Cine para los márgenes y los desoídos

Oswaldo Osorio

En el cine es muy difícil conciliar, por un lado, las realidades dramáticas con el humor, y por otro, que las películas gusten tanto al gran público como a la cinefilia más exigente. Fernando León de Aranoa ha conseguido ambas cosas en la mayoría de sus títulos de ficción y eso lo ha convertido, tal vez, en el director español más importante de este siglo. Si esto lo definieran los premios Goya (que son como los Oscar de España), definitivamente lo sería. Pero su obra va más allá de premios a la popularidad entre sus colegas y de las cifras de taquilla, porque su cine es entrañable y reflexivo, tan sencillo como profundo y con un compromiso con la realidad y con seres marginales que, sin duda, lo harán duradero. 

Así quedan enunciadas, entonces, las claves esenciales de su obra, la cual no es muy profusa, solo trece largometrajes en poco menos de treinta años: ocho ficciones y cinco documentales. A él le gusta decir que todo empezó con un error burocrático, pues iba a estudiar artes y terminó matriculado en cine, pero más bien empieza con Sirenas, un encantador cortometraje de 1994 en el que bien podría verse la simiente de todo su universo, pues ese hombre viejo y sordo, que espera el llamado de las sirenas para morir, es un excluido, de su familia que no lo entiende y del mundo que lo ignora. Solo su nieto trata de ser cercano y comprensivo.  

Casi todas sus películas siguen por esta senda. Son marginados e incomprendidos, cuando no ignorados, que solo adquieren una identidad y dimensión con la mirada compasiva y afectiva de la cámara y el relato de Aranoa, esto ocurre ya sea con los adolescentes de una barriada, campesinos olvidados del Estado, un grupo de desempleados, una prostituta, niños reclutados por la guerrilla, una inmigrante, ayudantes humanitarios en una guerra o los empleados de una empresa. Porque es muy claro el espíritu e intención que cruza toda su obra, donde hay una preocupación humanista y social por personajes que están fuera del mapa o que son un puntito en él casi imperceptible.

Desde su ópera prima, Familia (1996), llamó la atención por ese inteligente y sutil sentido del humor que sabe hacer sobrellevar el drama más crudo o los personajes más adversos. Aunque esta es la más disímil entre sus películas, pues se trata de un ingenioso juego de metaficción dentro de la realidad misma. Un hombre contrata a una compañía teatral para que sea su familia durante un día. Tal sainete le da al director y guionista –porque todo lo que dirige también lo escribe– la oportunidad de hablar, con mucho de ironía –que igual es un recurso constante en su obra– sobre asuntos como el amor, el sexo, el oficio del actor, las miserias del arte, la soledad y, por supuesto, la familia. Se trata de una novedosa y divertida peripecia argumental que hizo que el cine español dirigiera su mirada hacia a ese joven prometedor (y también el teatro, porque luego fue montada como una exitosa obra).  

Sus tres historias siguientes son tan bellas como descorazonadoras, y tienen mucho en común entre sí. Con Barrio (1998), Los lunes al sol (2002) y Princesas (2005) esa promesa de ser un autor a tener en cuenta se torna en constatación. En ellas están concentradas la marginalidad, el comentario social, la poesía cotidiana y el humor sutil que navega sobre la adversidad. Los tres adolescentes, la prostituta y los cinco hombres desempleados están hechos del mismo material y permanentemente disparan lúcidos dardos de emotivas verdades y agria crítica a su entorno y a la sociedad, incluso a ellos mismos.

En Barrio, Raí, Manu y Javi ven agravado su carácter de exclusión social con la impotencia y sinsabores de la edad. No son niños ya ni todavía hombres. Ese umbral indefinido les acarrea problemas, inseguridades y aflicciones. Están tan varados en la existencia como esa moto acuática, que ganan en un concurso, parqueada a cientos de kilómetros del mar. Pero León de Aranoa sabe entenderlos y traducir con su relato a una historia dramática y hasta jocosa, sin llegar a ser cruel con el contraste.  

Con Los lunes al sol hay que destacar su primera colaboración con el actor Javier Bardem. Si bien son cinco los protagonistas, es en su personaje en que se concentra la esencia del filme. Aquí extrapola la situación de su anterior película y pone en circunstancias equivalentes a estos hombres maduros, igual de emproblemados, conflictuados y amargados que los adolescentes. Entre las coordenadas trazadas por los dos filmes es como si creara un gran fresco de la vida de estos marginados y, de paso, de las inequidades sociales que los convirtió en tales.

