De Cómo el Cine se Convirtió en el Padre de los Escritores

Por Oswaldo Osorio

“Creo en muchas cosas: una de ellas es la literatura,
 de no ser así no escribiría. Creo en las fuentes de
la vida, una de ellas ha sido  para mí, el cine.
-Guillermo Cabrera Infante-

Con la misma rapidez y facilidad con que el cine pasó de ser una invención a una atracción de feria, se convirtió después en espectáculo y luego en expresión artística. Desde hace mucho tiempo es un poco de cada una de esas cosas y, también desde hace mucho, hace parte esencial de nuestra cultura y sociedad, a tal punto de haber significado un cambio trascendental en ciertos aspectos de la vida del hombre, aunque a simple vista parezca un mero entretenimiento que sólo algunas veces alcanza el carácter de arte.

Antes de que los hermanos Lumiére apostaran su cámara afuera de su fábrica, a la espera de la salida de las obreras, las personas sólo podían hablar (o escribir) sobre dos experiencias: las vividas por propia cuenta y las que otras personas les contaran (oral o por escrito). Pero con la llegada del cine, se abrió una tercera forma de conocimiento y creatividad, pues gracias a la experiencia cinematográfica, que ya hace parte de la vida de casi todo mundo desde muy temprana edad (aunque sea a través de la televisión, esa hija boba del cine), hemos podido conocer lugares, hombres, costumbres e, incluso, épocas remotas; además, hemos conocido también sentimientos que no habíamos experimentado, o por lo menos no plenamente, como el amor, el heroísmo, la violencia o el miedo. Pero esta tercera forma de conocimiento no se conforma con una tercera parte de influencia sobre nuestras experiencias, sino que se impone a la segunda, lo que nos cuentan, y trata de suplantar a la primera, lo que vivimos.

De acuerdo con una definición ya clásica, toda novela es un espejo que se pasea por un camino reflejándolo todo. Desde hace cien años ese espejo literario coincide con el espejo en que se ha constituido también el cinematógrafo. Ninguno de los dos podrían ignorarse, por más que lo quisieran, así que inevitablemente han terminado por reflejarse mutuamente, prestándose, robándose y multiplicándose entre sí las imágenes y las ideas reproducidas por uno y otro. A estas alturas, entonces, resulta que hay muchos de esos reflejos que han ido y vuelto sucesivamente entre un espejo y otro, al punto de no poder discernir en cuál de ellos empezó, y convertidos en imágenes-ideas que han evolucionado o mutado por completo, debido a este singular paso de un lado a otro.

MAMÁ LITERATURA

Es bien sabido que el cine, cuando apenas daba sus primeros pasos, recurrió a la literatura como fuente de inspiración y cantera temática. Esta influencia directa tiene que ver con aspectos como la elección de temas, de la intriga y de las técnicas literarias, así como la transformación de géneros y de formas narrativas. David Wark Griffith, quien descubrió una nueva gramática para el cine en sus primeros años, no negó nunca que tomaba la obra de un Charles Dickens como modelo, una obra en la que se encontraban recursos narrativos que Griffith aplicó sistemáticamente en sus películas, como, por mencionar sólo uno, el montaje de acciones paralelas, que equivale al “entre tanto” de la literatura.

Pero muchos no hicieron una aplicación tan apropiada del legado literario, y se limitaron a pensar en el cine como la nueva imprenta de la literatura y, de paso, elevar el nivel cultural o intelectual del nuevo arte. Al principio sucumbió al melodrama y al folletín, incluso al teatro filmado, que tiene como su más patente ejemplo el poco afortunado film d’Art francés.

Posteriormente, con la llegada del sonoro, la literatura le cedió al cine la palabra, y con esto la comunión entre ambas formas artísticas y expresivas se hizo más grande, pero siempre guardando las distancias obligadas por las características propias e intransferibles de cada medio. Por eso siempre se ha escrito mucho acerca de la relación entre cine y literatura, pero generalmente estas reflexiones se han limitado al único aspecto de las adaptaciones, quedándose casi siempre en las denuncias contra la inferioridad de los resultados. Sin embargo, es necesario trascender este simplista y superficial aspecto de dicha relación, la cual podría abordarse de muchas formas diferentes, la propuesta por André Bazin, por ejemplo, quien decía que el reto del cine no era inspirarse en la literatura o adaptarla, sino buscar una  “equivalencia integral” frene al texto escrito.

DIFERENCIAS, SIMILITUDES Y DEPENDENCIAS

Entre cine y literatura es posible encontrar diversos puntos de contacto, préstamos, paralelismos y diferencias infranqueables, incluso malentendidos y mutuos prejuicios. El estudio de esta relación es un amplio campo aún no cubierto por completo y todavía no se sabe con exactitud a quién compete. Con el tiempo el cine adquiere su propio lenguaje y se aleja de la literatura como su referente primero. El ejemplo más simple de estas grandes diferencias que se establecen entre ambos medios es la capacidad de síntesis del cinematógrafo, ya que puede cubrir en una sola secuencia lo que a una novela normalmente le llevaría páginas enteras.

