaron cuatro nuevos, entre ellos uno negro.
Pero parece que el cine ni su público están preparados todavía para estos cambios tan drásticos ni para la nueva generación de cómics. El espectador medio es muy conservador y seguramente se horrorizaría al ver cómo Bane le parte la columna vertebral a Batman y lo confina a una silla de ruedas. Prefiere a los viejos superhéroes, que le cuenten su historia desde su origen y en lo posible sin secuelas. Los productores ya han tomado nota de esta fórmula y, salvo por su obstinación con las secuelas, la están aplicando cíclicamente desde hace varias décadas.