La tristeza, el misterio y lo fantástico

 

Por: Oswaldo Osorio

 

El enorme éxito  de Sexto sentido (The Sixth Sense, 1999), si se mira en relación con los demás filmes de M. Night Shyamalan, tal vez fue lo peor que le pudo haber pasado a este director. Y es que desde entonces sus siguientes títulos han sido en muchas ocasiones mal comparados y hasta criticados (aunque siempre con el beneplácito de la taquilla), a pesar de que toda su obra está construida con los mismos elementos y a partir de idéntica lógica, esto es, historias envolventes y bien contadas, un gran sentido para crear y manejar el suspenso y el misterio, un concepto visual, aunque convencional, inteligente y sugestivo, y de fondo una suerte de moraleja, esencialmente humanista, que por poco evidente y a veces compleja no parece tal.

 

El terreno en el que siempre se desenvuelve M. Night Shyamalan es el cine fantástico, pero según cada película adopta las especificidades de uno de los géneros que componen este mega-género, es decir, ya sea horror, ciencia ficción o fantasía. Sólo tales géneros permiten crear los personajes, las historias y el tipo de relatos que este director nacido en la India siempre propone. Su predilección por estos géneros tal vez tenga que ver, no sólo con que desde muy joven su familia se radicó en Estados Unidos, sino con que, también desde joven, es un gran admirador del cine de Steven Spielberg.

 

Salvo sus dos primeras películas (Praying with anger,1992 y Wide awake, 1998), que son dramas familiares cuya base es religiosa, todas las demás tienen ese componente fantástico, que a la larga es sólo un recurso para plantear unas ideas de tipo espiritual o humanista y para comentar la realidad actual. Porque sus filmes siempre hablan de asuntos como la fe, la redención, la reflexión sobre males sociales y la naturaleza humana en relación con lo que define al hombre y a la sociedad. Ya sea una idea tan simple pero esencial como poner al amor como fuente de fortaleza y salvación, que es lo que se propone en La aldea (The Village, 2004), o ya planteando un asunto más amplio y complejo, como el que se puede ver en El fin de los tiempos (The happening, 2008), en donde hace una alegoría a la sociedad norteamericana actual muy clara, no sólo porque pone en evidencia esa paranoia que aún domina a este país, que es la causa de tanto comportamiento arbitrario e intolerante, sino porque es como una advertencia, en clave de thriller, sobre la forma como los hombres están manejando el mundo, y esto desde una doble lectura, la ecológica y, en especial, la política.

 

Personajes tristes y nobles

Para hablar de estos temas, los personajes de sus películas están definidos con unas características comunes. La más evidente es que todos los protagonistas de sus historias han perdido a alguien muy cercano. La excepción es El protegido (Unbreakable, 2000), en la que más bien han perdido algo, aunque no menos importante que un pariente. La consecuencia inicial de esto es un permanente estado de tristeza en muchos de ellos que condiciona su visión del mundo y los hace cuestionarse permanentemente sobre el sentido de la vida y de ellos mismos. Pero es aquí cuando el componente fantástico aparece, bien sea en forma de alienígenas, fantasmas, monstruosas criaturas, ninfas o una misteriosa amenaza de la naturaleza. Es en ese momento cuando, como es natural, la vida y visión de estos personajes empieza a cambiar, pasando por diversas etapas, que van desde el escepticismo hasta la lucidez, incluso la revelación. En Señales (Sings, 2002), por ejemplo, el ex-pastor recupera su fe, mientras que el conserje de La dama en el agua (Lady in the Water, 2006) se compromete con una causa y consigue incluso convencer a todos y coordinarlos en función de una noble empresa con connotaciones heroicas y redentoras, no sólo para ellos mismos sino para el mundo entero, porque básicamente se trata de una confrontación entre el Bien y el Mal, con mayúsculas.

 

Es a través de estos personajes, y por medio de su transformación, que Shyamalan sutilmente alecciona, propone su visión del mundo y reflexiona sobre la naturaleza humana. Adicionalmente, la presencia de niños o de jóvenes, quienes aportan su natural inocencia a la situación, es una de las principales claves para que se dé esta transformación y para solucionar los conflictos. Todos estos personajes tienen una discreta nobleza y una voluntad fuerte, esto muy a pesar de su sufrimiento y de su vulnerabilidad física o emocional, por eso siempre los salva la fe o el amor en los demás. Esto se puede ver claramente en Sexto sentido, donde este niño que soporta la peor de las pesadillas alcanza a vencer su miedo, ayudar al doctor y capitalizar ese extraño don que tiene para bien de los que ya se han ido pero todavía están allí. Igual ocurre con el niño de El protegido, que confía tanto en su padre como en la posibilidad de que existan los superhéroes, o en la joven ciega de La aldea, que estuvo dispuesta a enfrentar, en medio de sus tinieblas, el horror de lo desconocido para salvar a los suyos.