El arte y la literatura, que desde hacía mucho tiempo buscaban la mejor forma de expresar el movimiento, encontraron soluciones definitivas y nuevas posibilidades con el advenimiento del cine. Pero evidentemente los resultados nunca serán los mismos, dadas las particularidades de cada forma de expresión, así pues, como lo explicara Jean Mitry, si el arte y la literatura traducen el movimiento, lo significan más de lo que lo expresan, esto debido a que no lo poseen. El cine, en cambio, no lo significa sino que lo representa, y si lo significa es con el movimiento mismo o por medio de éste.

Esto nos lleva diferencias insalvables entre los elementos constitutivos de cada medio y a su lenguaje mismo. El lenguaje de la literatura, por ejemplo, es arbitrario. “La palabra revólver no dispara”, decía el semántico Kuroda. El cine, por su parte, también tiene sus limitaciones frente a la literatura. Una de las principales es que siempre se mueve en un perspectiva unidemensional con respecto al tiempo. En el cine todo está en presente, incluso los flashbacks, pues lo que vemos en ellos siempre nos es mostrado en presente, no es posible de otra forma. Por eso, el cine carece de los matices sicológicos que brinda el lenguaje mediante los modos y tiempos verbales. Entonces, así como la palabra revólver no dispara, el cine nunca podrá traducir a su lenguaje aquella metáfora poética del verso de Vallejo: “El traje que vestí mañana”. Es un reto que el cine no puede vencer. Sería como “cinematografíar” ese ya mítico párrafo de Cien años de soledad, en el que se habla en presente, pero luego en pasado y después en futuro que hace una nueva alusión al pasado.

Por razones como éstas, la literatura siempre ha estado más abocada y ha tenido mayores recursos para recrear mundos interiores y hacer grandes reflexiones, y el cine se ha centrado más en la acción y en las anécdotas. Claro que después de la llegada del cine sonoro, el séptimo arte comienza a buscar estas formas de expresión, reservadas hasta entonces para la literatura, y los resultados son evidentes, primero de forma muy incipiente, pero luego, con autores como Ingmar Bergman o Michelangelo Antonioni, por sólo mencionar dos de ellos, el cine puede discutir y hacer interrogantes acerca de los temas más profundos.

El maridaje entre ambos medios, entonces, también crea un campo de convivencia, no sólo con el préstamo en doble vía de descripciones, ordenación de elementos narrativos o articulación de puntos de vista, sino también con la aceptación de similitudes como la que se presenta entre la sucesión de las imágenes en el cine y la de palabras en la literatura, propiedades que llevan a pensar en rasgos comunes como la secuencialidad y la temporalidad, o dicho de otra forma, es posible ver que el encadenamiento de los planos obedece al orden del discurso. Es bueno aclarar también, que muchos de estos elementos fueron originados en la literatura y luego retomados y perfeccionados por el cine, para después ser devueltos de nuevo a su medio original. En este sentido también funciona la figura de los espejos de que hablaba al inicio de este texto, y su mejor ejemplo, es la dependencia del cine negro con la novela negra de los años treina y cuarenta, y luego su posterior influjo sobre ésta.

Por otra parte, nos encontramos con la incursión cada vez más activa de escritores en el mundo del cine, una incursión que se inició cuando autores como Scott Fitzgerald, William Faulkner o John Steinbeck aceptaron el llamado de Hollywood para escribir los guiones de muchas de sus películas. Incluso ha llegado a haber una interdependencia, la cual contempla una serie de obras literarias o cinematográficas en las que se produce una fusión de los dos lenguajes. Tendríamos como ejemplo aquellos textos “bastardos” etiquetados como ciné-romans; algunas obras de difícil catalogación como las novelas-filmes El poeta y la princesa o El cabaret de la cotorra verde, ambas de Pío Baroja; el cinedrama Vidas cruzadas de Jacinto Benavente o el poema cinematográfico La manzana de León Felipe.

Igualmente, han existido estrechas colaboraciones entre guionistas y directores, o escritores que se han decidido a dirigir, como Jean Cocteau, Jean Genet, André Malraux, Susan Sontag o Marguerite Duras. También habría que anotar el acercamiento de algunos escritores al cine en la década del sesenta, movimientos como Angry young man o Noveau roman, tuvieron fructíferos contactos, con coincidencias ideológicas y estéticas, con el free cinema inglés y la nueva ola francesa, respectivamente. En este mismo orden de ideas, es preciso hablar de convergencias entre cine y literatura, como fue el caso de la concepción existencialista del hombre presente en la novela de Jean Paul Sartre o Albert Camus, así como en el cine negro norteamericano o en los filmes de Michelangelo Antonioni o Jean-Luc Godard.

