El humo del amor y la poesía de la imagen
Oswaldo Osorio
Este texto se escribe sobre la premisa de que la obra de Wong Kar-Wai es uno de los veinticinco hitos del cine en el último cuarto de siglo. Esto por ser un cine único y lleno de virtudes: sus exploraciones sobre la hondura o imposibilidad del amor, su habilidad para entrecruzar relatos, esa musicalidad de sus películas sostenida por entrañables melodías, sus personajes estrafalarios, contenidos, mágicos o trágicos, y esa poesía visual sin igual y reconocible que es el aglutinante de todos los anteriores elementos.
Surgió en un medio dominado por el cine comercial y de acción, la cinematografía de Hong Kong de los años ochenta, y si bien empezó mimetizado con ese entorno en su primer filme, As tears go by (1988), ya dejaba ver destellos de lo que sería su estilo y su universo. La historia de gánsters de poca monta y sus rivalidades con las demás pandillas era parecida a tantas otras producidas allí, pero sobre esa burda trama entretejió una relación amorosa cuyo contraste con el relato de acción resulta aun más violento que este. Tal contraste lo retoma en películas posteriores con mayor eficacia y estilización, aunque ya el amor o el desamor predominando sobre la violencia.
Sin ley ni guion
Sin duda es un cineasta diferente a todo lo conocido, y para serlo tuvo que pensar diferente. Trabajar sin guion, por ejemplo. Ya con este solo hecho reniega de lo más sagrado de la esencia y la tradición cinematográfica. Este aspecto, como es apenas lógico, tiene unas significativas implicaciones en su forma de trabajo y en el resultado final. Entonces los conceptos de improvisación e intuición aparecen de inmediato como directas consecuencias.
El primero, la improvisación, se refleja principalmente en las actuaciones y en los diálogos. Seguramente por eso se acompaña casi siempre con los mismos actores, como Maggie Cheung y Tonny Leung. Solo la cercanía con unos actores constantes le podría permitir trabajar de esa forma, porque necesita compinches, que en muchos casos son también coautores que contribuyen a la construcción de los personajes y de la historia, gracias a todo ese conocimiento orgánico e interiorizado que ya tienen del universo emocional y visual de Wong Kar-Wai.
En cuanto a la intuición, esta se manifiesta en las decisiones sobre la historia y los personajes a medida que ellos van tomando su azaroso curso sin la presión de un guion de hierro. Happy Togheter (1997) es un buen ejemplo de ello. El accidentado rodaje en Buenos Aires, la temprana partida de uno de los actores principales o las dificultades por la diferencia de idioma y cultura, hicieron que el relato tomara un rumbo muy distinto a ese bosquejo general inicial, el cual solo partía del hecho de que la capital argentina quedaba en las antípodas de Hong Kong y de un ambiente obtenido de la literatura de Manuel Puig. Pero luego de ver el documental Buenos Aires Zero Degrees (Pung-Leung Kwan, 1999), se puede deducir que el resultado final, con todos sus sustanciales cambios, quedó mejor que lo que en principio estaba planeado.
Y si no necesita trabajar sobre un guion bien definido, mucho menos le interesan las convencionales estructuras y recursos de la narrativa clásica. De manera que también rompe con la linealidad narrativa y cronológica, pero no como producto de esos jugueteos discursivos que tan de moda están ahora por una suerte de impostura posmoderna, sino como una necesidad de esa escritura intuitiva que lo define, de esa conexión emocional y poética que hay entre los distintos personajes, ya sean de una historia común o no. Esa naturaleza etérea y elusiva de sus imágenes y personajes, necesariamente se ve reflejada en la narración.
En este sentido, es necesario anotar que Wong Kar-Wai recurre a un recurso que, como la música, la fotografía y el tema de cada filme (que es el mismo siempre), le permite dar unidad a su narrativa sin patrones. Ese recurso es la voice over, esa especie de voz interior de los personajes que sirve de narración de hechos ocurridos fuera de campo, de descripción de las emociones del momento o de soliloquios intimistas y reveladores, generalmente cargados de una bella y dolorosa melancolía. Este recurso lo lleva al extremo con Fallen Angels (1995), en la que prácticamente no hay diálogos, casi todo el texto es esa voz interior de cada uno de los personajes.
