Una mujer contra su tiempo

Oswaldo Osorio

La historia está llena de artistas incomprendidos, igual que lo está de mujeres cuyo talento ha sido ignorado justo por el hecho de ser mujeres. En esta película se combinan ambas condiciones en la figura de la pintora alemana Paula Modersohn-Becker, quien en el umbral del siglo XX se negó a quedarse en la posición a la que los hombres la querían relegar y, más aún, con esa batalla parcialmente ganada, se resistió a copiar el arte que ese patriarcado del óleo le exigía.

Historias como esta han sido muchas veces contadas por el cine, y realmente no es que esta tenga algo muy distinto o excepcional, aun así, no se antoja repetitiva ni predecible o tediosa. Tal vez esto obedezca a los distintos cambios en el tono del relato y en la atmósfera visual y emocional que propone la película. Claramente se puede ver una jovial primera parte en la comuna de artistas, luego el peso de la frustración por no obtener lo que ella quería, después la promesa de la libertad en París, para terminar en otro momento oscuro y adverso.

Cada uno de esos momentos no solo pone en evidencia el sinuoso e imprevisible camino que debió sortear Paula en su tozuda resistencia contra las normas sociales y artísticas establecidas, sino también esa entereza y calidez con que lo afrontó todo. Es cierto que la película habla de un contexto y de los prejuicios frente a una mujer que quería ser artista, pero el relato se concentra casi totalmente en el personaje, y es a través de ella que se pueden entender ideas y emociones que reflexionan sobre la condición de la mujer, sobre una honesta concepción sobre el arte, el espíritu libertario y la dicha de vivir.

Visual y atmosféricamente ocurre igual, la primera parte copia esa belleza preciosista como pasada por velos y con la luz del final de la tarde, así como era esa concepción de la pintura que tenían aquellos artistas alemanes de principio de esa centuria: una réplica de la naturaleza. Luego el ambiente se parece más a esas pinturas en las que Paula prefiguraba el expresionismo, con toda su carga emocional y casi lúgubre. Después, en París, la vida, el amor y la libertad hacen florecer la imagen, aunque luego esos mismos espacios se los toma la angustia y la precariedad, ya sin sol y sin belleza.

El relato, entonces, le permite al espectador acompañar a Paula en esta aventura de vida, una aventura donde se resalta, más que los dramas y adversidades que se suelen ver en estos artistas constreñidos e incomprendidos por su tiempo, su pasión y determinación por la forma como ella veía la vida y el arte. Este camino junto a una personalidad tan genuina, sumado a esos cambios en su estado y la imagen ya mencionados, permiten ver esta historia de forma distinta, como un entrañable cuento vital y como un reflexivo manifiesto sobre la libertad para las mujeres y para la creación.

 

Publicado el  de mayo de 2017 en el periódico El Colombiano de Medellín. 

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