HERENCIA DE CELULOIDE

Ahora que por fin llego al tema que realmente me interesa, es decir, la incidencia del cine en la literatura, nada mejor para introducirlo que las palabras del escritor Leon Tolstoi al toparse con el, por aquel entonces, nuevo arte: “Ya veréis como este pequeño y ruidoso artefacto provisto de un manubrio revolucionará nuestra vida: la vida de los escritores. Es un ataque directo a los viejos métodos del arte literario. Tendremos que adaptarnos a lo sombrío de la pantalla y a la frialdad de la máquina. Serán necesarias nuevas formas de escribir. He pensado en ello e intuyo lo que va a suceder.” 

“Pero la verdad es que me gusta. Estos rápidos cambios de escena, esta mezcla de emoción y sensaciones es mucho mejor que los compactos y prolongados párrafos literarios a los que estamos acostumbrados. Está más cerca de la vida. También en la vida los cambios y transiciones centellean ante nuestros ojos, y las emociones del alma son como huracanes. El cinematógrafo ha adivinado el misterio del movimiento. Y ahí reside su grandeza.”

El escritor ruso no pudo ser más acertado en sus apreciaciones, pues la influencia del “artefacto” en los literatos cada vez se va convirtiendo más en una presencia constante, y quien primero se dio cuenta de ello fue Claude-Edmunde Magny, cuando escribió sobre la influencia del cine sobre las técnicas narrativas de la novela norteamericana de los años veinte, y más específicamente sobre los escritores de la lost generation. Magny fue la primera que se atrevió a precisar qué tipo de técnicas y estructuras, desde el modo narrativo “absolutamente objetivo”, hasta “el principio de cambio de plano”, habían pasado del cine a la novela contemporánea.

Y es que es innegable que con la irrupción del cine, la literatura encontró, con una enorme riqueza de recursos estéticos, una expresión que había perseguido hasta entonces; aunque también, tal incidencia operó desde los contenidos que manejaba el cine y la forma como lo hacía, es decir, le proporcionó a la literatura una gran fuente de referentes, elementos iconográficos y hasta su propia mitología. Esta distinción, entonces, define las dos principales maneras en que la literatura dispuso de la herencia que el cine había puesto a su buen haber: la aplicación de algunos elementos del lenguaje propiamente cinematográficos y la novedosa y diferenciada visión del mundo que tenía el cine. Veamos, pues, más detenidamente, cada una de ellas.

LOLITA CAMINA EN CÁMARA LENTA

Empezando por lo más básico, uno de los elementos que del cine retoma la literatura, tanto en la narración misma como en la crítica literaria, es su terminología. Ya antes del lenguaje cinematográfico la literatura tenía travellings, primeros planos o encuadres. Aquí tenemos, por ejemplo, un paneo en plano americano sacado de un texto de Balzac: “...desde donde estaba sentado, Vautrin sólo podía ver el torso y la cabeza del hombre. Sus ojos lo siguieron mientras caminaba con paso cansado”.

Pero ahora esas formas descriptivas, que antes no tenían nombre, son bautizadas por influencia directa del cine. Algunas veces son acomodadas para referirse a un texto, pero otras, son utilizadas por los mismos escritores como un recurso narrativo, para describir el movimiento, ya sea directa o metafóricamente, aprovechándolas como códigos ya reconocidos, aunque el efecto que se obtiene al cambiar de medio expresivo, es necesariamente diferente, no es un traslado sino una deformación.. Un buen ejemplo de esto es el siguiente pasaje de Lolita, de Vladimir Navokov: “Ella caminó hacia su maleta para abrirla, como si la acechara desde lejos, como si se desplazara en cámara lenta, mirando hacia esa distante caja del tesoro que se encontraba en el portaequipajes.”

Algunas veces los elementos y estructuras del cine (elipsis, presentación de personajes, puntos de vista...)se aplican sin que se pueda precisar el modelo que ha sido usado; pero otras tantas, se reconoce el empleo deliberado de una construcción cinematográfica particular, como ocurre en la disposición de los elementos visuales y los cambios de puntos de vista en La esperanza de André Malraux, que tienen una inequívoca relación con el montaje de atracciones de Eisenstein. También nos podríamos remitir al análisis que Robert Richardson hace de algunos de los “mecanismos cinematográficos”, como collages o la cámara-ojo, que utiliza Dos Passos en la trilogía U.S.A, así como los efectos sonoros en A death in the family.