Únicamente su primera y última película, As Tears Go By y The grandmaster (2013) están cerca de la narrativa clásica y del uso convencional del guion. La explicación de esto es simple: son las que están más cerca de la industria y definidas por el cine de género. La primera porque en ella estaba condicionado por los productores cuando apenas empezaba su carrera, y la última, por el gran presupuesto con que contaba y por tratarse de un biopic sobre Ip Man, el gran maestro del Kung Fu, célebre por haber formado a Bruce Lee.
Aunque, paradójicamente, en medio de ambas está una verdadera película de género, Ashes of Time (realizada en 1994, pero con su estreno y una nueva versión en 2008). Se trata de un wuxia (melodrama de época y artes marciales) que escamoteó lo que justamente busca el público en ese género, los combates y la acción, en favor de sus acostumbradas historias de amor y desamor, en este caso cargadas de venganzas, heroísmo y misticismo.
Adicionalmente, a esa narrativa tan trasgresora y personal no podía sino corresponder una concepción visual igualmente auténtica y rebelada contra la norma y la uniformidad. En complicidad con el director de fotografía Christopher Doyle, Wong Kar-Wai consigue lo que sin duda es una suerte de poesía visual. Tal vez es un lugar común usar esta expresión, pero es la mejor forma de designarlo, porque es la más precisa, pues sus imágenes son eso, no solo el simple registro con la cámara de unos lugares y actores, sino unos hermosos y sugestivos universos llenos de sensualidad y aires melancólicos, los cuales son logrados a partir de una estilizada dirección de arte y captados por una cámara que acaricia ese espacio o lo atisba de lejos, dejando entre la cámara y los actores una serie de objetos que "ensucian" y embellecen los encuadres. Esto es complementado con la luz y el color como bases de esa etérea materialidad, así como con recursos como la cámara lenta, el congelado o el desenfoque.
Del amor inacabado
Como todos los grandes artistas, el amor es el tema que lo obsesiona. Pero en su universo, este es siempre un sentimiento condicionado por la expectativa y el padecimiento del amor inacabado, cuando no imposible o simplemente frustrado. Esta condición es un sino que impera en todas sus películas, solo Chunking Express (1994), la película a partir de la cual empieza a ser un consentido de los grandes festivales, deja abierta una posibilidad al final con las dos parejas que la protagonizan; mientras que My Blueberry Nights (2007) lo hace solo con una de las historias. En el otro extremo está Happy Togheter, la más amarga y desesperanzadora de todas, la historia de una relación determinada por condiciones marginales: una pareja de homosexuales, expatriados y sin dinero, a quienes no solo se les acaba el amor una sino muchas veces, por lo que el "volvamos a empezar" puede resultar más doloroso que terminar.
Days Of Being Wild (1990), In The Mood For Love (2000), 2046 (2004) y The Hand (segmento de la película Eros, de 2004) son las más parecidas entre sí en su tratamiento sobre este sentimiento supremo. En todas ellas sus personajes son víctimas de las veleidades del amor, cuando no de su ausencia y de su añoranza en medio de una soledad solo paliada por constantes bocanadas del humo de los cigarrillos (que incluso llegan a ser un constante leitmotiv argumental o visual).
En Wong Kar-Wai el amor es siempre un asunto atado a cada cosa y momento de la vida. Se puede manifestar en la fecha de vencimiento de una lata de piña o en la forma misma de entender el mundo. El amor en sus historias es un sentimiento que se busca con anhelo o del que se huye cobardemente, porque muchos de sus personajes empiezan con lo primero y terminan con lo segundo, pocas veces hay términos medios. Y así mismo es el cine de este fascinante director, una búsqueda y una huída, búsqueda del elusivo sentido del amor a través de la poesía de sus imágenes y huída de los caminos recurridos por el cine de siempre.
Publicado en la revista Kinetoscopio No. 109. Abril-junio de 2015.