Oswaldo Osorio
Esta pregunta tiene muchas respuestas. Una primera y rápida para un estudioso del cine es que se trata del título del icónico libro de André Bazin. Otras más, empiezan por el fenómeno que lo define: la imagen en movimiento, pasando por la combinación entre máquina y sentimiento o su doble carácter de arte e industria, hasta llegar a la declaración de su muerte en la transición del siglo XXI o al debate desatado por Scorsese sobre si las películas de Marvel son cine o no. Pero también puede definirse como el arte total o el de la síntesis del tiempo o el de la luz.
Comienzo por el libro de Bazin, valga su mención para decir que en él se pueden encontrar muchas y más elaboradas respuestas. El cofundador de Cahiers du Cinema habla en este volumen de la ontología de la imagen fotográfica, de la relación del cine con el teatro y la pintura y del realismo como asunto capital del séptimo arte. Las conclusiones a la reflexión sobre cada uno de estos temas podría dar una distinta y acertada respuesta a la pregunta en cuestión.
El cine también está definido por el doble carácter de arte e industria, una condición que no necesariamente es siempre una dicotomía. Suele serlo, porque conciliar la elaboración de un producto masivo y de consumo con una obra con peso en sus ideas y valía artística es uno de los retos más difíciles de este oficio, pero no es una empresa inviable, así lo pueden corroborar algunas películas de autores como Chaplin, Billy Wilder, Howard Hawks, David Lean, Francis Ford Coppola, Steven Spielberg o Danny Boyle.
Así que este doble carácter sirve también para terciar en la discusión propuesta por el director de Toro salvaje, diciendo que, según esta lógica, puede ser cine tanto la enésima entrega de Avengers, sin importar que se parezca a todas las demás, como también una película húngara, en blanco y negro, de dos horas y media, dirigida por Béla Tarr e inspirada en un episodio de la vida de Nietzsche. El problema es que los seguidores de uno y otro cine no pueden evitar descalificar aquel que no es el de su gusto, aquel que no coincide con su definición de cine: los unos se quedaron en su función primigenia y más extendida, que es el entretenimiento, generalmente asociado al espectáculo y al relato de ficción de cuño aristotélico, por lo que para ellos presenciar El caballo de Turín es como ver crecer la hierba; mientras que los otros, pretenden que las películas trasciendan la mera anécdota, donde sea posible ver a “seres humanos tratando de transmitir experiencias emocionales y psicológicas a otro ser humano", como lo exige Scorsese, de lo contrario, es mejor ir a un parque de atracciones. Son dos distintas definiciones de cine con, al parecer, posiciones irreconciliables, salvo por aquellos pocos que están en capacidad de sacarle algo o mucho de gusto a ambas.
Una dicotomía más, parcialmente asociada a la anterior: el cine es al tiempo un arte y una técnica, esto porque es la única de las artes que surgió de un invento tecnológico, el cinematógrafo. Por eso es la perfecta fusión entre máquina y sentimiento, como lo propuso Ricciotto Canudo en su imprescindible Manifiesto de las siete artes. Escribir un guion, filmar, montar y exhibir, todo eso está mediado por la tecnología, pero aunque haya unos procedimientos estandarizados para escribir ese guion (por su función instrumental y como parte de una cadena de procesos), también requiere de la sensibilidad y del genio creativo; igual ocurre con la cámara, que su expresión depende más del ojo del cinematografista que de la presión de un botón; así mismo, la postproducción puede ser tanto un cortar y pegar como una reescritura y el gesto estético que le da el acabado final a la película. Incluso de esta dicotomía también se desprende la tensión entre el que puede ser un arte individual, haciendo alusión al cine de autor, y un arte colectivo, cuando este funciona gracias al engranaje de la industria y por la conjunción de miradas y destrezas.
El cine también pue ser un formato, la cinta de celuloide o de acetato con la que durante décadas se filmaban las películas, así como lo es el rito de asistir a su proyección en una sala oscura, pero ese cine para muchos ya ha muerto, pues solo algunos románticos y puristas usan ese formato fotoquímico (que igual luego se proyecta en digital), y existe ya más de una generación que apenas un reducto del cine que consume lo ve en salas, porque crecieron en la era del streaming y de los dispositivos electrónicos. Es cierto que una película es una película en el formato y en el medio que se vea, pero también sabemos que la película que se ve en el celular o el computador, incluso en el televisor, no es la misma que se aprecia en la gran pantalla, con su oscuridad, sonido envolvente y sin interrupciones.
De la misma forma, se puede responder a la pregunta apelando a la gramática misma del cine, diciendo que es una deconstrucción y reconstrucción del tiempo y el espacio en una representación donde personajes, objetos y espacios interactúan, y ese proceso se hace de acuerdo a unas reglas y convenciones claramente establecidas, cuando se trata de la narrativa clásica, o a una escritura desobediente de esas reglas o explorativa, cuando hablamos del cine moderno o de narrativas alternativas.
Y bueno, podría seguir aventurando respuestas, todas ellas válidas y que, en últimas, terminarían, junto con las ya propuestas, contribuyendo a una gran definición, porque el cine es tan vasto en sus posibilidades, recursos y universos, que una concepción holística puede ser la más adecuada para definirlo, porque el cine es la vida, es la poesía, es el movimiento y las emociones. Puede ser el objeto minúsculo o también la totalidad, como cuando se pasa de un plano detalle a un gran plano general.
Publicado en la Revista Cronopio No. 96 de octubre de 2022.