De amor, desamor y soledades

Por Oswaldo Osorio Image

Esta película es la historia de lo que tarda una mujer en cruzar una calle. No es cualquier calle, por supuesto, es la calle que la separa de la casa de su novio, con quien debe arreglar los problemas que tiene su relación afectiva. Pero si bien la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos, eso no descarta la posibilidad de dar un largo rodeo para llegar al mismo sitio. Y efectivamente, Elizabeth cruza el país para llegar al otro lado de la calle, entre tanto, piensa lo que va a hacer con su relación y con su vida, pero también experimenta y es testigo de desamores y soledades.

Esta película, además, es un acontecimiento. Tanto como lo puede ser la primera película norteamericana de uno de los más originales y fascinantes autores cinematográficos de nuestro tiempo: el director hongkonés Won-Kar Wai. Esa visita al reino de la industria del cine ha significado en demasiadas ocasiones un bache en la carrera de importantes directores del mundo, pero con Won-Kar Wai esto no ocurrió. Su cine intimista y su narrativa no convencional mantienen el mismo tono y los mismos universos visuales y emocionales, aún con personajes y paisajes norteamericanos.

Y es que, como todo gran autor, las líneas que dibujan su cine ya están definidas, y cada película es una variación que apunta algo nuevo acerca de eso sobre lo que siempre está hablando. Esas líneas, esencialmente, tienen que ver con la soledad, el amor y la ciudad. De estos tres tópicos se desprenden las distintas emociones y situaciones que viven sus personajes. Por eso no importa que sus historias  se desarrollen en Nueva York, Honk Kong o Buenos Aires. Es el mismo ser contemporáneo, el mismo animal urbano rodeado de gente pero aislado emocionalmente, ya a causa de los problemas afectivos o de la anónima indolencia  de la gran ciudad.

El filme se puede ver como la historia de amor entre Elizabeth y Jeremy, pero una historia de amor aplazada y sólo sugerida, una historia de amor absolutamente inusual, porque no se desarrolla durante la película, sino que más bien funciona como contenedor de otras historias, incluyendo la de cada uno de ellos, pues la historia de ambos empieza con abandonos y desencuentros, es decir, con un desamor que los obliga a aplazar su futuro amor. De otro lado, están las historias  de una pareja separada, y aún en constante conflicto, y la de una jugadora con una disimulada pero profunda tristeza. Tanto los esposos separados como la jugadora, son personajes tremendamente tristes, en pare porque su insatisfacción afectiva se traduce en frustración existencial. Están desesperados y buscan la salida a su situación, y como todo está en juego, entonces esa salida necesariamente será extrema.

Esta cinta también es una road movie, una película de carretera igualmente inusual, pues en realidad prácticamente todo ese largo viaje que hace Elizabeth está fuera de campo, es decir, sólo la vemos ya instalada en las ciudades a las que llega. Pero aún así cumple con las principales características de las road movies, esto es, un viaje para huir y buscar algo, un viaje que implica la transformación o entendimiento del personaje. Por eso la Elizabeth que empieza a cruzar la calle, pero con ese largo rodeo, no es la misma que llega a otra acera, donde está la casa de su novio. La Elizabeth que inicia el viaje no está preparada para empezar una historia de amor, pero la Elizabeth que lo termina sí. Jeremy, por su parte, decide mejor esperar. Pero en su espera también hay una búsqueda y también se transforma, por eso bota las llaves que lo tienen atado a una puerta que no se volverá a abrir. Y es que en esta película los hombres esperan y asumen actitudes más básicas, mientras que todas las mujeres, aún es su confusión, se muestran más decididas y se lanzan a la carretera para conjurar la soledad y la desesperación del desamor.

Por otro lado, esta película, y en general el cine de Won-Kar Wai, no sería lo mismo sin la música y la plasticidad de su concepción visual. Fue este mismo director quien en una de sus películas, Chunking Express, partió de una canción para construir el resto de la historia. Sus imágenes y las emociones de sus personajes están ligados a las atmósferas sonoras de la música, en este caso, algunas conocidas tonadas del soul, el jazz y el pop. De ahí que en muchas ocasiones, ésta y otras películas suyas, estén compuestas por numerosas secuencias que están en clave de video clip, más que de relato cinematográfico, con todo lo que esto implica: la posibilidad de crear unos momentos más que narrativos o descriptivos, tremendamente emotivos y sensoriales, gracias al efecto único que produce las imágenes y la música combinadas con la necesaria sensibilidad para cada una de estas artes, así como para su perfecta fusión.

En cuanto a sus imágenes, se trata de plásticos paisajes de luz, color, expresivas sombras, cuidados encuadres, cámaras lentas, desenfoques, en fin, toda una serie de recursos visuales que van más allá de la simple creación de espacios y de atmósferas. En las imágenes de Won-Kar Wai hay siempre un sentido de la composición con gran belleza estética, hay una audacia y originalidad que trasciende las reglas académicas, por eso lo que en muchos cineastas podrías ser defecto, en el cine de este director es efecto estético. Sólo habría que detenerse, por ejemplo, en las imágenes que consigue cuando su cámara mira a sus personajes a través de una ventana cruzada por las coloridas caligrafías y el neón. Todos esos elementos son los que hacen de esta película no sólo una experiencia emocional, por la reflexión que hace sobre el amor, el desamor y la soledad del ser citadino contemporáneo, sino también una verdadera y deleitable experiencia estética.

Publicado el 14 de Marzo de 2008 en el periódico El Mundo de Medellín.

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