La importancia y vigencia de un clásico

Por Oswaldo Osorio

La historia de la mejor película de todos los tiempos empieza con una simpática anécdota. Una compañía de teatro de New Jersey aterrorizó a los habitantes de esta ciudad, en 1938, con una impactante y realista adaptación de La guerra de los mundos, de H.G. Wells. Detrás del pánico colectivo, producido por esta transmisión radial que anunciaba una invasión extraterrestre, estaba un joven llamado Orson Welles.

Lo importante de la anécdota es su consecuencia inmediata, y es que, apenas con 23 años, este joven firmó un contrato con la RKO, una de las más poderosas productoras de la época. Pero no cualquier contrato, sino uno sin precedentes en la industria, pues le permitieron dirigir, producir, escribir y protagonizar varias películas con plena libertad creativa.

Este detalle de la libertad creativa, que por primera y última vez se le otorgaba a una persona (le quitaron ese privilegio con los siguientes filmes del contrato), es el elemento decisivo para que esta película fuera posible. Porque Hollywood nunca le ha apostado al genio creador, sino al camino seguro, que en aquel entonces –y todavía– era el atractivo de sus estrellas y los esquemas conocidos de los géneros cinematográficos.

Welles podía contar cualquier historia, y se decidió por la vida de un magnate de las comunicaciones, inspirada en la vida de William Randolph Hearst. Es cierto que dicha historia, como otras tantas, gira en torno al materialismo y al capitalismo, a la megalomanía y egocentrismo de un hombre, y es un retrato de la sociedad y la política de Estados Unidos, pero la diferencia fue cómo lo contó este director y lo que dijo sobre estos tópicos.

Rosebaud

El hilo conductor de esta película es un cuento de detectives. La trama busca el significado de la última palabra que dijera Kane antes de morir: Rosebaud. Es posible que una sola palabra explique la vida de un hombre, pero lo cierto es que esta búsqueda dio lugar a las principales rupturas propuestas por esta película en relación con el cine de su tiempo: la discontinuidad en la estructura narrativa y la variación del punto de vista.

Por aquel entonces, el cine apenas se estaba afianzando en sus convenciones. La narrativa clásica, eminentemente lineal, se imponía, así como los relatos en primera o tercera persona, pero rara vez mezclados. Lo que hace Orson Welles, junto con su guionista Herman Mankiewicz, es contar la historia de este hombre a partir de seis puntos de vista distintos, los cuales definen el orden no lineal del relato.

Así mismo, su propuesta visual redefinió las posibilidades estéticas del lenguaje del cine. Y no es que Welles (en complicidad con su fotógrafo Greg Toland) se haya inventado nada, sino que fue la forma como entendió los recursos formales del cine (iluminación, encuadres, angulaciones, uso de la profundidad de campo, lentes, etc.) y cómo los combinó y los aplicó en beneficio de la expresividad, el drama y la estética de su filme, lo que la convirtió también en una obra maestra y referente para piezas futuras.

Pobre hombre rico

Pero el valor de esta cinta no se queda en lo formal, pues su innovadora narrativa y la potencia de su aspecto visual son los vehículos para construir la compleja imagen de un hombre, un tiempo y una sociedad. Welles definía su película como “El retrato de la vida privada de un hombre público.”

Es en este contrapunto entre lo público y lo privado donde el filme se muestra más revelador, pero por vía de la ambigüedad de su sentido, como decía Guillermo Cabrera Infante, quien afirmó que este filme “es a la vez una apología a un capitalista y una diatriba contra el capitalismo, una defensa del individualismo y un ataque a la egolatría, un canto a la libre empresa y un réquiem al último magnate, una loa a la libertad de prensa y una explicación detallada de que esa rara avis jamás existió, finalmente un panegírico del ciudadano Kane y una execración de Charles Foster Kane en zapatillas.”

Por todo esto, es que se habla de ella como la mejor película de la historia del cine. Es un título que puede parecer arbitrario, pero es que falta el elemento clave, que no es otro que su significado en el momento histórico, lo cual pone en evidencia su importancia: fue un filme transgresor, innovador y, por tanto, influyente. Fue el inicio de la modernidad en el cine y una de las pocas cintas que obligan a hablar de un antes y un después en la historia del séptimo arte. 

Publicado el 1 de mayo de 2011 en el periódico El Colombiano de Medellín.

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