También el estilo corto y seco, casi sin adjetivación, los diálogos rápidos, cortantes o coloquiales, la visualidad de las descripciones y las estructuras narrativas articuladas en secuencias, se han hecho presentes en el ejercicio literario de muchos escritores contemporáneos, en especial los que han surgido desde la segunda mitad de este siglo. Pero en un sentido más amplio, la herencia del cine a la literatura se ha reflejado en la tendencia a precisar el punto de vista óptico desde el que se describe (la mirada oblicua y fragmentaria de la cámara no suplanta la nuestra, pero la complementa), así como la variación de las posiciones espaciales de los personajes. William Faulkner, por lo menos, así nos lo corrobora en sus primeras líneas de Santuario: “Desde detrás de la hilera de arbustos que rodeaba el manantial, Popeye contempló al hombre que bebía. (...) Popeye había visto cómo el forastero (...) avanzaba por la senda y se arrodillaba a beber. (...) En el manantial, el forastero inclinó el rostro hacia los rotos reflejos multiplicados de su propio beber. Al erguirse de nuevo, aunque no había oído el menos ruido, vio aparecer entre ellos, también hecho añicos, el sombrero de paja de Popeye.”

EL CINE COMO FILTRO DE LA VIDA

Primero que todo, un enunciado general: el cine, ciertamente, es de gran importancia en la formación de los escritores, pero su influjo no es igual al de otras experiencias artísticas, pues las condiciones en que se presenta en la vida, esto es, de manera casi omnipresente, ya sea por la frecuencia con que se va al cine o por la casi obligada experiencia televisiva, se convierte en un hábito instituido socialmente, entonces resulta ser más una vivencia que un fenómeno artístico o intelectual.

Así pues, el cine ha influido en la literatura también -y sobre todo- a través de la sociedad, de los usos y las costumbres, de su manera de sentir, recordar y soñar. El cine es un gran creador de estereotipos, comportamientos y hasta modalidades del habla. El escritor, entonces, se apoya en estas circunstancias, ya por economía semántica o por una suerte de manejo de complicidades y de códigos con el lector. No es muy radical afirmar que todo lo que se ha escrito desde la aparición del cinematógrafo es de otra manera, pues el cine ha permitido a la literatura explorar caminos nuevos , contar de una manera diferente, ya sea mostrando o dejando a la imaginación de lector, porque ahora está más capacitado para entender la exclusión de cierta información y aún así construir un mensaje.

Por otra parte, la literatura narrativa se ha enriquecido por el nuevo concepto unidemensional del tiempo que tiene el cine y ha significado un original punto de vista sobre los patrones tiempo - espacio en la narración. Además, el cine con su dinámica y lenguaje, aportó nuevas posibilidades del conocimiento visual, las cuales han causado un gran impacto en la conciencia moderna. Walter Benjamin, puede ilustrar mejor este concepto: “...la naturaleza que habla a la cámara no es la misma que la que habla al ojo. (...) Nos resulta más o menos familiar el gesto que hacemos al recoger el encendedor o una cuchara, pero apenas si sabemos algo de lo que ocurre entre la mano y el metal (...) Y aquí es donde interviene la cámara con sus medios auxiliares, sus subidas y sus bajadas, sus cortes y su capacidad aislativa... Por su virtud experimentamos el inconsciente óptico.” 

Esto nos dice, en otras palabras, que el cine ha proporcionado un nuevo modo de ver, no tanto por la rareza de algunos puntos de vista insólitos, como por el hecho de “significar la mirada”, esto es, hacer que el espectador se identifique con la cámara. Y esta identificación se hace extensiva a muchas otras esferas del comporamiento, la percepción y el pensamiento de los hombres, de los escritores en este caso. Son incontables los que han reconocido públicamente, no sólo esta identificación, sino su sistematíca aplicación en sus obras. Por mencionar sólo dos, para terminar este texto con voces autorizadas, nos encontramos con una Soledad Puertolaz que dice: “Cuando escribo veo y escucho a la vez”; o con un Guillermo Cabrera Infante, y así terminar con quien empecé, que dice: “He aprendido más a escribir con el cine que con la literatura en sí, es decir, muchas de mis referencias son más cinematográficas que literarias. O si tú quieres, literarias a través del cine”.

Bibliografía
GERULD, Harry M., Los escritores frente al cine. Fundamentos, Madrid. 1981.
BENJAMIN, Walter. Discursos interrumpidos. Taurus, Madrid. 1982.
ACADEMIA, Revista del cine español. No. 12. Ocubre de 1995.
PEÑA-ARDID, Carmen. Litteratura y cine. Ediciones Cátedra, Madrid. 1992
NOGUERAS, Luis Rogelio. “Imágenes en movimiento, signos linguísticos: aproximaciones y diferencias.” Cine, literatura y sociedad. Ed. Letras Cubanas, La Habana. 1982.

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