La bondad rompiendo la ley

Por Oswaldo Osorio Image

Toda película casi siempre tiene dos planteamientos éticos, el de sus personajes y el de su director. La manera en que ambos coincidan o se relacionen dice mucho de su autor y de las intenciones del filme para con el tema y el espectador. Estas consideraciones tienen más relevancia aún con directores como Mike Leigh y sus comprometidas y reflexivas historias, cargadas siempre de personajes tremendamente complejos y que generalmente exigen al espectador tomar partido.  

En Vera Drake se ven todas estas características que han hecho de este director inglés uno de los más completos e interesantes de la actualidad. Empezando por su tema, enmarcado en ese realismo social que tantos buenos títulos ha dado al Reino Unido últimamente. Se trata del aún polémico tema del aborto, que resulta todavía más espinoso y censurable en la conservadora sociedad inglesa de la posguerra. Pero su vigencia hace que cualquier planteamiento o reflexión se pueda aplicar a nuestros tiempos.

La historia está claramente dividida en dos partes, casi opuestas dramáticamente. La primera, se dedica a la construcción de los personajes y los ambientes en que se desarrolla la historia. Leigh recrea con gran precisión y sutileza la generosidad y bondad de la protagonista, así como su agradable y armónica familia, todo con un intimismo que pocos pueden lograr. Por eso esta primera parte da cuenta de la simpatía del director por el personaje de Vera Drake y es allí donde se empiezan a tocar ambas éticas.

La segunda parte, es la caída, la cuenta de cobro que la sociedad le pasa a esta mujer por “ayudar a jóvenes con problemas”. Muy a pesar de que ya la historia, recalcando su posición ante la situación de la protagonista, había mostrado cómo una joven con los mismos problemas, pero con más dinero, podía solucionar todo de forma más aséptica y casi oficial. De nuevo Mike Leigh se muestra sin temor a confrontar, incluso por vía del maniqueísmo social que ya se ha asomado antes en su cine.

El drama que se desprende de esta nueva situación, como siempre con este director, es un drama sólido y contundente, construido con pulso firme en cada detalle, en cada plano, en los diálogos y, sobre todo, en la interpretación de sus personajes, tal vez la principal virtud de su cine: toda esa fuerza, esa intensidad y verosimilitud que le sabe extraer a sus actores. En este caso, empezando por una extraordinaria Imelda Staunton, quien carga todo el tiempo con la nitidez y el vigor del relato, primero como esa bonachona mujer que siempre está ayudando a alguien mientras tararea una tonada, y luego como la mujer desecha por el dolor, que gime sus diálogos y que expresa con todo su rostro y su cuerpo, no el sufrimiento que padece, sino el que le está causando a esa familia, perfecta hasta hace muy poco.

Pero no hay que confundir las intenciones del director por la simpatía que siempre parece tener para con su protagonista. En realidad, por el tratamiento que le da y el punto de vista que asume, más que justificarla, quiere comprenderla, dando así una suerte de visión humanista del aborto, pero en ningún momento unificando ambas éticas, aunque sí acercándolas. No es gratuito que ponga este drama en el seno de esa bella familia, ni tampoco la actitud que asume el hijo de Vera Drake.

Por último, es necesario referirse a esa concepción visual propuesta por Mike Leigh para su película. En principio dictada por el realismo, pero no por eso descuidada, al contrario, tanto en el registro de la cámara como en la puesta en escena se muestra mesurada, casi conservadora, como lo exigían el personaje y la historia, y para comprobarlo sólo habría que ver la muda elocuencia de ese último plano, que corta un poco la respiración y deja un extraño sabor en la boca que obliga a seguir pensando en esta mujer  y la historia que protagoniza.

Publicado el viernes 21 de octubre de 2005 en el periódico El Mundo de Medellín.

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