El tartamudo que ganó una guerra

Por Oswaldo Osorio

Nunca el rey Jorge VI de Inglaterra había sido protagonista de la Segunda Guerra Mundial en una película. En esta lo es porque había que justificar la anécdota que es el centro del relato, había que darle peso al curioso cuento del rey tartamudo. Porque de eso se trata esta cinta, de una simple anécdota que le ocurre a un ilustre pero opaco protagonista de la historia moderna, una anécdota que es inflada para hacerla parecer muy importante y, además, es revestida como historia de superación.

Porque ese es el esquema que se impone en este filme, el de una historia de lucha individual y superación personal como otra de tantas que quieren conmover al espectador con una lección de vida. La diferencia aquí es que no se trata de un hombre común, pero al fin y al cabo sigue siendo la historia de superación personal con todas las dudosas estrategias para afectar al público fácilmente: el simpático e incondicional amigo, el apoyo de los seres queridos, la constante lucha contra las adversidades, los momentos de debilidad y el triunfo final.

Con el fin de servir a este esquema es que terminan diciendo, muy forzadamente, que la superación de la tartamudez le permitió a este monarca darle la voz de aliento y el coraje al pueblo inglés que le permitiría, a la postre, salir victorioso. Entre tanto, Winston Churchill, quien realmente dio los históricos discursos durante la guerra, queda relegado a dos pequeñas apariciones, una de las cuales se pone torpemente al servicio de la anécdota en cuestión, cuando le dice al rey que él también superó la tartamudez. Un indicio de lo que significa para la cultura popular las alocuciones de Churchill durante la Segunda Guerra, es que el discurso “Lucharemos en las playas” se puede escuchar en dos canciones de bandas tan disímiles como Super Tramp y Iron Maiden.

Esta anécdota que hace de argumento y sus magnificadas repercusiones están muy correctamente presentadas narrativa y visualmente. Pero esta corrección es tal, que lejos de ser una virtud puede ser más bien una carga. La razón de esta tesis, que parece contradictoria, es que esta película en todos sus aspectos (los mismos que fueron nominados por la Academia), “hace la tarea” de plantearlos como manda el libro, sin ningún asomo de novedad, talento creativo o énfasis que logre estimular.

Que todo esté juiciosamente ejecutado en una película, es apenas el requisito básico que requiere cualquier producción. Pero que esto sea suficiente para que, de acuerdo con las doce nominaciones a los premios Oscar que recibió y los cuatro que ganó, sea considerada una gran película, es solo una prueba más de lo arbitrarios que pueden ser estos galardones y del convencionalismo que estimulan en la industria del cine.

Sin ser tampoco una deficiente cinta, de hecho, tiene muchos momentos de fuerza y emotividad, así como las interpretaciones les sacan provecho a los singulares personajes, el punto es que, justamente, esa emotividad deviene del sensacionalismo de una anécdota que se esfuerza en querer dar una importante lección de vida, mientras que los personajes son igual de anecdóticos y sensacionalistas: el rey tartamudo, la leal esposa, el amigo excéntrico y el hermano de vida disoluta. Justo lo que le gusta a la Academia, justo lo que le gusta al gran público.

Publicado el 27 de febrero de 2011 en el periódico El Colombiano de Medellín.

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