 

Todo este asunto de nobleza, redención y personajes un poco mártires y sin tacha podría verse como un sospechoso discurso religioso o moral, pero su empaque de cine fantástico le da otro matiz, al punto de que muchos ni se enteran de ello y sólo ven en sus películas las elaboradas tramas cargadas, en mayor o menor medida, de suspenso, intriga y misterio. Pero además, el género también les aporta el tono de alegoría o fábula, sin importar por eso que en ocasiones llegue a caer en ingenuidades o trampas fáciles en la construcción de sus historias, como cuando en La aldea se crea la falsa idea de que la trama se desarrolla durante el siglo XIX mostrando la fecha de una lápida, o cuando en La dama en el agua se pueden conocer ciertas reglas de la gente del agua a través de una más bien torpe lógica de señas y adivinanzas.

 

Los misterios del fuera de campo

Pero estos artificios o elementalidades argumentales quedan en un segundo plano, no sólo por la vocación fabulesca y fantástica de los relatos, sino porque en lo que sí ha resultado un maestro M. Night Shyamalan, es en su tremenda habilidad para crear historias en las que un secreto o misteriosos sucesos mantienen la atención y tensión del espectador. Sus filmes siempre van creando progresivamente, a partir de sugestivos detalles e ideas sugeridas, un creciente interés por saber qué va pasar, quiénes son los que están amenazando a los personajes y cuáles son las capacidades e intenciones de estos seres. En Señales, por ejemplo, hasta el momento de la confrontación final apenas si se habían visto dos fugaces imágenes de los alienígenas. Y eso es porque el principal recurso que usa para crear el misterio y generar la tensión es el fuera de campo. En las películas de este director muchas cosas ocurren por fuera de los bordes del plano, pero el espectador permanentemente está presenciando los efectos y reacciones de los personajes ente esos sucesos o criaturas que escasamente aparecen, incluso llegan a no hacerlo, como en ocurre El fin de los tiempos, donde la amenaza es tan invisible como letal y misteriosa.

 

Por eso en esta última película se puede apreciar que el director lleva al extremo esa suerte de contención con que se desarrollan sus historias y personajes. La mesura en las emociones desplegadas y en los efectos, que aquí alcanza un elocuente minimalismo, se puede identificar también en las demás películas. El protegido, salvo la secuencia del rescate de la familia secuestrada, es una historia que se desarrolla sin mayores sobresaltos, y aún así, hay una tensión permanente y la creciente expectativa por lo que sucederá, que absolutamente nunca es predecible y ésa debería ser la principal exigencia de cualquier película que juegue con el  misterio y el ocultamiento de información.

 

Es cierto que sus relatos no prescinden de efectismos, pero éstos no son su principal recurso. Se hacen presentes en unos momentos definitivos que sólo son unos cuantos y duran muy poco: cuando se plantea el misterio, como la secuencia en El fin de los tiempos con los obreros lanzándose desde el edificio en construcción, que es sin duda unos de los inicios más contundentes y escalofriantes de la historia del cine; también estos golpes de efecto están presentes en los siempre inesperados giros de sus tramas y, aunque no todas las veces, cuando finalmente se resuelve el misterio.

 

El único problema -si es que así se le puede considerar- que tienen las historias de Shyamalan, es que debido a que sus tramas dependen tanto del “secreto” o el “misterio” que finalmente se dará a conocer, entonces no es posible tener la misma experiencia en una segunda visionada. Saber de dónde vienen los adultos de La aldea o lo que busca Samuel Jackson en El protegido, por ejemplo, es un buena parte la razón de ser de la historia y el efecto emocionante y de suspenso que causa en el espectador. Sin embargo, esa posible segunda visionada no deja de perder su fuerza y capacidad envolvente, incluso se obtiene una nueva experiencia, como cuando en Sexto sentido se puede apreciar la desconcertante habilidad e ingenio con que fue construida, porque como ya conocemos el secreto, entonces nos detenemos en su construcción.

 

Se trata, entonces, de un director con una obra que ha conservado el mismo esquema desde el gran éxito de Sexto sentido, que se convirtió en el guionista mejor pagado de Hollywood, apela siempre al cine de género y sus películas conectan muy bien con el gran público. Todo esto normalmente haría pensar en un director calculador con los condicionamientos de la industria y dispuesto a hacer concesiones, sin embargo, estamos más bien ante un cineasta que se ha mostrado sólido y coherente con una obra en la que demuestra gusto por contar historias, talento y honestidad, sobre todo esta última virtud, pues otro en su lugar habría aceptado las películas que le ofrecieron después de su gran éxito (Indiana Jones IV y Harry Potter III), y otro en su lugar no se habría peleado con la poderosa Disney porque le querían cambiar La dama en el agua.  M. Night Shyamalan, en cambio, defendió su fábula y con ella mantuvo un estilo, unos temas y unos intereses que, seguramente, seguirán presentes en su obra futura, para continuar con ese equilibrio que ha sostenido entre un cine exitoso comercialmente pero también lleno de cualidades cinematográficas, al estilo de los clásicos artesanos contadores de historias.   

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