Princesas es su película más triste, también la del humor más agudo, la más emotiva y la de los diálogos para poner en letra de molde. Cayetana Calle es una prostituta que trabaja en la calle. Por ahí empieza la ironía y el juego de sentidos que rebosan en esta entrañable obra. “El amor es que te vayan a recoger a la salida del trabajo” dice Caye con “nostalgia del futuro”. Y ahí va su vida, en la soledad, el desamor, el serio rigor con su oficio y el afligido gesto ante su familia. Pero, de nuevo, no es la historia de un pobre puta, es tal vez el mejor y más sensible título de este autor.      

Continuando por la misma línea, pero ensayando otras posibilidades, realiza –ya con su propia productora– Amador (2010), Un día perfecto (2015) y Loving Pablo (2017). En la primera, cuenta la historia de una inmigrante peruana que cuida a un viejo desahuciado en Madrid, un relato con un estado de ánimo en clave baja y un humor más inhibido, pero igual es una delicada pieza en sus temas y emoción. En las dos siguientes se internacionaliza, primero abordando el absurdo de la guerra en los Balcanes, con un abierto humor negro y gran sentido crítico; y luego narrando la muchas veces contada épica oscura de Pablo Escobar, pero este parece más un proyecto de Javier Bardem que de Aranoa, porque donde el uno se luce el otro se desconoce, haciendo apenas una labor de buen artesano del cine.

Con El buen patrón (2021) de nuevo suben sus acciones. Esta película es la gran protagonista del año en su país y parte de Europa, otra vez con un Bardem que se come la pantalla, pero ahora con un Aranoa que está en sus terrenos, hablando de temas serios con inteligencia y buen humor, además cáustico comentando a la sociedad y a los poderosos, demostrando un equilibrio en sus formas y relato que son producto de una evidente madurez.

Capítulo aparte son sus documentales, más por el cambio de discurso y la ausencia del humor que por abandonar sus temas y preocupaciones. Empezó ensayándose dando cuenta de una contienda política en Primarias (1998), que codirigió con Azucena Rodríguez y Gracia Querejeta. Pero es con Caminantes (2001), Buenas noches (2007) y Política, manual de instrucciones (2016), en los que demuestra el talante de su compromiso ideológico y su militancia con casos de injusticia social y causas progresistas. Con el primero, se va a México a esperar la marcha de los zapatistas; en el segundo, viaja a Uganda y arropa con su lente a los niños que huyen cada noche del reclutamiento forzoso; y en el tercero, no oculta su simpatía por la revelación que significó para España el partido político Podemos y su líder Pablo Iglesias.

Su último trabajo también es un documental, Sintiéndolo mucho (2022), donde acompaña al cantautor Joaquín Sabina durante más de una década para ver de cerca su vida, obra y universo. Pareciera un personaje y un tema muy distantes de todo lo aquí dicho de su obra, pero, además de la estrecha amistad que une a cantante y director, lo cierto es que en la visión que este poeta bohemio y de voz rasposa tiene de la vida se pueden encontrar muchas afinidades con todas estas películas. Por eso resulta una obra íntima y cercana, que quiere entender al artista y sus circunstancias, tanto del pasado como del presente. Entonces nos hace testigos de su transformación desde el joven macarra que era hasta el viejo verde sin dignidad que es hoy. Y lo hace sin inoficiosas adulaciones, pero siendo un buen escucha y observador, que no teme a no guardarse nada por cuidar el pudor de su amigo. Es una película especialmente para “sabineros”, pero también para quien quiera escuchar palabras sabias y lúcidas, sobre la vida y la música, de parte de un hombre que ha sabido recorrer y beberse el mundo.

Y como Sabina, Fernando León de Aranoa ha recorrido un mundo, el de los márgenes y de los personajes desoídos, el de las lides políticas y de resistencia, y lo ha hecho con la impasividad y eficacia de las personas que son muy altas, que él lo es, porque avanzan más con su paso lento y seguro. La diferencia es que el cineasta tiene veinte años menos y esperamos que, a despecho de la renuncia de Sabina, Aranoa sí tenga todavía en sus planes hacer “la película más hermosa del mundo”. Con lo que ya ha hecho, tenemos fe en que eso sea posible.

Publicado el 22 de enero de 2023 en Lecturas Dominicales del periódico El Tiempo.

 

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